05/11/2025
Literatura
Comprender, compartir, escribir
Selma Ancira, reconocida traductora del ruso y el griego moderno, reflexiona en esta entrevista sobre las aristas creativas de su oficio
Selma Ancira retratada por Sebastián Machado
Selma Ancira (Ciudad de México, 1956) es una de las más destacadas traductoras literarias del ruso y del griego moderno. Lev Tolstói, Yannis Ritsos, Antón Chéjov, Nikos Kazantzakis, Alexandr Pushkin, María Iordanidu o Theodor Kallifatides han sido traducidos teniendo en cuenta su “contexto, la materia y todo aquello que el tiempo no diluye”. Ancira es reconocida por haberle descubierto al lector hispanohablante la obra de Marina Tsvietáieva, una de las escritoras fundamentales de la poesía rusa del siglo XX.
Entre los importantes galardones que ha merecido su labor destacan la Medalla Pushkin, máximo galardón con el que Rusia condecora a los artistas extranjeros; el XII Premio de Traducción Ángel Crespo; el Premio de Literatura Marina Tsvietáieva o el Premio Nacional de Artes y Literatura, en el campo de Lingüística y Literatura. Tuvimos la oportunidad de conversar con Selma Ancira y compartir sus reflexiones sobre la labor del traductor. Como ella misma recuerda en su libro El tiempo de la mariposa (Gris Tormenta, 2024): “Cuando te cautiva un autor, te sientes capaz de dar la vida por traducirlo. Que traducir es comprender. Que traducir es compartir. Y, sobre todo, que traducir es escribir”.

En una reseña de Carlota en Weimar, Stefan Zweig señalaba lo siguiente: “Me temo que cualquier traducción hará que pierda gran parte de su encanto, pues será muy complicado recoger las sutilezas, las discretas alusiones, las perspicaces referencias que se asoman a sus páginas”. ¿Qué pierde el lector en español en una traducción del ruso?
Es tarea del traductor reproducir “las sutilezas, las discretas alusiones y las perspicaces referencias” que encuentra en las páginas que traduce. Hay textos que le permiten moverse con soltura, desvelar las sutilezas, recrear los malabares que hace el autor del original, pero con los elementos que su lengua le ofrece. Armar los juegos de palabras, si los hay, pero en el lugar y en el momento en que el español se lo consiente. Existen otros textos que carecen de sutilezas y discretas alusiones –pienso ahora en El camino de la vida de Tolstói–, en los que la traducción ha de seguir a pie juntillas el texto original.
“Cada texto es un mundo y cada novela, relato, ensayo, cuento o pieza dramática requiere de una aproximación particular, única. Y es ahí donde el traductor debe afinar su oído, cargar de tinta su pluma y prepararse para emprender el largo camino que toda traducción exige”: Selma Ancira
En el caso de una novela o de un relato, citemos por ejemplo El diablo, uno de los más bellos relatos autobiográficos de Marina Tsvietáieva. El lector en español leerá un texto fiel, pero de ninguna manera esclavizado al original. Recibirá el 100% de la obra, pero con los nudos de la urdimbre ahí donde el español se lo permite. Cada texto es un mundo y cada novela, relato, ensayo, cuento o pieza dramática requiere de una aproximación particular, única. Y es ahí donde el traductor debe afinar su oído, cargar de tinta su pluma y prepararse para emprender el largo camino que toda traducción exige.
El tiempo de la mariposa es una reflexión sobre la traducción. En el libro recuerda que “en Rusia, descubrí mi vocación. Supe que, cuando te cautiva un autor, te sientes capaz de dar la vida por traducirlo”. ¿Qué la llevó a estudiar en Moscú e interesarse por los escritores rusos?
El ambiente familiar en el que crecí, seguramente. Mi padre, Carlos Ancira, actor de teatro, representó a lo largo de toda mi infancia a muchos autores rusos: Gógol, sí, El diario de un loco, que muchos espectadores aún recuerdan, pero también Chéjov, Andréiev, Dostoievski… Los escritores rusos del siglo XIX, dramaturgos, cuentistas, novelistas, estaban presentes en casa, formaban parte de nuestra vida familiar. Cuando llegó el momento de elegir estudios superiores, siendo como soy una amante de los viajes y de la extraordinaria y prodigiosa diversidad cultural que nos ofrece el mundo, no me fue demasiado difícil decidirme por la literatura rusa y embarcarme en la aventura de ver, por fin, aquel universo del que tanto había oído hablar durante los primeros dieciocho años de mi vida.

Es usted considerada la primera traductora de Marina Tsvietáieva en lengua castellana. ¿Cómo descubrió a la poeta rusa? ¿Por qué cree que tardó tanto tiempo en ser traducida a nuestro idioma?
