16 de agosto de 2017

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Música

Los mejores álbumes de 2018

Aquí, una selección de los 20 proyectos musicales más propositivos del año que incluye hip hop, electrónica, dancehall, jazz, canción de protesta, r&b y funk

Guillermo García Pérez | lunes, 10 de diciembre de 2018

Imagen - Young Fathers

20. Jan Jelinek – Zwischen

Jelinek reúne archivos de audio con entrevistas a doce artistas, escritores y pensadores (desde Joseph Beuys y Marcel Duchamp hasta Lady Gaga). Pero lo que escuchamos en Zwischen no son exactamente sus respuestas, sino los sonidos de sus vacilaciones: onomatopeyas, entonaciones, respiraciones. Un recorrido por uhms, ehs y ahs. Todos los contenidos no semánticos de sus voces. Estos sonidos, a su vez, controlan un sintetizador modular que modifica sus resultados, lo que termina por generar formas extrañas. Un ave rara:

19. Alex Anwandter – Latinoamericana

En Latinoamérica hay ejemplos incontables de desenfado en obras musicales; de hecho, nuestra música popular está lleno de ellos. Lo que no es común es que ese desenfado trabaje para mensajes políticos y menos común que esos mensajes políticos no sean planos o panfletarios, sino complejos e inteligentes. Todo eso logra Alex Anwandter en Latinoamericana. La música del chileno gira mayormente alrededor del funk, pero la bossa nova también es una influencia grande: sus versiones de Milton Nascimento y Tom Jobim así lo demuestran:

18. Sam Gendel – Pass If Music

Hay una especie de discreción extraña en Pass If Music que puede ocultar la singularidad y furiosa originalidad de sus formas. La fórmula del músico angelino es sencilla: los sonidos de su saxofón son transformados por diversas manipulaciones electrónicas. Se convierten, así, en entidades hipermaleables, de otro mundo. Uno imagina que esas entidades “podrían seguir por siempre”, dice Mark Sullivan en su reseña, y no miente: el carácter lúdico de Pass If Music permite que sus formas sean potencialmente infinitas. Un hallazgo:

17. Ezra Furman – Transangelic Exodus

Transangelic Exodus es un álbum hecho con sangre. Ezra Furman canta aquí sin medias tintas: está a punto de desgañitarse en cada tema, recordatorio de una personalidad desbordada. Como una especie de Bruce Springsteen de nuestro siglo, Furman transita por los territorios del rock pop de vena más norteamericana, pero con una temática distinta: ésta es la historia de amantes queer sobrenaturales, angélicos, que deben lidiar con el Estados Unidos de la política más árida. Por ello, también es una historia melancólica:

16. Smerz – Have Fun

Have fun refleja un estado de ánimo imperante en la actualidad: es oscuro, pero no puede dejar de moverse. Las voces de las noruegas Catharina Stoltenberg y Henriette Motzfeld, miembros de Smerz, transitan entre una sensación de indolencia, a veces irónica, y una armonización más propia del r&b. Su entorno, sin embargo, es de una electrónica sombría, hecha de esquemas básicos de ensamblaje, que recuerda en muchos momentos a The Knife, pero con un tono menos festivo. Esto también es el pop del presente:

15. Jonathan Bree – Sleepwalking

Sleepwalking, dice Miguel Ángel Morales en su reseña para La Tempestad, significa el perfeccionamiento de una idea estética que Jonathan Bree, ha desarrollado en los últimos años. “Si la música de The Brunettes, su ex agrupación, recurría con obsesión a un pop acaramelado de aires kitsch, Sleepwalking es su reverso oscuro, fantasmal: baladas elegantes con guiños vintage, pero cubiertos con un halo de peculiar extrañamiento”. El cantante neozelandés bucea en el pasado para reconfigurarlo y mostrarnos, sin mostrarlo, su rostro más inquietante:

