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Pensamiento

Nostalgia de las cosas

En su nuevo libro, ‘No-cosas’, el filósofo surcoreano Byung-Chul Han propone revalorar los objetos, pero ¿es la nostalgia el camino?

Nicolás Cabral | miércoles, 26 de enero de 2022

Fotografía de Milo Bauman en Unsplash

Ante la sobreabundancia de información, estamos inmersos en el duelo por las cosas. Por los objetos físicos, concretamente. De eso va el nuevo libro de Byung-Chul Han, No-cosas. Quiebras del mundo de hoy (2021; Taurus). Uno lee al filósofo surcoreano a la vez con curiosidad y sospecha: tiene intuiciones poderosas, pero sus reflexiones, cuando no son aplicaciones de Heidegger o Foucault a problemas que la modernidad apenas vislumbró, poseen un tufillo moral, incluso religioso. No desconoce la tradición marxista, pero en su obra el capitalismo es más una maquinaria simbólica que un sistema socioeconómico. Han sólo (no pun intended) sabe que las cosas, los objetos a los que otorgamos un significado, están cediendo su lugar a la información. Y sin embargo…

Que hay una nostalgia por la materialidad lo sabe, antes que nadie, el mercado. Lo que el consumidor contemporáneo extraña es, para usar el título de otro libro de Han, el aroma del tiempo. Volvieron los vinilos y los tornamesas, la ropa de segunda mano gana terreno, los libros de papel superaron la amenaza del e-book… El diseño de interiores contemporáneo es sintomático de esta tendencia: en este siglo se abandonaron la abstracción y el plástico y volvieron la madera y la piedra, la iluminación cálida y las piezas “recuperadas”. El vértigo que produce la aceleración sin rumbo del régimen comunicativo es contrarrestado con superficies táctiles y formas que remiten al pasado, ya que el presente es fugitivo y el futuro es algo en lo que no vale la pena pensar (para eso está el cine de catástrofes).

¿Pasamos de vituperar el fetichismo de la mercancía y la sociedad de consumo al aprecio agonista por las cosas? Han termina No-cosas con una auténtica carta de amor a su rocola, en una especie de versión erótica del Ensayo sobre el jukebox de Peter Handke a la que le hubiera venido bien una dosis de perversidad ballardiana. Lo que no hay en su libro –y extraña por el potencial debate entre heideggerianos– son indicios de que se haya propuesto contrastar sus ideas con las de la ontología orientada a objetos, para la cual éstos pueden no ser físicos o incluso ser ficcionales. A Byung-Chul Han no le interesa revisar a Graham Harman sino convencernos de que una imagen digital “rompe la relación mágica que conecta el objeto con la fotografía a través de la luz”. De ahí a condenar el sexo sin amor hay una distancia corta.

No-cosas se propone articular, y ésta es su mayor virtud, dos crisis de nuestro tiempo: la de la temporalidad y la de la habitabilidad. Por un lado, la indistinción cada vez más marcada entre ritmo productivo y ritmo de vida; por otro, la creciente incapacidad de volver familiares los espacios, de demorarse en ellos para hacerlos propios. Pero, a diferencia de Hartmut Rosa, que postula la resonancia como antídoto, Byung-Chul Han parece elegir la nostalgia, y con ello pierde la oportunidad de aportar algo más que una proclama ética a una discusión pertinente. ¿No será que en realidad necesitamos una teoría de los objetos digitales, con los que convivimos de forma cada vez más intensa? ¿No hay nada que decir sobre el giro hacia la producción inmaterial del capitalismo contemporáneo, en buena medida responsable del proceso de informatización? ¿De qué son síntoma los NFTs y las nuevas formas de propiedad?

Nuestro modelo económico y productivo nos ha puesto en una encrucijada que, de no resolverse, podría resultar en la inviabilidad de la vida en la Tierra, y no parece que las cualidades lumínicas y sonoras de la rocola vayan a ser de mucha utilidad. Hace tiempo que el capital nos declaró la guerra e inició una ofensiva para la privatización del común y la producción de subjetividades ajustadas a ese modelo. Ni el recogimiento ni el cuidado del jardín, opciones al alcance de una minoría, pueden distraernos de la amenaza que tenemos enfrente. Por bienintencionado que sea, el peligro mayor del cariño nostálgico por los objetos no es el fetichismo, sino que pasemos de usarlos a sacralizarlos.

En ese sentido, Sara Ahmed abre caminos de pensamiento más fructíferos en ¿Para qué sirve? Sobre los usos del uso (2019; Bellaterra), donde plantea una aproximación queer a las cosas: que las usen personas para las que no estaban destinadas, que se usen de un modo para el que no fueron diseñadas. Vamos, un mundo de readymades. Pero pensemos también en la autonomía de los objetos, en su independencia de nuestra percepción y nuestra melancolía. A partir de ahí podríamos cambiar nuestra forma de relacionarnos con el entorno. Una discreta esperanza.

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