16 de agosto de 2017

La Tempestad

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30/04/2024

Artes visuales

El caso Atl

En ‘Olinka. La ciudad ideal del Dr. Atl’, Cuauhtémoc Medina problematiza la figura del creador mexicano, un propagandista nazi que en múltiples ocasiones intentó construir sin éxito un refugio para artistas llamado Olinka; aquí, una charla con el investigador

Carlos Rodríguez | miércoles, 19 de junio de 2019

Imagen - Autorretrato (1958), del Dr. Atl

Gerardo Murillo está en boca de todos: una exposición en el MUNAL y dos libros que retoman, en diferente aproximación y medida, su proyecto de construir una ciudad llamada Olinka son ejercicios recientes que retoman la obra del creador, mejor conocido como Dr. Atl. Tanto la novela Olinka (2019), de Antonio Ortuño, como la investigación Olinka. La ciudad ideal del Dr. Atl (2018), de Cuauhtémoc Medina, hacen eco del infructuoso proyecto de Murillo –que consideraba a los artistas como seres excepcionales, dotados de una visión que los separaba del resto de la gente– de erigir un refugio para que creadores y científicos desarrollaran sus ideas sin presiones políticas ni sociales que condicionaran su quehacer.  

El estudio de Medina, además, explora a la luz de su contexto histórico y social la filiación política de Atl, que fue un propagandista nazi en México. La problematización que hace el investigador de la figura de Murillo es relevante para conocer las implicaciones de la historia del arte en México, específicamente con respecto al arte previo a la Revolución y la vanguardia. Aquí, una charla con Medina.

Imagen – Portada de ‘Olinka. La ciudad ideal del Dr. Atl’

Olinka. La ciudad ideal del Dr. Atl es una reelaboración de tu tesis de licenciatura, ¿cómo fue que decidiste retomar un tema que ya habías trabajado?

El núcleo del proyecto fue mi tesis de licenciatura, sí, pero ésta está bastante reformada; en su momento hubo intentos de publicarla, pero abandoné la propuesta para hacer el doctorado. Fernanda Canales, por ejemplo, que estuvo en la presentación del libro, leyó la tesis y no reconoció el segundo texto. Hay cambios de contenido en relación con varios de los capítulos, sobre todo los dedicados al action d’art, el nazismo y la discusión de la categorización de utópico, a la luz de que en los últimos veinte años apareció muchísima información; me hice la costumbre de seguir el rastro. El hecho de que la noción de artistocracia no fuera de Atl, como él mismo afirmaba, sino de Gérard de Lacaze-Duthiers, es algo de lo que me percaté a medida que los libros del crítico fueron subidos a la red como parte del escaneo de sus publicaciones en Francia; del mismo modo, hay una reelaboración de lo que es vanguardia; cuando escribí esa tesis estaba ingresando al tema.

«Hay un problema en el modo en que hemos absorbido las historias de los años treinta, que consiste en que no concebimos la posibilidad de que las alternativas totalitarias de la época, el estalinismo y el fascismo, sí fueron alternativas sociales»

Mientras leía el libro me llamaba la atención la exhaustiva documentación del tema, algo inusual en trabajos de licenciatura.

Fui entrenado como historiador, eso es verdad. Al estar reescribiendo este trabajo hubo un momento en el que me di cuenta de una posible vida que no elegí, porque yo estaba acostumbrado a estar encerrado en el archivo, en la hemeroteca. El verdadero núcleo de este trabajo es el hecho de que el archivo de Atl en la Biblioteca Nacional tiene como tema preponderante esta historia; Atl le dedicó mucha energía al final de su vida, por lo tanto los residuos de ese periodo sobreviven; tengo la impresión de que al momento de que se entregó el archivo de cierta manera se escogió este tema de entre otros, que probablemente eran más interesantes.

Atl habla de la creación visual como una especie de habilidad superior, algo que separa a los artistas del resto de la sociedad. ¿De dónde proviene esta idea?

Un capítulo necesario de pensarse acerca del caso Atl, pero también en relación con sus implicaciones para la historia del arte sur, es el modo apasionado y extremista en que el esteticismo configuró una parte de las ideas sobre la cultura de inicios del siglo XX; del mismo modo, fue precisamente en el subdesarrollo centroamericano que se fraguó la noción de convertir lo moderno en un ismo; el dato es que esto sucede en la precariedad de la vida de los artistas del sur (a veces inmigrados en París), que se plantean estas exigencias absolutistas sobre el lugar del artista.

