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Música

Sol Oosel o lo incognoscible

“Los artistas son personas capaces de crear sus propios sistemas”, Sol Oosel; el músico recién presentó su nuevo álbum, editado por Umor Rex Records

Luis Arce | miércoles, 6 de noviembre de 2019

Sello: palabra polisémica que designa a la vez lo puntual y lo característico, pero que se emplea, igualmente, para referirse a aquellas iniciativas de publicación y edición tan centradas como distintivas. En ocasiones, las más afortunadas, se trata de un conjunto, casi de una obra, de álbumes o libros precisos, cuidados y siempre escritos y editados con un gran sentido de responsabilidad. Dicho esto, México tiene sellos, varios, no pocos –en serio– pero quizá ninguno englobe con tanta precisión el significado de esta palabra como Umor Rex Records, dirigido, diseñado y creado por Daniel Castrejón.

Por más de diez años Umor Rex ha puesto sobre la mesa discusiones importantes y, sobre todo, necesarias para entender o revisar el panorama de la música nacional. Y esto, sin recurrir precisamente a lanzamientos nacionales, aunque músicos como Alejandro Morse, Cian y Logar Decay han realizado producciones dentro del sello, la mayor parte de los seleccionados por Daniel son extranjeros. En este gesto no puede leerse un signo de malinchismo, sino una curaduría llevada al extremo de sus efectos: los artistas que aparecen acá no representan nada, la selección obedece en realidad a una obsesión profunda por encontrar sonidos que, familiares y contrarios a la vez, puedan englobar un punto de vista y multiplicar las experiencias de los escuchas cercanos. Es un sello de referentes casi secretos, donde artistas, público y promotores apenas se atreven a murmurar lo que escuchan.

Par de reclusos, ermitaños o simple entusiastas de la obsesión, Daniel Castrejón y Sol Oosel  se encontraron por vez primera cuando éste último presentaba sus primeros trabajos con sintetizadores modulares, ejecutados de forma libre, a centímetros de la completa improvisación. Un trabajo profundamente interiorizado, desinteresado de cualquier tendencia o búsqueda cotizada de antemano por la escena donde nace, es decir, algo sumamente parecido a lo que Daniel Castrejón estaba haciendo con Umor Rex. 

Oosel no es, bajo ninguna circunstancia, un descubrimiento, sino la reafirmación de un músico que ha pasado los últimos 20 años explorando sonidos que van desde el rock más agreste hasta el electropop de las fiestas regiomontanas

Daniel no titubeó en pedirle una grabación para el sello. Le dio dos semanas para sacar un casete. Oosel consiguió tener seis tracks listos, y los envió mediante correo electrónico. Al escucharlos, Castrejón resolvió que la cinta magnética no le haría justicia a lo que estaba sonando. Le propuso entonces lanzar estos tracks en el formato estrella de Umor Rex: un vinilo, tratado a nivel estético de una forma tan cuidadosa y atenta como cualquiera de Rafael Anton Irisarri o Driftmachine. Sin minimizar. “Personalmente me sentí muy halagado. Sobre todo porque ésta es mi primer obra enteramente de electrónica”. Oosel no es, bajo ninguna circunstancia, un descubrimiento, sino la reafirmación de un músico que ha pasado los últimos 20 años explorando sonidos que van desde el rock más agreste hasta el electropop de las fiestas regiomontanas. Formó parte de la leyenda de Zurdok, y pasó la primera década de este siglo acompasando el movimiento de Happy Fi con grupos como Quiero Club y She’s a Tease. Dondequiera que aparezca no será tomado por un extraño, pues siempre ha estado atento a lo que ocurre. Conocía y respetaba Umor Rex desde antes, y no pudo más que conmoverse al saber que estaba por lanzar una pieza extraña bajo el amparo del sello. “Es raro encontrar cosas así, que logren tener el output que quisieras tener. Mi trabajo estaba ahí, lo verdaderamente singular era Umor Rex. Me considero fan del sello, para mí todo esto es una gran bienvenida”, considera el músico.

