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Horror satírico

Sin problematizar el género de horror, Jordan Peele ha demostrado ser un cineasta redondo, inteligente y dócil con el gran público; así lo demuestra ‘Nosotros’, su más reciente película, que, aquí, se reseña

Guillermo Núñez Jáuregui | lunes, 13 de mayo de 2019

Fotograma de 'Us', de Jordan Peele

Tan ideológicamente transparente como Huye (2017), el segundo largometraje de Jordan Peele, Nosotros, también ofrece algunos momentos desconcertantes en sus alusiones, homenajes y pistas, pero ninguno de ellos es demasiado críptico ni ofrece la suficiente fricción como para tornarse enigmático ni problemático. En ese sentido, hasta ahora Peele ha sido un realizador dócil con el gran público, excepto por el hecho de haber elegido un género que en cierto sentido aún se mantiene en los márgenes del gusto: el horror. Peele ha dado una sorpresa: como cineasta, se desenvuelve en un espacio que contrasta, al menos en tono, con su carrera como cómico. Pero aún en el cine de horror, como lo hizo con su trabajo como comediante, le sigue siendo fiel a la sátira: su tesis, su manera de señalarla, sigue siendo más importante que la preocupación por poner a prueba o reinventar al género del horror. Ya he comentado esa fidelidad a propósito de Huye y la nueva iteración de La dimensión desconocida.

La tradición del cine de horror, tan vieja como el cine mismo, ha estado vinculada con pasiones inquietantes o desagradables: uno padece una buena película de horror, y su placer profundo (si no queremos demorarnos en las delicias del lenguaje cinematográfico…) reside en el alivio de encontrarnos ante una narración que concluye. Los villanos memorables, las entidades malignas o meramente extrañas, y otras fuerzas del mal han hecho del horror su hogar. ¿No es un consuelo que muchas de ellas sólo vivan en la ficción? Cuando, como ocurre comúnmente, el cine de horror también va de la mano del suspenso, ese alivio llega con resoluciones o distensiones. Así, cuando en Nosotros vemos en el prólogo de la película cómo una pareja desatiende a su pequeña hija que deambula, en el malecón de Santa Cruz, California (con un guiño a la cinta de vampiros Los muchachos perdidos, de 1987), nos mantenemos tensos mientras la vemos alejarse de la feria, hasta llegar a la playa, donde se encuentra con una atracción siniestra: un laberinto de espejos. Sin supervisión de sus padres, la niña se adentra en el laberinto. ¿La ha seguido hasta allí el fanático religioso, con su cartel que reza “Jeremías 11:11”? Si no es él, ¿quién imita el silbido de la niña en la oscuridad del laberinto? ¿Volverá la niña con sus padres? Las preguntas, tensas, pronto obtienen respuesta. Y como ese nudo que se deshace, Nosotros presenta algunos nuevos, con sus inquietantes y correspondientes soluciones.

A pesar de los sobresaltos, las imágenes chocantes (o sangrientas), y las atmósferas siniestras, Nosotros es una cinta redonda, inteligente y ordenada: fácil de consumir. De allí que funcione, ante todo, su tema satírico (que no su forma): si Huye trata sobre la no tan callada tensión racial de los EEUU, Nosotros trata un tema vecino, la salud de las brechas socio-económicas en una sociedad individualista. El villano, así, es doble: por un lado, está esa macrofigura (o macro-estructura) que permitió que se diera la brecha. En la cinta, es representada por el extraño poder que permitió que hubiera una sociedad oculta (a la morlocks de Wells, pero también a la C.H.U.D., de 1984) de sosias o dobles idénticos de los habitantes de la superficie, es decir, los segundos villanos. El tema del doble, aplicado a escala social, se transforma así en un relato sobre usurpadores de cuerpos.

Con todo, al final de la cinta permanece una pregunta tensa, que no se soluciona: ¿cómo sería una sociedad distinta a la nuestra, pero habitada por versiones oscuras de nosotros mismos? Hay un aspecto anti-utópico en esta cinta -y en el horror en general- que no deja de ser inquietante. Las alusiones críticas que se hace en Nosotros a los siempre dudosos esfuerzos filantrópicos, así como al hecho de que los dobles se identifiquen con una vida típicamente norteamericana, hacen pensar que el horror está más cerca de lo real de lo que nos gusta admitir.

 

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