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Literatura

Una labor mal pagada

‘Las posesiones’ y ‘Perder el Nobel’, publicados por Gris Tormenta, reflexionan sobre la disonancia entre escribir y vender libros

Guillermo Núñez Jáuregui | jueves, 18 de julio de 2019

Imagen - Thomas Bernhard

Detrás de la colección Editor, publicada por Gris Tormenta, se encuentra una postura que por obvia a menudo es pasada por alto: el escritor no existe separado del mundo material. No está claro si se trata de una idea perniciosa para la literatura como disciplina artística, en la que históricamente han abundado los artistas del hambre, pero ciertamente es un problema para los cuerpos de los escritores creer que se desempeñan en una especie de éter o en la proverbial torre de marfil. En fin: que persiste –especialmente en nuestras latitudes– la idea decimonónica del escritor (o el traductor, o el corrector de galeras, etcétera) como genio ascético que un día tiene una idea y al poco tiempo esa idea ya está hecha libro. Y que, encima, con eso paga el predial. Pero, atención, que la colección Editor no está compuesta por elucubraciones sobre el trabajo supuestamente inmaterial e invisible que realiza el cognitariado (para eso ya hemos leído, entre otros, a Bifo). Hasta ahora, con sus dos títulos publicados, Editor ha recopilado historias que dan cuenta de los distintos territorios en los que se siente el peso del mundo real en contra del trabajo de la literatura.

El primero fue Perder el Nobel (que, en su edición original de 2017, fue parte de la antología Five Ways of Being a Painting and Other Essays) de Laura Esther Wolfson. Esta historia (o ensayo personal) trata sobre cómo Wolfson, después de haber traducido al inglés a Svetlana Alexiévich, dejó de hacerlo (por cuestiones de salud pero también económicas). Al poco tiempo Alexiévich ganó el Nobel. Brevemente la portada del libro nos informa que se trata de una historia “sobre la fuerza de la literatura rusa, el oficio de la traducción y el significado de la pérdida”. Hay una intensidad en este libro por distintas razones, entre ellas que la traducción al español y el prólogo fueron realizadas por Marta Rebón (quien ha vertido a Alexiévich a nuestra lengua). Durante la presentación de este volumen en la Ciudad de México, en una charla realizada a inicios del pasado mayo, la editora Patricia Nieto insistió en la red de relaciones y complicidades que se encuentran detrás de los libros, que a menudo parecen evaporarse: “La colección Editor apela a estas figuras escurridizas que no solemos ver ni examinar y con quienes vale la pena ser críticos. No siempre hacen la mejor labor –en ocasiones el editor puede arruinar el texto–, pero es interesante dedicar tiempo –y hacer visibles– a las personas que están en el backstage de un libro”. (Un fragmento más largo de esa conversación, acá.)

Con la forma en que Perder el Nobel llegó a nuestra lengua, especialmente entre el cruce de dos traductoras (incluyendo a una que logró traducir a Alexiévich después del Nobel), a uno le satisface por un lado ver cómo se ha cumplido el propósito del libro con relación a la colección; pero, por otro, se encaja el aguijón de la curiosidad: ¿cómo fue, a su vez, el detrás de bambalinas de los correos de negociación que se dieron entre los editores de Gris Tormenta, Rebón y Wolfson? O en el caso del segundo volumen de la colección, Las posesiones: ¿por qué estos textos de Bernhard y no otros? Las posesiones, que se presenta en portada como “dos historias sobre la vida material de un escritor, sus manías y extravagancias, los premios inesperados y su postura literaria ante la vida”, está compuesto por dos reflexiones del autor austriaco sobre su relación con dos premios (y sus dotes y su capital social).

Las posesiones fue publicado este año, con un prólogo de Andrés Barba. Para quienes ya conocían Mis premios (Alianza Editorial, 2009), encontrarán la misma traducción de Miguel Sáenz, y tal vez extrañen esa rara esquizofrenia entre el discurso leído ante el público y el contraste humorístico que se da al leer lo que Bernhard opinaba sobre el premio, pero creo que da un poco igual para los propósitos de la colección Editor, que es insistir en la relación de la palabra escrita y la carne. Los resultados, como pueden verse en Las posesiones, oscilan entre lo miserable y lo cómico. “¿Por qué siempre el paso de los escritores por las épocas de apuros económicos acaban teniendo inevitablemente un aire cómico?”, se pregunta Andrés Barba en el prólogo de este opúsculo. No es un misterio: hay un corto circuito entre lo fácil que es “comprar a un escritor” y la arrogante ambición de quien insiste en escribir en una época como la nuestra, cuando la literatura cuesta dos pesos.

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