La descubrí cuando estaba estudiando en Moscú. Un empleado de la Agencia de Derechos de Autor a quien visitaba yo con frecuencia, en busca de obras de teatro que mi padre pudiese montar en México, me confió, una tarde inolvidable, el manuscrito de las Cartas del verano de 1926 aún inéditas. Totalmente inéditas. No se habían publicado ni en la Unión Soviética ni en ningún otro lugar del mundo. La lectura de esas cartas fue un descubrimiento de tal magnitud que no pude sino darme a la tarea de traducirlas. Tsvietáieva me hechizó. “Al niño no hay que explicarle nada, al niño hay que hechizarlo”, dice en su maravilloso relato Mi madre y la música. Y eso fue lo que la lectura de esas cartas hizo conmigo. Caí rendida frente a su genialidad, su sensibilidad, su manejo de la lengua… Me enamoré de ella y sigo enamorada. Cada vez que la leo vuelve a deslumbrarme y vuelvo sentir ese impulso irresistible de compartirla con los lectores, esa necesidad imperiosa de continuar dándola a conocer, la misma necesidad que me llevó a traducirla por primera vez.
Se ha dicho que Tsvietáieva “representa la transformación más radical de la cultura rusa desde el impacto causado por Pushkin”. ¿Qué destacaría de su obra y de ella misma?
Destacaría la musicalidad de su prosa, el laconismo de su escritura, la manera que tiene de transformar la vida en lenguaje. Destacaría, desde luego, el ritmo sincopado de sus versos. Destacaría también la honestidad con la que vivió su vida. La fortaleza con la que enfrentó su época y su capacidad para convertir las adversidades más profundas en poesía.
“Cada vez que leo a Tsvietáieva vuelve a deslumbrarme y vuelvo sentir ese impulso irresistible de compartirla con los lectores, esa necesidad imperiosa de continuar dándola a conocer, la misma necesidad que me llevó a traducirla por primera vez”: Selma Ancira
Así era Lev Tolstói (Acantilado, 2022) son tres volúmenes que recogen la voz de aquellos que trataron personalmente al autor de La felicidad conyugal. Usted es la editora y traductora de este libro. ¿Cómo surgió la idea de reunir en tres volúmenes los recuerdos de las personas que conocieron a Tolstói?
Con la traducción y publicación de los Diarios y de la Correspondencia le había ofrecido al lector un autorretrato bastante exhaustivo del autor de La historia de un caballo. Me parecía y me sigue pareciendo interesante ofrecer, paralelamente a dicho autorretrato, un retrato hecho por personas que lo conocieron, contemporáneos suyos, gente que de una u otra manera estuvo cerca de él, que convivió con él o que simplemente compartió algún momento de su vida con Tolstói. Y así, en este proyecto que llamamos Así era Lev Tolstói, sus amigos, sus conocidos o parientes, sus traductores, sus seguidores y también sus detractores dibujan a un Tolstói vivo, cada uno con su paleta de colores, cada uno desde una perspectiva distinta. De ese modo, autorretrato y retrato se complementan dando al lector en español la posibilidad de acceder, lo más ampliamente posible, a lo que se acostumbra llamar, junto con Anna Karénina y Guerra y paz, “la tercera gran novela de Tolstói”, es decir, su vida.

Entre otros libros de Lev Tolstói que ha traducido se encuentra su Correspondencia y sus Diarios. ¿En cuál de los dos libros cree que aparece el Tolstói más auténtico?
En ambos. Tanto en sus cartas como en sus diarios Tolstói se muestra sin retoques. La veracidad fue, a lo largo de todo el camino de la vida que recorrió Tolstói, condición muy importante para él. En mi opinión, el autor de Guerra y paz sigue a Montaigne cuando éste dice: “Si yo hubiera pretendido buscar el favor del mundo, me hubiera engalanado con prestadas hermosuras; pero no quiero sino que se me vea en mi manera sencilla, natural y ordinaria, sin estudio ni artificio, porque sólo me pinto a mí mismo. Aquí se verán a lo vivo mis defectos e imperfecciones y mi modo de ser, todo ello descrito con tanta sinceridad como el decoro me lo ha permitido”.
Su otra lengua como traductora es el griego moderno. Como usted misma recuerda: “Grecia… ¡Que poderosa atracción ejerció en mí desde niña! Cuántas veces soñé con recorrer las estrechas callejuelas que miran al Partenón”. Su vínculo con los idiomas ¿proviene de esas ilusiones infantiles?
