16 de agosto de 2017

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03/05/2024

Pensamiento

A propósito de Jeffrey Dahmer

La cercanía entre una Polaroid del asesino serial Jeffrey Dahmer y una escultura de Louise Bourgeois detona esta reflexión filosófica

María Luisa Bacarlett Pérez | lunes, 3 de mayo de 2021

Louise Bourgeois, El arco de la histeria (1993). Cortesía de Chein & Read y Hauser & Wirth. Fotografía: Allan Pinkelman

El caso Dahmer

Hace 30 años Jeffrey Dahmer pasó a formar parte del compendio de criminales que, en los años setenta del siglo pasado, el agente del FBI Robert Ressler nombró asesinos seriales. Capítulo especial de esta historia, el caso Dahmer abrió una serie de interrogantes en las que sobresale la macabra relación entre soledad y asesinato. La cuestión no era, sin embargo, del todo nueva. Ocho años antes Dennis Nilsen había matado a 15 hombres en Inglaterra, dando como razón principal el deseo de que sus conquistas de una noche no lo abandonaran. Los motivos de Dahmer eran semejantes: invitaba a sus amantes a su departamento en Milwaukee y, cuando éstos tenían que irse, la manera de retenerlos era matarlos.

Cuando los policías arribaron a su departamento, el 22 de julio de 1991, no imaginaban el espectáculo dantesco que les esperaba: cabezas y manos mutiladas guardadas en el refrigerador, restos humanos disueltos en ácido, cráneos ocultos en cajas etiquetadas y una larga colección de fotos Polaroid en las que figuraban cuerpos descuartizados o abiertos en canal, colocados en extrañas poses que oscilaban entre lo erótico y lo grotesco.

Jeffrey Dahmer

Polaroid encontrada en el departamento de Jeffrey Dahmer

Dahmer cazaba a sus víctimas en antros gay, ligaba con ellos y luego los invitaba a su departamento. Casi todos hombres afroamericanos, pasaban la noche con él, pero cuando tenían que marcharse estallaba la ira. No sólo los mataba y descuartizaba, también practicaba la necrofilia y el canibalismo; a veces trepanaba sus cráneos para verter ácido o agua hirviendo en el interior. Su proyecto era crear una especie de zombis que obedecieran sin chistar sus órdenes. En total fueron 17 víctimas, todos hombres. Muchos de ellos fueron cocinados y consumidos por el asesino, mientras que otras partes, junto con las fotografías, fueron conservadas para masturbarse. Una extraña mezcla de posesión, preservación y control animaron a Dahmer a matar. Un afán de presencia, de evitar el abandono.

En entrevistas posteriores a los hallazgos en su domicilio, Dahmer confesó que nunca pudo tener una relación normal y estable con nadie: los hombres que conocía en los bares le habían dado la máxima intimidad que había tenido con un ser humano. Quizás el asesinato y lo que realizaba posteriormente con los cadáveres hacían más profunda esa intimidad. En esta macabra lógica sólo podía conservar de manera segura aquello que podía matar y diseccionar. En varias entrevistas hizo énfasis en que el asesinato y el manejo posterior de los cuerpos –desmembramiento, trepanaciones, necrofilia– era una manera de conservar la presencia.

Metafísica de la presencia

Jacques Derrida consideró que el principal dispositivo de pensamiento en la filosofía occidental ha permitido, desde la Grecia clásica, suponer una unidad de origen, un punto de partida que da cuenta del mundo y los entes. El ser es la figura a la que frecuentemente se recurrió para establecer este principio general en el que se basa todo lo existente. La lógica de la metafísica de la presencia ha privilegiado esos aspectos originarios por estar en consonancia con la unicidad y la identidad del ser como sustancia primera. Así, habría ciertas manifestaciones que preservan la verdad del ser más que otras.

La crítica de Derrida a este esquema –que en buena medida parte de Heidegger– busca develar la manera en que la filosofía occidental ha construido edificios teóricos, al parecer plenos de sentido, partiendo de un origen o una sustancia que, atravesando las capas de lo mundano y lo cotidiano, preserva un orden que tiende a constreñir toda aleatoriedad. De ese modo, aunque el mundo resulte caótico y cruel, siempre habrá un sentido y una lógica original que puede conservarse, presente en los fenómenos contingentes. El ser conserva su presencia detrás o en el fondo de toda situación mundana, da sentido y lógica a lo aparentemente desordenado. Como Nietzsche sospechó, el ser tomó la forma de Dios, el alma o la conciencia, y desde ahí desplegó su poder legislador y apaciguador.

Para Derrida, sin embargo, esta necesidad de un suelo firme puede comprenderse más bien como una necesidad de presencia: el ser se preserva incluso ahí donde todo parece caos y azar. Necesidad de conservar, de tener la presencia, de poner ahí delante algo que, por etéreo que sea, garantiza un sentido. Para Cristina de Peretti, estudiosa del pensamiento derrideano, imponer este esquema de pensamiento ha requerido una dosis importante de violencia. La violencia metafísica se desprende del intento de asegurar la presencia del sentido, así como de soslayar el riesgo y la aleatoriedad: la metafísica ha sido un dispositivo que busca ante todo la familiaridad, rechazando el riesgo.

