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Literatura

A un costado, la librería Escandalar

Un pequeño local en la Ciudad de México, librería y editorial, alberga una visión amplia de la literatura latinoamericana

Luis Arce | viernes, 11 de diciembre de 2020

La vitrina de la librería Escandalar, en la colonia Roma de la Ciudad de México

Está ubicada en una esquina de la colonia Roma Sur y en su interior caben menos de diez personas. Si organizan una lectura tienen que llevarla a las calles, aprovechando, a toda luz, la tranquilidad del vecindario; si llevan a cabo una venta sólo ponen una mesa donde apenas consiguen acomodar una veintena de libros. Todo en ella parece hecho a medida de una precipitada vehemencia por la literatura de un canon silencioso y, en ese sentido, quizá tenga el tamaño justo: es pequeña, como un secreto.

La librería Escandalar comenzó, pues, como una imprenta. Francisco Fenton, lector y luego editor, conoció en el 98 a Jorge Jiménez, mente maestra detrás de Taller Ditoria. Entablaron buena amistad pues no sólo sus gustos empataban, buscaban cosas similares. Un monitor ámbar, de escritura apenas posible, fue la génesis de una exploración que continúa hasta hoy: cómo hacer libros que escapen a cualquier vía comercial, ni hablar de ISBN, pero libros, al fin y al cabo, que encuentren a sus lectores. Roberto Rébora y Gilberto Moctezuma presentaron a Fenton con el maestro impresor Eugenio Martínez Pineda. Fue reservado al principio, pero quizá las intenciones le parecieron genuinas: este tipo quiere levantar una editorial de la manera menos eficiente, en imprenta de tipos móviles. Martínez Pineda aceptó recorrer la ciudad en busca de la máquina que pudiese realizar el trabajo gestado en la cabeza de Fenton. Itineraron hasta dar con una Chandler & Price 12 x 18 pulgadas de 1927, hecha en Cleveland, sólida, sin desgastes terribles, perfecta para el trabajo.

Máquina en mano, Fenton se preguntó qué libros habrían de imprimirse con ella, qué literatura cobijar, qué tipo de ideas, planteamientos, sensaciones. No tardó en darse cuenta de una necesidad tremenda en el México que apenas conseguía emanciparse del pacismo. Nadie publicaba literatura joven: las generaciones nacidas en los setenta y principios de los ochenta apenas comenzaban a dar sus primeros libros. Todo era incipiente y esa literatura, que apenas se asomaba a la ventana de los grandes artefactos culturales, debía conocerse, ser preservada, contenida en formatos que, desde su concepto, rasguñaban una idea distinta de los mecanismos que supuestamente hacen que los libros funcionen dentro del mercado. Más aún, esta literatura era una respuesta evidente a la herencia de Vuelta y aquello que Paz había dejado a sus ahijados. “Estas ediciones manuales no estaban pensadas para legitimarse ante una generación que ya tenía una trayectoria hecha”, señala Fenton mientras revisa algunos de los volúmenes que ha publicado.

Juan Malasuerte

Con el sello Juan Malasuerte comenzó a publicar, quiso y consiguió editar libros lejos del centro ideológico-geográfico de la literatura nacional. “Mi lectura muy básica de las cosas era que el fenómeno de Paz había destruido la generación que trabajó con él, había creado enormes dificultades para la generación del sesenta y estragos para la del setenta. No había escrituras más allá de un tiro corto de distancia de donde estuvo Paz”. La búsqueda de lo contrario –esa tripa, lo cutre, la suciedad, lo que está abajo, al sur– orilló a Fenton a rastrear, con la paciencia de un sábado por la mañana, escrituras laterales, extrañas, lo que Diamela Eltit llamó escritura no consensual. Poesía no consensual, por encima de todo.

Sabe bien que al fondo del oficio de poeta existe también una relación profunda con la imprenta. (Ideas de orden de Wallace Stevens fue impreso en tipos móviles; Robert Creeley se quedó una época en las barriales con una máquina Chandler, imprimiendo poesía; Anaïs Nin también imprimía libros.) Fenton, por su parte, publicó a Alicia García Bergua, leyó a José Kozer en Vitoria, fue cautivado por Ida Vitale. Ya que los de los ochenta empezaron a dar libros lanzó, en una edición tan bella como diminuta, Hasta aquí nada pudo separarme del cielo de Inti García Santamaría; dejó que Andrea Alzati se integrara cotidianamente en el taller para corregir las pruebas de su Animal doméstico; no se detuvo hasta tener algo de Francisco Garamona; persistió, como pocos, para publicar la poesía de Zaratustra Vázquez, El hombre que odiaba las naranjas.

