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Con terror a lo desconocido

‘A salvo’, de Todd Haynes, explora la forma en que una enfermedad agudiza el malestar preexistente, y resuena en tiempos pandémicos

Carlos Rodríguez | martes, 7 de abril de 2020

Julianne Moore en 'A salvo' (1995), de Todd Haynes

Hoy ha sido el peor día. La tristeza me mandó a dormir por horas y ahora que desperté no controlo la ansiedad por el futuro. Me siento inútil y cansada. Creo que también se vale reconocer eso y mandar ALV el mandato de bienestar”. Cada vez más pesadas, las horas se estiran desde que el gobierno mexicano decretó el estado de emergencia.

No es una ventaja que el reloj se tome su tiempo para avanzar porque, seamos sinceros, el paréntesis que la pandemia ha impuesto a nuestras vidas es arbitrario: mientras estamos en casa, los que podemos, las cuentas por pagar siguen llegando. ¿Alguien se atreve a negar lo que está ocurriendo? El desgaste horada el comentario del inicio, publicado en Twitter. El aislamiento, que mitiga la propagación del covid-19, ha comenzado a tener efectos: cansancio sin razón aparente, dolor de cabeza, miedo, enojo, incertidumbre.    

Ahora más vigente que en el día de su estreno, A salvo (Safe, 1995), la película de Todd Haynes ambientada en 1987, presenta el aislamiento como disfraz de la “filosofía” del bienestar, velo que adorna el individualismo y que atribuye la responsabilidad de la enfermedad a cada persona. 

Casada y con un hijastro, Carol White (Julianne Moore) es una mujer que lleva en el apellido su vida deslucida. Habita una gran casa en el Valle de San Fernando, California. Durante el día se dedica a su jardín, que visita durante las noches de insomnio, flotando como un fantasma en la oscuridad. Impasible, de un día para otro enferma de algo que los médicos (que le aseguran estar sana) no pueden diagnosticar. Todo se vuelve una amenaza, incluso el abrazo de su esposo, que le impide respirar, quizá debido al uso de productos de higiene como desodorantes y lociones. Convencida de que son los químicos, presentes en todos los objetos, los que la afectan, Carol decide internarse en Wrenwood, una comunidad donde se congregan otras personas alérgicas al siglo XX. Aquí, Carol encuentra una especie de consuelo manipulada por el mentor de los enfermos: Peter Dunning asegura que nadie ni nada es capaz de dañar el sistema inmunológico propio, e incluso los sentimientos, excepto uno mismo. 

Como subrayó The New York Times, A salvo, que en los años noventa fue interpretada como una película sobre la pandemia del VIH/sida, basa su planteamiento en la irresponsabilidad de quienes están en el poder, que han elegido esperar y ver cómo se desarrollan las cosas en situaciones de crisis, incapaces de ofrecer planes para enfrentar los desafíos. A ello habría que agregar otra idea que atraviesa la obra maestra de Todd Haynes, la del bienestar como decisión personal, relajando el peso brutal y la fuerza violenta que ejerce el entramado social y económico en cada individuo.

Con una puesta en imágenes distanciada (que remite a El desierto rojo, de Antonioni), lo que impide una lectura simplista del filme es la actuación de Julianne Moore. “Realmente no tienes acceso completo al personaje, a su psicología, historia, cosas que generalmente sabemos rápidamente en una película”, dice Todd Haynes. Moore aparece en cada escena como si su cuerpo y su cara hubiesen sido recubiertos de una película transparente que repele las explicaciones sobre su enfermedad, manteniendo la duda y el horror de lo que le ocurre. Hay pistas, pero no certezas. El filme parece indicar que su misteriosa enfermedad empezó antes de experimentar los síntomas. Una secuencia resume esta idea: filmada à la Kubrick, Moore sostiene un vaso de leche mientras mira de frente a la cámara que se acerca lentamente a ella a través del efecto de vértigo (que combina un zoom con un travelling), que despega su figura del fondo, ensanchándolo.       

El filme de Haynes, cineasta acostumbrado a travesear con las apariencias, como su maestro Douglas Sirk, parece estar a favor de la terapia de Carol, que cerca del final de la película (desenlace que, por otro lado, desborda el filme a través de la ambigüedad) asegura que antes de llegar a Wrenwood se odiaba. Al decidir enclaustrarse en una especie de iglú (pieza de extraña arquitectura en el lugar) Carol, cuya salud no mejora, se hace a sí misma una promesa de amor, siguiendo el consejo de otra autoridad de Wrenwood, una mujer que de forma apacible se dedica a callar sus gritos y llanto cuando recién llega. 

Para Peter, siempre con una sonrisa que le ensancha la seguridad, dejar de leer y ver las noticias es una forma de protegerse, de preservar una actitud positiva que le evitará debilitarse. Pero las costuras del traje del mentor, dueño de una mansión en lo alto de la colina, son visibles. De nuevo se trata de las apariencias, de la cortina que permite al mago realizar el truco de magia. El entramado narrativo y formal de Todd Haynes, que entrega al público un falso final feliz, no se agota ahí, fluye hacia otras ideas, por ejemplo el horror de ignorar las causas de una enfermedad. 

La ambigüedad de A salvo es una analogía de lo que estamos viviendo durante la pandemia del coronavirus, un escenario global inédito. Sin cura y con terror a lo desconocido, la enfermedad subraya lo que ya estaba ahí, evidencia el malestar preexistente. Donde había insatisfacción ahora hay miedo; donde  había pobreza, no hay agua para lavarse las manos; donde prevalecía la violencia doméstica ahora hay encierro obligado.

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