16 de agosto de 2017

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03/05/2024

Cine/TV

El instante vacío entre los tiempos

Presentada en las últimas ediciones de BAFICI y FICUNAM, ‘Orphea’, de Alexander Kluge y Khavn de la Cruz, abre nuevos caminos para el cine

Jessica Romero | miércoles, 28 de abril de 2021

Fotograma de 'Orphea' (2020), de Alexander Kluge y Khavn de la Cruz

Algunos dicen que el cine morirá (o que sobrevivirá

en los museos y en los festivales internacionales).

Lo considero un error. Pero es posible

que en su renacimiento el cine adopte

una forma que no reconozcamos a primera vista.

Alexander Kluge

El intervalo

¿Qué es un relato mítico? ¿Qué es una película? ¿Qué surge en el intervalo entre los dos? Un secreto repentino. La promesa de un lenguaje desconocido. Posibilidades de acción. Ese intervalo, que recorre un espacio enrarecido, nos transporta a una región distinta, habitada por un campo de contrastes, rupturas y dispersiones en el que aparece una relación inadvertida entre mitología y contemporaneidad. Heterogeneidad fílmica, eso parece plantear Orphea (2020).

El segundo filme codirigido por el cineasta alemán Alexander Kluge y el artista filipino Khavn de la Cruz reinterpreta el mito de Orfeo y lo reintroduce en el presente, no sólo como recuerdo del pasado sino como esperanza del futuro. Orphea es una forma abierta que hace estallar las fronteras entre cine, música, ópera, teatro, poesía y mito. Cortometrajes y largometrajes, reportajes y documentales, ficción y poesía crean constelaciones, contextos y redes entre la historia de Alemania y la esfera pública.

Los filmes de Kluge, especialmente los más recientes, se centran en cómo el cine y la cultura son usados para organizar la experiencia humana. Desde el punto de vista de las historias del cine y el arte, son notables su importancia y su singularidad como escritor, pensador y creador de mundos. Se trata de uno de los autores del Nuevo Cine Alemán que, junto a Rainer Werner Fassbinder, Hans-Jürgen Syberberg o Margarethe von Trotta, renovaron el cine de autor. Lo cierto es que no ha cesado de fomentar nuevas cooperaciones y relaciones. Alemania en otoño (1978), El candidato (1980) o La guerra y la paz (1982) son claros ejemplos de un cine colectivo que sintetiza autoría y cooperación o, en palabras de Kluge, la “unión de independencias”. Por ello no resulta extraña su colaboración con Khavn de la Cruz. Considerado el padre del cine digital filipino, su prolífica obra se sitúa entre el cine pobre, las subculturas marginales y los géneros fílmicos más degradados.

Lilith Stangenberg en Orphea (2020)

Colaboración radical

Para el dúo la unión de música y cine es un ámbito plástico que conjunta visiones para pensar la cultura de Occidente, las imágenes contemporáneas, los conflictos políticos en el contexto social del arte y de la información. Happy Lamento (2018), la primera obra en colaboración de Kluge y Khavn, es una crítica aguda de la era de Internet, el caos político, el autoritarismo, las peleas callejeras en el norte de Manila. Es un documento histórico que revela otras formas de expresión; un cine crítico que da una importancia capital al montaje. Al respecto, Kluge enuncia algo esencial: “El montaje no tiene nada que ver con la unión, con la fusión de imágenes […] las imágenes son autónomas […] Entre ellas existen abismos”.

El rechazo de lo homogéneo ha llevado a estos autores a una práctica en la que la responsabilidad del artista estriba en crear sus propias imágenes, actuales y arriesgadas. La obra que realizan en colaboración es un signo de lo que no ha sido pensado; sorprende al poner en obra la diferencia. Un atlas de distintas variaciones, temas arcanos como el duelo, el amor o la muerte acompañan a Orphea, ejercicio experimental que se opone a las formas tradicionales de narrar al transformar escritos poéticos en gestos, voces en sonidos, espacio visual en coreografía.

Pequeñas transcripciones implican pequeñas modificaciones, son los trazos de la escritura de la vida, de la existencia afectada por el desorden y el caos, de la pasión del pensamiento que interroga cómo trasponer el texto de Ovidio a la actualidad. La respuesta de estos autores es inequívoca, Orphea sintetiza la radicalidad política y estética de su cine. Este encuentro implica convivir con el texto, reconfigurar significados, desgarrar el estado de cosas. Para Kluge la modernidad permite construir sobre lo hecho. Poner a prueba la realidad, cuestionarla. Buscar en el pasado lo irrealizado: “si tomamos en cualquier punto de cualquier texto ya existente, sea Ovidio, Montaigne, Joyce, el que se le ocurra, podremos continuar escribiendo a partir de ese punto”. Kluge y Khavn someten historias que admitimos como parte del imaginario colectivo a valores diferentes de su pasado: alteración de géneros de los héroes del mito, modificación del desenlace, restitución de prácticas verbales, maneras de disponer de los cuerpos. Esta reflexión moderna del mito es acompañada de imágenes relacionadas con la inmigración, las innovaciones científicas, el consumismo, el cierre de fronteras.