14. Marie Davidson – Working Class Woman

Con ecos de Laurie Anderson (el concepto musical entero puesto a trabajar para la narrativa), el cuarto álbum de la cantante canadiense es un trabajo de humor negro sobre, principalmente, dos tópicos: la muchas veces asfixiante cultura del techno (Davidson vivió el último año en Berlín), con su retórica vacía, pretenciosa, y la cultura, aún más opresiva, del trabajo (“Work It” como nuevo himno del cognitariado). Los sintetizadores, básicos pero potentes, acompañan el relato de Davidson, personalísimo y al mismo tiempo universal:

13. Ambrose Akinmusire – Origami Harvest

Origami Harvest es, sin duda, uno de los álbumes más sofisticados del año. Tiene la amplitud épica de las obras de Wadada Leo Smith, pero filtradas a un sonido más accesible. Ambrose Akinmusire hace una síntesis de lo mejor de la música estadounidense: el jazz, como base, se engarza con arreglos de cuerdas minimalistas (y es que con frecuencia olvidamos su origen norteamericano) y con versos a medio camino entre el rap y el spoken word. Origami Harvest es un viaje por un ethos geográfico, aunque fracturado, pleno de posibilidades:

12. A$AP Rocky – Testing

Testing, el tercer larga duración de A$AP Rocky, es un álbum de rap pero también es otra cosa: es el testimonio, en tiempo real, de una transformación. El rap norteamericano dejó de pender de dos o tres tópicos y de los entornos sonoros consecuentes, para encontrar matices interesantes. A$AP Rocky lo mismo samplea a Moby que colabora con Frank Ocean o FKA Twigs en un ecosistema que puede contener guitarras acústicas, sonidos incidentales ¡o silencios!. El rapero puede sonar violento pero también hastiado o melancólico, signo de los tiempos:

11. Niño de Elche – Antología del cante flamenco heterodoxo

Sin la prensa de Rosalía, el quinto álbum del Niño de Elche es, digamos, de mayor hondura histórica. Su título, Antología del cante flamenco heterodoxo, es ya una declaración de principios, una apuesta alta: reunir las canciones más indisciplinadas de diversas vertientes del flamenco-andaluz (rumbas, pasadobles, saetas). La heterodoxia, dice el Niño de Elche, es el desorden de la ortodoxia, su anomia, su refutación anarquista. Y ese filo político también puede apreciarse en los 27 temas aquí grabados:

10.  Jon Hopkins – Singularity

La estructura sonora de Singularity es tan sencilla como potente: un techno, con una potencia casi física, que juega en todo momento con las texturas y con esa especie de aura espiritual que le otorga el ambient. Singularity (al igual que el disco anterior de Hopkins, Immunity, de 2013), en su aparente falta de complejidad intelectual, en sus progresiones simples, despliega una energía de otro calado. La música del DJ inglés es convocante y exige la sensación, más que la audición. “Everything Connected” es, además, uno de los mejores temas del año:

9. Elza Soares – Deus E Mulher

En el proyecto de Elza Soares se sintetizan tantas vertientes de la música popular brasileña del último medio siglo, que sólo una figura de su talla sería capaz de albergarlas. Nunca se dirá lo suficiente: la cantante brasileña debutó en discográficamente en 1960 y está a punto de cumplir 82 años. También está en el pico de su carrera y Deus É Mulher (después del destacado A Mulher do Fim do Mundo, de 2016) sólo lo confirma. La mezcla de samba y rock (de la mano de gente como Kiko Dinucci y Rodrigo Campos) se articula en su voz:

8. Bobby Previte – Rhapsody

Inspirado por la experiencia de encontrarse en tránsito durante un viaje, Rhapsody, de Bobby Previte, despliega una musicalidad complejísima. La agrupación que reúne el baterista norteamericano es ya notable: John Medeski, Jen Shyu, Zeena Parkins, Nels Cline y Fabian Rucker en un tour de force, enmarcado en el jazz, que lo mismo se construye a partir de ostinatos minimalistas que de momentos expresionistas, de mucha mayor libertad. Previte transita entre lo tonal y lo atonal, que aquí podrían entenderse como universos sonoros contrapuestos:

7. Kali Uchis – Isolation

Entre la producción frenética de música en el mundo y las transformaciones vertiginosas que sufre, a veces nos olvidamos del poder del pop. Pero ¿qué es el pop actualmente? ¿El enésimo disco descafeinado del cantante de moda? Suena, más bien, a Isolation, el primer larga duración de Kali Uchis. La cantante colombiana reúne influencias del r&b, el funk, el hip hop, el soul y el reguetón, y con su voz potente (¿exageramos si encontramos ecos de Amy Winehouse?) entrega una placa, por su producción impecable, casi incontestable:

6. Amnesia Scanner – Another Life

Acostumbrados a escuchar proyectos de electrónica finlandesa cercanos a lo gélido (con Pan Sonic como ejemplo clásico), la música de Amnesia Scanner obliga a replantear todos esos presupuestos. Su presentación en el Mutek de este año fue muy violenta, al punto de lo inaudible, pero Another Life es un trabajo más complejo que eso: Amnesia Scanner logra un equilibrio extrañísimo entre la electrónica industrial y el grime de pista de baile. Una pista de baile, en todo caso, fragmentada, decadente y furiosa:

5. Rosalía – El mal querer

A punto de resultar insoportable por la calculada estrategia mercadotécnica detrás de ella, y dispuestos a relativizar El mal querer incluso antes de escucharlo, el segundo álbum de Rosalía terminó por ser sorprendente y emocionante. Un trabajo maduro que usa el flamenco como punto de partida para metamorfosearse en un crisol de trap y pop. Aquí las palmas tienen tanto protagonismo como los efectos de sonido y las influencias de Lole y Manuel o Camarón son tan importantes como la de Björk o Justin Timberlake:

4. Gaika – Basic Volume

La experiencia de escuchar a Gaika es parecida a la de leer las noticias. No habrá buenas nuevas, pero sin el periódico uno terminaría por sentirse un tanto desfasado de la realidad. Basic Volume se construye con esa mezcla singular de realismo, oscuridad y alucinación. También confirma a Londres como el nuevo centro de música urbana del mundo: no sólo a través del rap, sino con fuertes influencias del dancehall, el dub, el r&b y la electrónica industral. África y el Caribe toman el mando del sonido británico y entregan gemas:

3. Sylvie Courvoisier Trio – D’Agala

En el cuadernillo de D’Agala, Kevin Whitehead afirma: “Algunos pianistas se aproximan a su instrumento como si se tratara de una catedral; Sylvie Courvoisier lo trata como un patio de recreo”. El jazz a partir de formas lúdicas, por ello arriesgadas, dinámicas y construidas con recursos estilísticos variadísimos: subidas y caídas, cortes abruptos de ritmo y golpes de efecto. La suiza recoge la batuta de la música de Cecil Taylor, muerte a principios de año, y la traduce al presente. Tal vez no haya jazzista más emocionante en la actualidad:

2. Jerusalem In My Heart – Daqaiq Tudaiq

Pocas obras tan modernas en el mundo como la del proyecto libanés-canadiense Jerusalem In My Heart. ¿En qué radica esa modernidad, en todo caso, alternativa? En el entrecruce fertilísimo entre estrategias sonoras contemporáneas (el ruido o las secuencias electrónicas) con músicas tradicionales, en este caso, las árabes. No es esta una estrategia bastarda de fusión, ni una “actualización” (como si hubiera algo que actualizar), sino un nuevo territorio expresivo, en definitiva oscuro, que hace eco del presente y sus antípodas geográficas:

1. Young Fathers – Cocoa Sugar

 En su vértigo sonoro, en su dinamismo que no se detiene por casi cuarenta minutos, Cocoa Sugar condensa vertientes musicales tan amplias que bien podrían entenderse como vertientes sociales. Los escoceses (con ascendencia nigeriana y liberiana), en apenas su tercer álbum, reúnen influencias del hip hop, la electrónica y el dancehall y, con sus característico cantos corales, les imprimen una estamina difícilmente comparable con alguna otra agrupación del presente. Cocoa Sugar es una historia juvenil (sus miembros rondan los treinta años) de migraciones, de negritud y de sensibilidad política (¿es Young Fathers el hijo energético de Massive Attack?). “Mi alma, un trémolo”, dice una de sus canciones, es decir, el espíritu de los tiempos está fluctuante, tembloroso, pero bailando hasta el cansancio:

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