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Literatura

Entrar en fricción 

“Hay un conflicto de clases evidente en el libro: los de en medio quieren ser de arriba y son usados como prensa para destrozar a los de abajo”, dice Antonio Ortuño en esta charla sobre su más reciente novela, ‘Olinka’

Carlos Rodríguez | lunes, 29 de julio de 2019

Imagen - Antonio Ortuño

Olinka (Seix Barral, 2019), la más reciente novela de Antonio Ortuño, se inspira en el proyecto urbanístico del Dr. Atl (una ciudad elitista pensada para artistas y científicos); la ciudad fracasada de Gerardo Murillo, nombre real del creador plástico y escritor, le sirve a Ortuño para contar la historia de los Flores, una familia empresarial de Guadalajara que revela, entre otras cosas, el conflicto de clase que prevalece en México. La novela sigue a Aurelio Blanco, un hombre al que le sale caro prestarse al juego de su suegro (un constructor que retoma, aunque solo en parte, la idea de Atl) para tapar un escándalo que va más allá de lo inmobiliario.   

Aquí, una charla con el autor.   

En tu novela Olinka retomas la historia del proyecto arquitectónico del Dr. Atl. De repente hay un interés grande por este artista: una muestra en el MUNAL, una investigación de Cuauhtémoc Medina, una próxima película sobre su relación con Nahui Olin y, por supuesto, tu libro. ¿Cómo diste con esta historia de la ciudad de Olinka?, ¿qué te interesó de ese intento fracasado?

El Dr. Atl, como bien señala el libro de Cuauhtémoc, tenía una idea fundamentalmente elitista: erigir la ciudad de los “mejores”. Esa idea en manos de un empresario jalisciense no equivale a ninguna coartada cultural (como en Atl) sino a “los mejores son los que puedan pagar una fortuna”. Admiro el talante contestatario de Atl pero fue un personaje oscuro, que derivó hacia el fascismo. Que en cierto sentido era una versión refinada, intelectual, sensible, del viejo conservador tapatío de toda la vida.

Tu novela se ha convertido en poco tiempo en un referente literario de la ciudad de Guadalajara, uno que no corresponde con la postal o la idea del viaje turístico a la provincia mexicana, tu retrato es básicamente el de un lugar controlado por el crimen. ¿Cuáles fueron sus referentes (literarios o no) para dedicarle a la ciudad donde naciste y te desarrollaste una historia? 

Los elementos de mi estética son variopintos: un talante cercano al de la narrativa negra, la sátira social, la insolencia del rock, cierta idea periodística de indagar en temas sociales, un lenguaje que ironiza siempre al respecto de la hipocresía, los eufemismos y la falsa dulzura del idioma mexicano. En cuanto a Guadalajara, bueno: he vivido en ella 42 de mis 43 años. No necesito documentarme. Lo mío es un testimonio, casi. Consecuencia de la experiencia, la observación, lo que he visto y oído en mi ciudad por años y años.

En tu Olinka hay algo: luego de 15 años de cárcel Aurelio Blanco es liberado y al salir se encuentra con una ciudad transformada; el cambio, sin embargo, es cosmético porque en el fondo se trata de la misma ciudad corrupta, desigual. ¿Qué conclusiones extraes de esta parálisis e inmovilidad que impide que las cosas cambien para bien?

Que pueden cambiar los partidos en el poder pero la sociedad es la misma y eso es lo que no funciona. Porque es una sociedad sin ideas políticas y en la que la acumulación de dinero y la ostentación de poder son los únicos deseos sociales extendidos.

Olinka también es una historia de lealtades familiares, un mexicanismo que se engendra en la envidia y la desigualdad social, de querer llegar a ser más chingón para chingarse al otro. 

Totalmente. Eso es: un drama familiar. Una zambullida de las relaciones de poder en una familia de la aristocracia empresarial. Y ese es el mecanismo fundamental que la mueve: el deseo de ser más.


Hay un conflicto de clase en tu novela que al principio se disfraza de altruismo; se trata de un tema universal, sin embargo ¿cuáles son las características que particulariza esta situación en el contexto mexicano?

Hay un conflicto de clases muy evidente en el libro: los de en medio quieren ser de arriba y son usados como prensa para destrozar a los de abajo. Claro: la literatura no es solo una puesta en escena de teorías sociales. Es, antes que nada, una forma de entrar en fricción con ciertas realidades.

Blanco corresponde a un tipo de persona con características puntuales, alguien a quien se le puede calificar de ‘agachón’ o que simplemente haría lo que fuera por vivir mejor, ¿de dónde viene este personaje? 

Blanco me parece un tipo común de la clase media mexicana: despolitizado, desmovilizado, que solo ve por él y trata de sobrevivir ante el reto de las expectativas de ascenso social y su propia condición de esbirro. Pero lo veo y lo trato sin encono. Me simpatiza mucho, de hecho, aunque esté lleno de características que van de los gris a lo oscuro.

El personaje de Alicia también es problemático y establece algo concreto: de qué forma una violación sexual es considerada por la sociedad como un hecho del que nunca se debe reponer una mujer, obligada a asumir la agresión con culpa. Por otro lado, es quien le da a la historia una lectura machista cuando le reclama a Blanco que está más orgulloso de ser el yerno de su padre que de ser su esposo (una proyección homosexual común en el patriarcado). 

Bueno, no soy partidario de ningún freudismo lineal en la literatura. Me parecería una lectura muy gruesa de los personajes recurrir a esos barruntos de psicología pop. En las relaciones entre todos ellos existen ambivalencias conflictivas y ese es el combustible del drama.

Cada día se destapan más casos y escándalos como el que planteas en Olinka, que ligan al aparato de justicia con el crimen; ¿cómo leer lo que ocurre a la luz de un gobierno relativamente reciente que poco a poco gana más detractores que críticos? 

Hasta donde vamos, el gobierno se ha dedicado a acaparar poder más que a cualquier otra cosa. Pero el gobierno en turno solo es un eslabón en la maquinaria de corrupción. En los próximos meses veremos si se acopla o si de verdad, como tanto prometió en campaña, rompe con eso. Pero los signos no parecen promisorios. La política real no tiene que ver con los eslóganes ni con los sueños de los militantes.


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