Fotograma de Orphea (2020)

Transmutaciones

Este encuentro singular es puesto de manifiesto en imágenes y palabras que someten a juicio nuestra imaginación y nuestra invención; nuestro universo social, intelectual y artístico. Así, diferentes episodios de Las metamorfosis de Ovidio –la mordedura de la serpiente, el descenso a los infiernos, la travesía por el río Lete– trazan un laberinto de imágenes heterogéneas que escapan al orden. Un espacio vivo que el espectador recorre y a través del cual construye sentidos. Para decirlo en las palabras de Kluge: “Los espectadores son los verdaderos artistas en la medida en que reproducen la película”. Este collage escénico se traduce en una nueva realidad artística y un saber crítico sobre las imágenes que borra formas caducas, dando pie a una reformulación constante.

La interpretación en diferentes niveles proviene de una constante y dramática intervención que nos sitúa al límite del desconcierto. Frente al misterio que se representa en el mito, el conjunto de fragmentos, pensamientos y palabras errantes establece un diálogo entre cine y poesía cuyo hilo conductor es la potencia de la música. En Orphea se pueden apreciar diferentes planos sobre los que resuenan no sólo fragmentos de Las metamorfosis de Ovidio, sino también extractos de la música de Chaikovski, Purcell o Khvan acompañados de las cualidades vocales de Lilith Stangenberg. Indudablemente un encuentro que implica convivir con el texto y la música, experimentar el exceso musical y gestual.

En esta película tenemos la impresión de asistir a un acontecimiento que expone por completo el azar y la arbitrariedad. En la obra de Kluge y Khavn cada transición de imagen y sonido presenta el eco del silencio en donde aparecen intertítulos, contrastes, cortocircuitos. Es decir, un espacio-dispersión en donde suceden palabras, pensamientos, sensaciones, respiraciones, voces. En Orphea no hay más que fragmentos. Cada plano es un fractal, una renuncia a la evocación literal del mito, una ruptura de la linealidad de la historia.

Todas las imágenes: © Kairós / Rapid Eye Movies

Símbolo abierto

En este contexto encontramos algunos ejemplos en los primeros planos al rostro de Lilith Stangenberg, donde observamos sus gesticulaciones, su piel, sus facciones, el movimiento de sus ojos y labios entabla una suerte de lip sync con la voz de Kluge. Es una metamorfosis de Orfeo en Orphea, de Lilith en Kluge, distinción y desemejanza producto de la fuerza de lo imprevisto. La distinción entre la imagen visual y la auditiva imprime una fuerza dramatizada, intensa por el contraste entre un pensamiento radicalmente novedoso y un relato en mutación que revela que algo diferente está en juego. El contraste que los hace converger es la multiplicidad de exigencias al hablar y actuar, escuchar y ver. Estas intensidades –voces, tonos y timbres– dialogan y discuten. Esta resonancia lírica que agita el imaginario audiovisual y cortocircuita toda narrativa no tiene otro sentido que el de una llamada a la ruptura. Una exigencia que trastorna la idea misma de arte, remite al relato y al cine como un saber.

La originalidad y la dificultad de Orphea provienen de que se trata de una experiencia sobre el amor, la muerte del amado, un lamento fúnebre inspirado en un mito histórico. Una idea utópica de la reinvención de la vida se plasma en la reinvención del arte: cruzar fronteras, hacer de la vida una manifestación artística, abrir los sentidos para la tragedia. La muerte nos hunde, pero al mismo tiempo es motivo de un impulso hacia la vida, a recobrar el amor perdido. Una fuerza tan intensa descubre la muerte y a la vez insinúa una apasionada acción contra el destino: Orphea puede mirar hacia atrás, puede recuperar lo que más ama y salvar a todos los muertos del purgatorio. Una experiencia de nuestro tiempo que refleja el cambio de perspectiva y nos devuelve otra imagen de nosotros mismos. Un viaje que tiene mucho de descubrimiento y deriva en una forma nueva, en otras palabras, ecos y fantasías; un diálogo arriesgado que pone a prueba la realidad.

El mito como medio expresivo, como símbolo abierto, hace brotar una serie de significados que interrogan y transforman sus sentidos en el presente. Una relación parcial e incompleta con la obra permite que ésta adopte diferentes dimensiones y niveles de sentidos que extravían al espectador en un espacio vivo y abierto a diferentes articulaciones y relaciones inesperadas entre palabras, imágenes y sonidos. A decir de Kluge, “una película tiene la habilidad de encontrar cosas que ninguna palabra puede expresar, y de crear imágenes invisibles, terceras imágenes”. El cine de Kluge y Khavn es un arte poderoso capaz de intervenir las imágenes, los textos y los sonidos. Convoca a otros mundos posibles que sacuden las certezas de lo que vemos y escuchamos. La imagen viva, con impacto político y estético, interpela al espectador y no significa nada más que el acontecimiento de interrogar a la vida a través del mito.

Las citas de Alexander Kluge provienen de 120 historias del cine, Caja Negra, Buenos Aires, 2010

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