Efectivamente, aunque hay distintos momentos y fases que son discutidas y todavía algunas requieren ser elaboradas, Atl genera desde muy temprano la idea de la excepcionalidad no de la obra sino del creador, lo cual supone una superioridad social, pero también una capacidad de providencia, a largo plazo y sobrehumana, que se traduce en una visión política, en la posibilidad de ver el universo desde una perspectiva vedada a los demás; el argumento duro de la noción de artistocracia, como lo elabora Atl, es plantear que al momento de que hay una burocratización y una extensión de la mediocridad en la sociedad, hay una serie de individuos excepcionales que requieren ser protegidos de la dinámica de la sociedad capitalista industrial, donde los valores sociales están orientados hacia el comercio, la política o la religión. Lo que Atl representa es una posición excéntrica que estaba presente; lo llamo esteticismo, es decir, la noción de la idea del arte por el arte, una lógica defensiva de la libertad política y creativa que pasó a la idea, en cierta manera reactiva, de que el artista debe marcar distancia con respecto al proceso social. Buscar el beneficio y el privilegio del creador a pesar de las consecuencias para el resto de la sociedad, es un argumento posiblemente derivado del individualismo anarquista, pero también es una de las posibilidades que pudo tomar la posición de disidencia de la vanguardia con respecto de la construcción de la sociedad moderna; en ese sentido es muy seductor ver la polaridad prácticamente estructuralista y que esa posición se coloque a la luz de la noción de compromiso político y de subordinación a la causa revolucionaria que va a tomar la vanguardia en varios lugares, incluido México, en los años veinte.

«Probablemente la idea de que Atl era un personaje con varias caras no le era ajena al campo burocrático; también considero que estaba solo, los intereses y aspiraciones de otros intelectuales y artistas no fueron realmente convocados en su proyecto»

¿Cómo se rastrea la afinidad de Atl con el tipo de pensamiento antisemita?

El primer elemento decisivo, que está presente en su bibliografía, pero que requiere ser excavado, es que Atl es uno de los principales propagandistas nazis en la segunda mitad de los años treinta; lo peculiar de su rol, y que este libro trata de demostrar, es que uno de sus argumentos para apoyar la causa nazi es que Hitler era artista, un pintor acuarelista, de manera que muchos de sus argumentos sobre la superioridad de la visión artística, Atl los endosa al ascenso al poder de Hitler; para él esas eran las razones por las que debíamos sumarnos al proyecto del Eje. Es un dato inquietante conocer las razones por las que después de la guerra Atl revive el proyecto de la ciudad Olinka, como si fuera una especie de desplazamiento ante el fracaso de la intentona política mundial, a la que otros los autores mexicanos llamaron la derrota mundial.

Hay que decir que, en realidad, esa afiliación y esa forma explícita en que Atl manifestó su antisemitismo hasta 1942 (hasta el momento del ataque del Potrero del Llano y el hundimiento del Faja de Oro, que fueron las condiciones para que México se sumara a los aliados) no es una excepción; lo que quisiera sugerir, en primer lugar, es que tenemos un silencio muy problemático en relación al grado en que el pronazismo es una posición importante en México y, en segundo lugar, la importancia que el odio contra los judíos tiene tanto en la cultura de élite como en la cultura popular mexicana. Atl debe ser catalogado como un antisemita hecho y derecho, que no solamente escribió libros clave del antisemitismo en América Latina, sino que ambicionó el ascenso del nazismo en América para retirar a los judíos del poder político y económico, en medio de la paranoia que generó Los protocolos de los sabios de Sion (1902). Hay que asumir que este es uno de los focos de una investigación, sorprendentemente no realizada, acerca de la complejidad del fenómeno del nazismo y el antisemitismo en estas latitudes.

Hay un problema en el modo en que hemos absorbido las historias de los años treinta, que consiste en que no concebimos la posibilidad de que las alternativas totalitarias de la época, el estalinismo y el fascismo, sí fueron alternativas sociales y que, de cierta manera, la vacilante navegación que tuvo el país hacia una especie de democracia imperfecta con algunos rasgos socialistas en realidad es un producto de una serie de contingencias. Ahora bien, el antisemitismo de Atl se iluminaba adicionalmente de su peculiar forma de concebir el ateísmo; probablemente habría que sugerir que no es inconsistente, que el ateísmo es en sí mismo una figura en el contexto monoteísta; podría decirse que el ateísmo es una más de las religiones del libro, de manera que una elaboración tan apasionada contra Dios como la de Atl (tampoco esa es una excepción en el México posrevolucionario; Garrido Canabal, por ejemplo, tenía una tarjeta de presentación que lo introducía como enemigo personal de Dios, cuenta Dulles en Ayer en México) identificaba al judaísmo como el punto de partida de la mitología a ser derrumbada, que también contribuía a otros temas: la idea de que los judíos representan una fuerza subterránea subversiva, la noción de que controlan al capital y al comunismo por igual en una meta-conspiración; el simplismo, claramente, hay que verlo como la idiotez de quienes quieren establecer una narración sencilla sobre lo que sucede en el mundo.

También hay otra arista interesante en tu libro: la charlatanería asociada a la figura de Atl; ¿cómo se puede leer esto en el contexto pre-revolucionario?