No sé, nunca lo había pensado desde esa perspectiva… Lo que sí sé es que siempre, desde muy niña, he sentido pasión por los idiomas. Principalmente por el español. Como acabo de decirle, me sé y me siento afortunada de haber nacido en esta lengua maravillosa en la que ahora estamos conversando usted y yo. Pero las lenguas extranjeras me atraen, me atraen poderosamente. Yo las veo como ventanas a otros mundos. Aprender una lengua me da la posibilidad de zarpar hacia aventuras extraordinarias, de hacer lecturas insospechadas, de descubrir e internarme en mundos que me ayudan no sólo a entender sino a disfrutar de la formidable diversidad y riqueza del mundo en que vivimos. Con el aprendizaje de una lengua extranjera, mi manera de acercarme a la cultura de la lengua que aprendo es distinta, todo son hallazgos y revelaciones. Siento que con cada lengua nueva que aprendo me enriquezco como persona.
“Aprender una lengua me da la posibilidad de zarpar hacia aventuras extraordinarias, de hacer lecturas insospechadas, de descubrir e internarme en mundos que me ayudan no sólo a entender sino a disfrutar de la formidable diversidad y riqueza del mundo en que vivimos”: Selma Ancira
Yannis Ritsos, Theodor Kallifatides o Nikos Kazantzakis son algunos de los autores que ha traducido del griego al español. ¿Qué podría decirnos de cada uno de ellos para conocerlos un poco mejor?
¡Tres autores maravillosos!
A Ritsos tuve la fortuna de conocerlo en persona, en el ya lejano 1982, cuando estudiaba en Atenas. Un poeta que además era pintor, actor, militante político, bailarín, traductor, calígrafo… Una personalidad arrolladora. Y, sin embargo, era un hombre atento, sencillo, afable, generoso. Con un talento descomunal.
A Kazantzakis lo conozco a través de sus novelas y también de ese extraordinario libro que sobre él escribió su mujer, Eleni Kazantzaki, y que lleva por título Kazantzaki, el disidente. Es un autor con el que mi alma se siente en eterna sintonía. Los valores que rigieron su vida son afines a los que rigieron la vida de Tolstói. Y son aquellos con los que mi alma comulga. Leer a Kazantzakis me ayuda a crecer como persona.
Con Teo Kallifatides tengo una bella amistad. Lo descubrí con la lectura en griego de Otra vida por vivir, y durante el proceso de traducción de esa novela nos hicimos amigos. Es un hombre de una inteligencia excepcional, de una sencillez admirable y con muchas cosas que contar. Traducirlo es siempre una delicia.
Afortunadamente los tres autores que usted menciona han sido ampliamente traducidos a nuestra lengua y un lector interesado tiene a su disposición una buena bibliografía.

Usted ha dicho que traducir es, entre otras cosas, “transportarte al siglo y al entorno del argumento traducido, es recrear, en tu momento y tus circunstancias, un mundo muchas veces desaparecido”. ¿Cree que es una de las mayores dificultades en la traducción, tratar de preservar esa pátina del tiempo?
Por supuesto. Y es algo que requiere de un trabajo minucioso, detallista, concienzudo. Requiere de mucha paciencia. De un ritmo lento, pausado. También requiere de muchas lecturas. Es una labor como de orfebrería. Trabajar en la pátina del tiempo del texto recreado es, quizá, una de las etapas más hermosas en el largo proceso de metamorfosis por el que atraviesa una traducción literaria.
Es mexicana, aunque reside desde hace muchos años en España. Ha habido grandes traductores latinoamericanos; recuerdo ahora a Juan José del Solar. Hay ciertas reticencias con las traducciones de uno y otro lado del Atlántico. Miguel Sáenz se preguntaba: “¿por qué son incapaces de aceptar que una traducción tenga el acento de algún país de América? Y a la inversa: ¿por qué a veces, en América Latina, se califica a una traducción de mala, simplemente por ser española, sin atender más razones?”. ¿Ha percibido en sus colegas de profesión estos desacuerdos?
Sí, pero yo creo que eso está cambiando y que cada vez estamos más abiertos a aceptar la prodigiosa diversidad del español. Haber nacido en esta lengua maravillosa nos permite descubrir y disfrutar de la inmensa riqueza del idioma que nos une. Espero que las fronteras del español sigan ensanchándose, y que nosotros continuemos enriqueciendo nuestro léxico con palabras de otras latitudes. Somos muy afortunados, no me cansaré nunca de decirlo, de haber nacido en la lengua de Lorca, que es la misma de Borges y de Paz, de Alejo Carpentier y de Álvaro Mutis. Y esa gran riqueza debería, creo, reflejarse también en las traducciones.
Selma Ancira retratada por Sebastián Machado