La historia de la metafísica ha sido la búsqueda de un origen seguro. Para que sea posible retornar a él ha sido necesaria una actividad diseccionante, que permita salvaguardar la pureza de la sustancia primera desprendiendo de ella todo derivado, impureza o accidente. Así ha sucedido con la idea de lo humano. Sustancia que define todos los modos del hombre, esta unidad conserva su pureza –y, por ende, su presencia– separando de ella todo lo que no alcanza a ser plenamente humano: el animal, el salvaje, el bárbaro, el infante, la mujer, etc. Desde esta perspectiva queremos creer que la sustancia precede a la disección, pero sucede lo contrario: gracias a que podemos hacer escisiones y desmembramientos, algo puede tenerse delante como presencia.

Arte y asesinato

La dinámica diseccionante de la metafísica, en la que se sostiene en gran medida la metafísica de la presencia, hace de los asesinatos de Jeffrey Dahmer verdaderas operaciones ontológicas. Sus horrendos actos ilustran un rasgo que parece acompañar todo intento de definir lo humano: pareciera que el hombre sólo puede dar cuenta de sí a través de operaciones sucesivas de desmembramiento que le ayudan a salvaguardar la unidad y la presencia que nunca han existido. Lo que Dahmer trataba de asir era un ser que sólo podía conservarse en su unidad y su presencia a través de la muerte y la disección. Sin esta operación de desmembramiento no habría ni ser ni presencia ni unidad.

Los actos de Dahmer no son gestos ajenos a las operaciones de la metafísica occidental. Quizá la relación entre asesinato y ontología no ha sido muy trabajada, pero sí entre arte y asesinato. Recordemos a De Quincey. ¿Dahmer hizo arte? Como producto meramente estético, quizá haya tanta belleza en las polaroids de Dahmer como en El arco de la histeria (1993) de Louise Bourgeois 1. Ontológicamente, lo que Dahmer realizó se muestra acorde con esta tradición metafísica, que necesita desmembrar para dar con un lugar seguro para habitar el mundo. Evitar el riesgo a toda costa –buscar la presencia a toda costa– genera formas de violencia insospechadas.

Louise Bourgeois

Louise Bourgeois, El arco de la histeria (1993). Cortesía de Chein & Read y Hauser & Wirth. Fotografía: Allan Pinkelman

Sin duda Dahmer y Bourgeois hicieron escisiones, dieron lugar a una forma de desmembramiento –de carne, de huesos, de metal, de materia–, pero mientras para el primero llevaban la búsqueda de unidad, de presencia y disponibilidad, la segunda no parece buscar la reparación de una unidad perdida o una presencia, pues de hecho no hay nada que reparar. En la lógica de la metafísica de la presencia desmembrar es la condición de la unidad. En la lógica del arte cabría esperar que ninguna escisión o corte pueda dar lugar a la unidad o a la presencia.

El arte puede mostrarnos que no hay unidad de origen, y que si bien estamos condenados a hacer escisiones –el propio lenguaje las hace–, no todas tienen como fin dar con una presencia o unidad disponible; antes bien, cada corte sería la confirmación de que no hay retorno a la inocencia perdida. El arte estaría para recordarnos la fugacidad de toda expresión, de todo acto y todo ente, para mostrarnos que lo constante y aparentemente eterno está habitado por el instante –lo que recuerda a Baudelaire y el elemento de eternidad que hay en lo fugaz.

El humano no es realmente el único ser que puede preguntarse por el ser –como pensaba Heidegger–, es más bien el único animal que puede preguntarse ¿qué escisiones hago?, ¿qué cortes realizo? Estamos destinados a hacer escisiones, a hacer cortes en el caos –a través del lenguaje, del arte, de la ciencia, de la filosofía, del amor y también del odio–, pero unos cortes buscan y producen la fijeza y la presencia, y otros, en cambio, son impotentes para fijar las cosas y develarnos su “verdadera sustancia”. Esos son los cortes que el arte nos muestra.

María Luisa Bacarlett Pérez es filósofa, miembro del SNI. Algunos de sus libros son Una historia de la anormalidad. Finitud y ciencias del hombre en la obra de Michel Foucault (2016) y Breve introducción al pensamiento de Georges Canguilhem (2018)

  1. De hecho, en el llamado Pizzagate, escándalo desatado a partir de la revelación de algunos correos electrónicos entre ciertos miembros del equipo de campaña de Hillary Clinton a la presidencia de los Estados Unidos, en 2016, salió a la luz la semejanza entre esta obra de Bourgeois y una de las Polaroids de Dahmer. La escultura estaba en posesión de Tony Podesta, hermano del jefe de campaña de Clinton. Al final se comprobó que el esbozo de la obra antecedía por varios años el hallazgo de las Polaroids[]

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