16 de agosto de 2017

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16/10/2025

Literatura

Auge y desaparición de la tuiteratura

Las posibilidades para la escritura en las nuevas plataformas digitales han sido clausuradas por las dinámicas de las redes sociales

Alejandro Badillo | jueves, 16 de octubre de 2025

Fotografía de Terrillo Walls en Unsplash

Según Wikipedia las primeras novelas en Twitter (ahora X) aparecieron en 2008. En aquel entonces esta red social limitaba los mensajes a 140 caracteres; después aumentaría la cuota a los 280 actuales, si no se adquiere la cuenta Premium. Como sucedió con la aparición de las primeras redes sociales (Facebook se fundó en 2004 y Twitter en 2006) hubo muchas esperanzas de que revolucionaran la comunicación y, sobre todo, promovieran lazos colaborativos entre las personas. Para los escritores, en particular, significaba poseer una tribuna independiente de editoriales, revistas y periódicos. La promesa no era sólo promocionar las obras publicadas sino usar Internet como un espacio de creación in situ, una suerte de página en blanco en la que autores y lectores podían interactuar. En aquel entonces las redes sociales aún dependían del texto, antes de considerarlo algo accesorio como sucede en Instagram. Twitter, antes de ser comprada por el oligarca Elon Musk, destacó por la brevedad de los mensajes, que podían ser acompañados por fotografías o enlaces.

La fiebre por compartir textos literarios muy breves le dio un nuevo auge a los poemas, aforismos, palíndromos (y otros juegos de palabras) y minificciones. Autores de varias partes del mundo usaron con regularidad Twitter con la esperanza de que su ingenio volviera virales algunas de sus creaciones, como ocurrió en aquel entonces. Conforme la tecnología avanzó, los textos literarios en internet se mudaron de la pantalla de la computadora de escritorio a las laptops y, después, a los teléfonos celulares. Uno podía ir en el transporte público y entrar a Twitter para comentar algún microcuento o crear uno en el momento. Se celebró, también, que la escritura en esa red social fomentara el lenguaje directo y sin adornos innecesarios. Había que pulir, como los buenos autores, cada frase hasta que se ajustara al tamaño reducido de un tuit. 

México siguió la moda de la tuiteratura. Autores como Mauricio Montiel Figueiras, José Luis Zárate o Alberto Chimal compartieron efusivamente sus creaciones hechas especialmente para Twitter. Los dos últimos participaron en encuentros a lo largo del país sobre el tema y daban talleres de tuiteratura. Montiel Figueiras, incluso, creó una cuenta alterna, “El hombre de Tweed”, para la escritura de una novela, aunque su intención final –como él mismo lo dijo– era publicar su obra en un libro tradicional impreso. En una entrevista concedida a La Jornada en 2016 fue más allá y afirmó: “Con la computadora, Facebook e Instagram nos fue dada una nueva máquina de escribir”.

Es curioso que los exponentes más entusiastas de la tuiteratura hayan sido autores de la Generación X (Montiel Figueiras nació en 1968, Chimal en 1970 y Zárate en 1966). Autores más jóvenes no se apartaron de las redes sociales, pero no usaron Twitter como una nueva plataforma de escritura. Es lógico: la Generación X recibió la influencia de la “cultura gadget”, es decir, fueron pioneros en el uso de aparatos cada vez más sofisticados que evolucionaban aceleradamente: celulares, videojuegos, televisiones convertidas en pantallas interactivas, decenas de canales por cable, entre otros. Las generaciones posteriores no percibieron las nuevas tecnologías como una novedad largamente esperada sino como un entorno al que estaban acostumbrados desde pequeños. Chimal y Zárate, además, son autores que formaron parte de círculos de ciencia ficción y literatura fantástica. En la década de los noventa, por ejemplo, el uso de la computadora, los CDs y la primera etapa de Internet materializó lo que ellos habían leído e imaginado años antes en las historias futuristas que los formaron.

A pesar de las promesas grandilocuentes de la tuiteratura, pocos entendieron la dinámica propia de las redes sociales y, sobre todo, su transformación con el paso del tiempo. Montiel Figueiras asumía que Twitter era una nueva máquina de escribir sin tomar en cuenta que esta red social estaba hecha para capitalizar la atención de los usuarios. Una máquina de escribir es propiedad de quien la usa y el autor tiene total control sobre su herramienta. Twitter, en cambio, crea una ilusión de libertad de discurso y creativa (así lo pensaron los escritores que promovieron su uso) cuando, en realidad, manipula a los usuarios para vender publicidad y, sobre todo, promover discursos de odio y la ideología de la derecha radical, sobre todo a raíz de su compra por Elon Musk. No sólo eso: Twitter y luego X se está convirtiendo en un ecosistema cada vez más artificial, pues está inundado por cuentas falsas y bots. Es ingenuo pensar que la red social, al igual que otras, sea un espacio neutral propicio para la creación artística e, incluso, la difusión de una obra. Por cada microcuento, poema o aforismo compartido hay miles de tuits hechos para provocar reacciones viscerales. 

La desaparición de la tuiteratura fue rápida, como sucede con muchos fenómenos actuales. Gran parte de sus practicantes abandonaron X ya sea por criticar a Elon Musk o porque sus textos eran bloqueados o invisibilizados. Ahora sus cuentas están inactivas o abandonadas. Curiosamente muchos han regresado a los blogs, comunidades que recuerdan los inicios de Internet y funcionaban como espacios de difusión y conversación pública. Plataformas como Substack (más allá de algunas críticas pertinentes a su modelo de negocio) parecen reconciliar a los autores que quieren compartir textos sin claudicar ante la imagen que domina Internet, en particular en redes sociales.

Una herencia indeseable de la escritura en tuits es el menosprecio al argumento y el triunfo de las sentencias y opiniones que no necesitan respaldo alguno. La escritura en tuits privilegia ideas simples que asumen el formato de cualquier eslogan. Los párrafos largos que, con independencia del género textual, ofrecen un contexto amplio y diversos tipos de estrategias retóricas, ahora se han convertido en minipárrafos que impiden propuestas más o menos profundas. El periodismo escrito, quizás, ha sido la principal víctima de esta tendencia. Sabedores que los consumidores de información usan el celular para leer, los columnistas actuales escriben textos conformados por párrafos-tuits. Después de publicarse en los medios tradicionales, son compartidos desde sus cuentas en hilos para su difusión. Cada tuit es una unidad de pensamiento limitado por los 280 caracteres. Muchas veces el espacio alcanza para dos frases relativamente cortas. El que ha llevado este método al extremo es el periodista Héctor Aguilar Camín, que en su columna del diario Milenio convierte a los párrafos en frases de un puñado de palabras. Su libro más reciente, La dictadura germinal, es una recopilación de este tipo de textos. 

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