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Música

Las contradicciones de Bob Dylan

El nuevo disco del músico, ‘Rough and Rowdy Ways’, es una muestra de sabiduría lírica y musical que nos habla de seis décadas de cambios

Miguel Ángel Morales | miércoles, 8 de julio de 2020

Bob Dylan retratado por John Shearer

Desde la última vez que publicó un disco de estudio con composiciones propias, en 2012, el nombre de Bob Dylan se ha vuelto omnipresente. Tres álbumes con versiones del cancionero popular estadounidense. Siete adiciones a sus Bootleg Series. Martin Scorsese estrenó Rolling Thunder Revue, su segundo documental acerca del de Duluth (al que se le suma una caja de 14 discos en vivo y de rarezas). Inauguró la exposición Mondo Scripto, que comprende buena parte de su trabajo visual. Se tradujo la totalidad de su obra literaria y de canciones al español. Fue nombrado Persona del Año Musicares, fundación perteneciente a los Grammy. Y ganó el Premio Nobel de Literatura, causando la sorpresa de muchos y derrumbando el supuesto de que un compositor no podría alcanzar tal presea. En suma, Dylan ha logrado lo que pocos músicos: prestigio, visibilidad, lecturas críticas en la academia y adaptaciones. ¿Puede el hombre de 79 años sacar alguna sorpresa más allá de las joyas desempolvadas de su catálogo?

El 19 de junio pasado, Dylan publicó Rough and Rowdy Ways, su disco número 39, que significa el regreso a canciones únicamente firmadas con su famoso nombre artístico. Como era de esperarse, al pasar de los días han salido los exégetas: la crítica coincidió en llamar a la letra de la kilométrica de “Murder Most Foul”, primer sencillo del álbum doble, como un “puro flujo de conciencia”. El propio Zimmerman lo aceptó en la única entrevista que ha concedido hasta el momento, al New York Times. Hay quienes lo leen como un relato del declive gringo, de la muerte de John F. Kennedy al momento actual; otros, como un testimonio del poder de la música para dar un sentido de esperanza en una época de catástrofes consecutivas. Sin embargo, existe un fuerte leitmotiv en este ambicioso trabajo: las contradicciones de la condición humana.

Identidad cambiante

Tanto la pieza abridora “I Contain Multitudes” como la mencionada “Murder Most Foul” juegan con la idea del cambio como la única posibilidad de definir la identidad, sin seguir una correspondencia entre el yo del presente y el del pasado. Mientras en la primera canta “Duermo con la vida y la muerte en la misma cama”, en la segunda relata el horror por la muerte de Kennedy antecedido por una frase irónica: “Un buen día para vivir y un buen día para morir”. Hay un interés particular en confundir deliberadamente el elogio y el duelo, la seriedad y el humor, el temor y la alegría.

En ese sentido, tiende un puente hacia los múltiples Dylan que hemos conocido a lo largo de seis décadas: el que escribió “The Times They Are A-Changin’” no es el mismo que escribió “It Ain’t Me Babe” o “Just Like A Woman”, tomando distancia de la canción de protesta. Aquel que escribió la hermosa composición gospel “When He Returns” a la par de tres álbumes de música explícitamente cristiana, no es el mismo que firmó el enorme himno de (des)amor “Simple Twist of Fate”. También nos dice mucho de su personalidad que siendo un premio Nobel de Literatura y uno de los letristas más trascendentes de la música popular, haya publicado tres años seguidos melodías escritas por otros, sumergiéndose en las profundidades del gran cancionero estadounidense. Pero así es Dylan, una figura inasible.

Un Dylan multitudinario

Recuerdo cuando en 2016 Patti Smith fue a la entrega del Nobel en nombre de Zimmerman y, sin palabra alguna sobre el homenajeado, interpretó “A Hard Rain’s A-Gonna Fall” y se detuvo, nerviosa, ante tal labor, dejándonos a todos con los ojos acuosos y pensando en lo difícil que debe ser estar frente a una multitud que espera escuchar al ídolo, y pese a todo, salir un poco rotos. Dylan es los otros. Y es que nunca antes lo intertextual había jugado un papel tan activo como lo hace en este álbum, en donde el poeta desborda su conocimiento acerca de la música, la historia, la religión y la literatura.