Otros nombres: Hugo García Manríquez, Kit Schluter, Tilsa Otta.

Otros nombres futuros: Magdalena Chocano, Xavier Echarri y la posible publicación de unos ensayos que, por fundamentales, vale la pena destacar: una veintena de textos en torno a la obra de Octavio Armand, que aparecerá bajo el nuevo sello, Librería Escandalar.

La línea editorial es tan clara que ha roto la hoja sobre la cual ha sido dibujada. Hay mexicanos, hay escritores del Cono Sur, hay personas que no pueden suscribirse a ningún tipo de nacionalidad, escritores de aquí y de allá. Se busca la posvanguardia, lo que sea que haya sucedido tras los Lamborghini y Néstor Perlongher, lo que sea que se nos haya olvidado tras José Lezama Lima, pero sin recargarse demasiado ahí, sin ser demasiado estrictos con los estilos literarios. Lo de Fenton constituye una fuerte reacción contra el modelo paciano de difusión cultural, contra sus arquetipos artísticos, contra todo lo que pueda considerarse oficial. Pintado el dedo, algo más grato comenzó a suceder: el diálogo constante con América Latina, pero no la América Latina que vive del exotismo provisto por el mercado norteamericano, sino la América de la herida: Perú, Chile, Argentina, Bolivia, Colombia, Ecuador, Venezuela, la América que debajo de nuestra superficie encuentra aún una bola de estambre perfectamente barroca, perfectamente enredada. “Estamos partidos por el medio”, dice Fenton mientras acomoda unos libros de César Aira editados por la argentina Interzona, y continúa: “En esa costura es donde debemos comenzar a reconstruirnos”. Y entonces sí, sonríe.

Conciencia topográfica

México, sin embargo: lugar común. Hablar de una supuesta seriedad sería quitarle carga a la crítica más puntual que podría hacerse. No es tanto seriedad como institucionalización: un ámbito cultural que vive golpeado y enriquecido en partes iguales por Estados Unidos, un canon cuyos pesos internos están mal distribuidos, una endogamia que de pronto pierde de vista el diálogo que podría tener con otros países latinoamericanos. “Debemos tener consciencia de nuestra topografía. La herencia de gente como Lezama o los argentinos de ese grupo me parecen puntos desde los cuales podemos reconocernos. En otros países hay muchísima comunicación. Nosotros no estamos ahí, y esa ausencia está tocando la puerta”.

En Latinoamérica escribimos desde los problemas de identidad. Quizá por eso nuestro diálogo es tan incansable, tan intenso. Escandalar nace como librería bajo la tutela de ese diálogo: intercambio de libros entre distintos escritores latinoamericanos, tráfico constante de escrituras a maleta, editoriales argentinas y chilenas cuyo único método de distribución raya en la clandestinidad, libros peruanos que son intercambiados gentilmente por libros de las mexicanas Dharma o Meldadora. La idea no es nueva, y tampoco es propia de Fenton, su inspiración viene de otros lectores trotamundos: el poeta Francisco Garamona, creador del impresionante catálogo del sello Mansalva y de la librería La Internacional Argentina, en Buenos Aires; Carlos Carnero (“uno de los tipos que más sabe de poesía en toda Latinoamérica”) y la legendaria Librería Inestable, ubicada en Lima. Ambos guían la navegación de Escandalar. Acá hay libros extraños, piezas apenas asequibles en cualquier otra coordenada de la Ciudad de México.

Son libros que Fenton ha traído, uno por uno. El desfile de editoriales sudamericanas es interminable: están las argentinas Mansalva, Vox/Nox, Iván Rosado, Blatt & Ríos,  Neutrinos, N Direcciones, Eloísa Cartonera, Ediciones Nebliplateadas, Caleta Olivia; las chilenas Alquimia, Overol, Komorebi, Cinosargo, Bisturí 10, + Descontexto, Metales Pesados, Tajamar, Ediciones Universidad Diego Portales; Fondo de Animal y Ruido Blanco de Ecuador; Catafixia Editorial de Guatemala; Pesopluma, Lustra, Álbum del Universo Bakterial, Cascahuesos, Sur / Virrey y Librería Inestable de Perú; las uruguayas Hum y  Estuario; Libros de la Resistencia, Ediciones Sin Fin y demás españolas, y hasta venezolanas como Bid & Co., Kálathos, Estilete, Pequeña Venecia, Letra Muerta.