 

Más allá de su larga estadía en el panorama nacional, es verdad que Sol Oosel y su En allégeance à l’inconnaissable – Une étude en chorégraphie pour le flux d’énergie (2019) se sienten como algo totalmente distante de todo lo que el músico haya hecho en el pasado. El sonido, creado y modulado en gran variedad de sintetizadores y un Roland SH-09, profundiza en el enigmático significado de la música ambient, pero le otorga un sentido solamente posible mediante el aislamiento. Oosel tomó la decisión, incluso antes de producir este álbum, de alejarse del resto de la escena y vivir en Tepoztlán, donde solo tiene un estudio y artefactos para reproducir y escuchar música: “Llevo cinco años viviendo ahí, me la he pasado en plan bastante ermitaño”. Llanus (2018), su disco anterior, y lanzamiento con el cual comenzó su incursión y libre caída en el mundo de la electrónica, es un álbum que habla justamente de esas obsesiones: no tanto crear un sonido como encontrarlo y para hacer eso a veces necesitas estar, mucho, mucho tiempo solo.

Esta forma de composición puede resultar bastante extenuante pues el artista tiene que adentrarse en sí mismo hasta casi desaparecer. Prolifera, entonces, el sonido que parece no tener rumbo, porque el rumbo es una idea muy inútil cuando estás en medio de la nada y acá estamos frente a un álbum que reproduce casi a la perfección la insolación de avanzar por una carretera mexicana cuando la luz está por ocultarse entre los peñascos y las cactáceas marcan con verde tino la últimas horas de la tarde: no hay ruta. Es un álbum que, al igual que su creador, está “avanzando a distintos caminos en lugar de ir hacia uno solo”. “Una vez en el estudio, los sintetizadores se comportan como una extensión de ti mismo y sales a buscar un sonido sin saber claramente si vas a encontrarlo. Se trata más bien de interactuar con la máquina. Y jugar muchas horas. Te encuentras a ti mismo en una especie de meditación o trance donde finalmente decides Esto se graba”. Y el material grabado no demerita de ninguna forma la búsqueda realizada, se pertenecen y de alguna forma se corresponden: la obra y el sonido de Sol Oosel no son del todo concretos, sino una fuerza centrífuga que lo lleva de vuelta a su persona, más que improvisación lo considera canalización. Un ejercicio necesario tras 20 de hacer música en compañía de otros artistas. Y donde se encuentra, finalmente, solo y por encima de todos.

 

Tal como muestra el arte del disco, diseñado con gran tino por Daniel Castrejón, de Oosel solo puede conocerse una imagen borrosa, un hombre solitario, detenido en medio del desierto, como bailando con alguien que claramente no está ahí. Se tiene a sí mismo como guía y solo puede confiar en los pequeños hallazgos que va realizando a medida que avanza. El mapa que sigue es el mapa de sus inquietudes, naturalmente titubea y solo cuando encuentra algo valioso se detiene, trata de capturarlo y sigue adelante. “Para mí los artistas son personas capaces de crear sus propios sistemas”, dice Oosel. En total le tomó cuatro meses terminar el trabajo, un tiempo relativamente corto si se le compara con el tipo de piezas que obtuvo a cambio. Cada una de las composiciones que aparecen aquí tiene características que las hermanan y muestran coordinadas, están hechas de la misma energía y contenidas por formas similares, si tuviésemos que apresurar un juicio, diríamos que tienen un sello propio, hecho de ideas que no pueden reducirse a las constricciones de un concepto, sino que existen únicamente a medida que suceden, pero que guardan, en su formación, una intención muy clara: el material está seleccionado con gran precisión, pero forma parte de un estudio más grande, y constituye apenas un atisbo de todo lo que Sol está por encontrar.

Sol Oosel se presentará durante el marco del festival MUTEK 2019 en la Ciudad de México.


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