No es cuestión sólo de evocar o hacer namedropping para sostener una afirmación, sino un diálogo con los muertos que da como resultado, paradójicamente, un encuentro novedoso y vital que aspira a la totalidad. Lo que Bob Dylan responde en la entrevista mencionada del NYT, a propósito de “I Contain Multitudes”, bien puede aplicarse a todo Rough and Rowdy Ways: “Los nombres en sí mismos no son solitarios. Es la combinación lo que se suma a algo más que sus partes singulares. Ir demasiado a detalle es irrelevante. La canción es como una pintura, no puedes verla de una vez si estás demasiado cerca. Las piezas individuales son parte de un todo”.

Así pues, tenemos a un autor tratando de definirse a través de las voces de otros. Obsesivamente trae al presente guiños a escenas de la Historia, títulos de canciones que incluso han sido olvidadas y nombres del pasado ya no tan reciente. Mantiene una lucha constante entre la conservación y la reinvención, entre lo nuevo y lo viejo, y, desde luego, entre la vida y la muerte. Se oye a un Dylan gozoso de subvertir las expectativas, lo que se evidencia en las primeras melodías de su último álbum, en donde la plasticidad del poeta se mueve en diferentes atmósferas, todas con un dejo melancólico.

Con la modestia de quien disfruta de la fiesta, a Rough and Rowdy Ways le sobran ejemplos de humor negro tan característico en Dylan. Basta escuchar “My Own Version of You”, una loa a la no-originalidad y la intertextualidad, en donde el Nobel afirma ser pedacería de otros cuerpos: el Al Pacino de Scarface, el Marlon Brando de El Padrino. El Dylan descarado continúa en “False Prophet”. Afirma ser una construcción de muchos escritores (Shakespeare, Edgar Allan Poe), blueseros (Billy «The Kid» Emerson, de quien toma prestado un riff completo) y personalidades de la vida pública del siglo XX.

Espectros y preguntas

Espectros de folk, jazz, blues, country y, sobre todo, de rocanrol deambulan en un vals fuerte y frágil en ambas proporciones. “Tengo un corazón delator, como el señor Poe / Poseo esqueletos en las paredes de gente a la que conoces / Brindo por la verdad y las cosas que dijimos / Brindo por el hombre con el que compartes cama / Pinto paisajes y pinto desnudos / Contengo multitudes”, recita en la canción inicial. “I’ve Made Up My Mind To Give Myself To You”, tal vez la pieza más tradicional del plato, es un guiño a las baladas de amor de mediados de siglo; no resulta difícil imaginarla en voz de Frank Sinatra o Ella Fitzgerald. Y a pesar de todo el viejo Bob posee una actitud de envidiable sorna, como quien no tiene nada que perder, como quien ha ganado todo ya. Se asume como un zurcidor de diferentes cuerpos que dan como resultado una bestia magnífica. ¿Acaso una metáfora acerca de su método para escribir canciones, rebosante en citas y pedazos de aquí y de allá?

Surgen otras preguntas: ¿A qué responde esa fijación entre la dualidad inicio-final? ¿Por qué tememos a la muerte? ¿Qué hay en el más allá y por qué queremos saber tanto?¿Qué queda hoy de los vestigios culturales del pasado? ¿Puede el pasado enseñarnos algo en tiempos difíciles? ¿Quién recordará las influencias que nos han dado forma para bien y para mal? ¿Quién recordará tales vínculos incluso si los nombramos? ¿Por qué queremos recordar? ¿Cuál es la necesidad de nombrar y preservar los nombres? Preguntas que no responderemos aquí, pero que resultan fructíferas para una aproximación a la obra de Dylan.

Un flujo temporal

El disco tiene un sentido lúdico peculiar, que se refleja desde la portada, donde se halla la dualidad entre el tiempo muerto (la imagen elegida es de una época análoga y antigua, tal vez los cincuenta) y la alegría de la vida (los personajes bailando al son de la rocola). Nuevamente aparece la contradicción: el futuro y el pasado no son muy distintos entre sí, en la visión dylaniana.

No existe un pensamiento original, sólo queda regresar y admitir que todo el tiempo reciclamos las grandes preguntas, una y otra vez, y que el océano limitado de la experiencia es una de las pocas formas que aún puede enseñarnos los misterios y acercarnos a lo sagrado. Por ello Bob Dylan dedica una canción a Mnemósine, la diosa de la memoria y madre de las musas. La originalidad es una ficción con la que nos tranquilizamos. La verdadera sabiduría, dice el poeta en “Mother of Muses”, es “hacernos invisibles con el viento”.

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