Los estudiosos y los biógrafos, y me imagino que también la opinión pública, han desarrollado la idea de Atl como un personaje loco y hablador; mentir y generar una leyenda con la intención de enterrar la identificación con el nazismo no es del todo inocente, ya que es mucho más conveniente aparecer como un alienado que como un pro nazi consciente, sobre todo después de que la guerra arrojó las evidencias inhumanas de los campos de concentración.

En un artículo reciente, John Womack Jr., el estudioso de Zapata, toca un tema digno de atención: al abordar las salidas personalistas y los relatos de Atl, Womack lo descalifica como agente histórico al decir que los charlatanes como él no tienen peso en la reconfiguración y la distribución de los campos de dominación con respecto a la guerra. Eso no es claro para mí, la pregunta es qué discursos fueron eficientes en su momento y no qué discursos tienen una verdad definitiva. Claramente, sobre todo en una sociedad que batallaba contra el catolicismo y su dominación colonial, el esoterismo fue muy importante en la cultura mexicana y latinoamericana; este estudio se suma a otros que han puesto énfasis en el tema.

Por otra parte está el hecho de que en los años veinte y treinta, Atl no era visto como un pintor de paisajes, era uno de los principales escritores mexicanos; nuestro canon sobre el cuento y la novela, lo que llamamos novela revolucionaria, es una construcción hecha a posteriori; los cuentos y novelas de Atl fueron bestsellers en la escala de su época; los temarios, incluso de las fantasías de viaje al espacio, coinciden con un momento de la cultura local que no es fácil atisbar, a menos que nos metamos al archivo y a la biblioteca, porque precisamente después de los años cincuenta se construyó monolíticamente la idea de una especie de mexicanismo; deseo que este libro sea visto como una contrahistoria en el sentido de contribuir a demoler esa mitología mexicanista, señalando la incómoda forma en que la idea de una cultura moderna fue absorbida por distintos agentes. Creo que la cuestión de la charlatanería en términos estrictos tendría que ver con un procedimiento que es el de Atl: plantear ideas descomunales sin estar del todo capacitado para ponerlas en práctica; esto también se manifiesta en relación con los libros que escribió en los que habla sobre cómo deberíamos usar el petróleo o cómo explotar el oro; era un modo de operar en la escena pública; desconozco en qué medida la selección de los proyectos por parte del Estado o los poderes económicos tuvieron que ver con escoger lo que era un objeto publicitario o una intención con bases científicas; la vigencia del eugenismo en los años treinta o la forma en que se condujo la paranoia anticardenista o, por el contrario, las ilusiones de la educación socialista, sugieren que lo que se trata es de una serie de modelos que compiten; el criterio contemporáneo pasa sobre el histórico tratando de imponer nuestro sentido común, como si fuera común más allá de nuestra década o nuestro barrio; eso, evidentemente, no es el procedimiento que un historiador puede asumir.

¿Qué truncó la realización de Olinka?, ¿se trató de la misma concepción misma del proyecto?

Recuerdo al maestro Blanquel diciendo que es más claro explicar lo que ocurrió que discutir por qué algo no ocurrió; se trata de una limitación, entre muchas otras, de la historiografía. Me parece que si nos sujetamos al período entre 1952 y 1964, donde hay un esfuerzo obsesivo que abarca decenas de intentos por parte de Atl (deliberadamente escribí capítulos sobre eso para apilar casos y generar la sensación de una fuga) se encuentran evidencias de una relación entre este artista y el campo político: los poderosos lo reciben, pero le dan largas, nada ocurre; por un lado uno puede sacar la conclusión de que lo que Atl proponía, particularmente en relación con el aislamiento de los intelectuales, no era algo que fuera útil para la maquinaria política priista, mientras que proyectos como la construcción de la universidad en el Pedregal y el desplante modernista de Tlatelolco (que en algunos puntos no son menos insensatos o visionarios) sí lo fueron; es un hecho que hubo otros proyectos que quedaron inconclusos, por ejemplo el de Diego Rivera y su ciudad de artes.

Tengo la sensación que hay una dinámica –que actualmente vemos ilustrada de manera elocuente– donde el intelectual acaba siendo una especie de peticionario y el poderoso juega como el gato con el ratón; en el fondo, quizá, sería difícil imaginar cómo un proyecto como el de Atl (cuyo objetivo era reunir cerebros para juntar energía mental y escapar del cosmos) no hubiera tenido que ser severamente reformado; creo que él mantenía su idea con cierta discreción para no generar inquietud; probablemente la idea de que Atl era un personaje con varias caras no le era ajena al campo burocrático; también considero que estaba solo, los intereses y aspiraciones de otros intelectuales y artistas no fueron realmente convocados. Es interesante, pero no es la pregunta que me planteé, este tipo de cuestionamientos no corresponden directamente a la historia, son las preguntas que, claro, el lector de la historia se hace, pero no es algo que el investigador pueda resolver.


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