No es absoluto, no se considera el único que ha dialogado intensamente con Latinoamérica. Reconoce la labor de Jocelyn Pantoja, de Mariana Rodríguez, de Yaxkin Melchy, se refiere a ellos como “aire fresco para un canon tan cerrado”. Incluso acá se ha publicado y leído, de forma extensa, a tipos como Enrique Verástegui, así que Fenton tampoco se para el cuello a razón de ser el único en su clase. En cambio, es generoso, uno puede entrar a su librería y encontrar estos libros a precios sumamente accesibles, a pesar de la difícil tarea que implica traerlos. Los exhibe en pequeños estantes de madera, amontonados como si se tratara de una biblioteca personal; casi no hace promoción en redes sociales, y ni hablar de preocuparse por su presencia en Twitter.

Milagros Rojas se encargó de realizar ese trabajo y durante su estancia consiguió crear uno de los ciclos de lectura más anómalos e incluyentes de los que pueda hablarse: poetas de varios países reunidos en el espacio más pequeño posible, intercambiando ideas, colaborando, compartiendo sus textos y catálogos, pues muchos de ellos también se desempeñan como editores. Cuatro escritores y un artista visual se reunían en cada sesión. Se leían los trabajos y el espacio era intervenido por el artista en turno. Al final, los textos de la sesión eran editados en un fanzine cuya tapa también era creada por el artista, “de tal forma que dos circuitos pudiesen dialogar en el mismo espacio”, me cuenta Milagros, mientras enumera algunos de los nombres que participaron en esos 14 ciclos: Tobias Dirtiy, Mirna Roldán, Karen Lima, China Made, Jessica Díaz, Pablo Robles Gastélum, Paola de Anda, Karla Kaplun, Manuel Becerra, Balam Bartolomé, Irene Trejo, Andrea Villalón, Lauren Stroh, Franco Basualdo, Rolando Hernández, Magdalena Petroni, Mariana Rodríguez, Iván Ortega, Isauro Huizar, Xel-Ha López, Wendy Cabrera Rubio, Tania Langarica, Román Luján, Iván Palacios Ocaña, Madeline Jimenez Santil, Kit Schluter, Sofía Ortiz, Esthel Elvera, Daniel Aguilar Ruvalcaba, Áladín Prix, Clara Esborraz, Axcel Bremurio, Augusto Sonrics, Martin Farnholc Halley, Andrea Alzati, Girasol Caricatura, Víctor Tzompantzi, Jose Eduardo Barajas, Lía García, Israel Urmeer, Miguel V. González y Salón Silicón.

Detrás del vidrio

Aun cuando la librería esté cerrada uno puede detenerse a mirar lo que hay dentro, pues no tiene paredes que la protejan del exterior, sólo vidrio, muy grueso, siempre limpio, transparente hasta la clarividencia. Es como si Fenton supiera que nadie va a romperlo para llevarse los libros que están adentro, y eso es triste y gracioso a la vez.

Octavio Armand llevó a cabo la edición de la revista escandalar mientras vivía en Nueva York, a finales de los setenta y comienzos de los ochenta. Siempre procuró que el nombre se escribiese en minúsculas. Ahí publicó uno de los panoramas más amplios que puedan llegar a rastrearse en las Américas: contó con Blanca Varela, un casi desconocido Osvaldo Lamborghini, Lydia Cabrera, Ida Vitale, Julia Kristeva, María Fernanda Palacios, Guillermo Cabrera Infante, Severo Sarduy, Lorenzo García Vega,  Ulalume González de León, Salvador Elizondo. ¿Steiner? Steiner y primeras traducciones de Barthes, Derrida, Bloom, Simic, Strand. Es decir, una cuidadosa pero amplia selección de voces. Al leer escandalar uno tiene la sensación de que no existe una línea editorial determinada, que todo está permitido, y es justo en esa amplitud donde reside su valor. Si la mirada no se multiplica, no sirve.

Francisco Fenton pretende algo similar con su librería, que no por casualidad ha sido bautizada así. Una labor regional ejecutada de la forma más local posible. “Me gusta pensar que la escritura latinoamericana es como una especie de coro, donde cualquier ausencia puede ser palpable”. Multiplicada en la amistad, creada al interior mismo de los oficios escriturales y de la impresión, la librería Escandalar parece siempre la punta verde de un tallo que crece a razón de la escasez que estos títulos sufren en cualquier otra librería. Se mantiene viva una conversación, un diálogo profuso que cada vez exige más atención. “La imprenta y la amistad han sido nuestras grandes maestras”, lo que está a un costado ha sido siempre la dirección adonde apunta la brújula. El mapa está siendo dibujado.

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