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Literatura

Fernanda Melchor: cicatrices del trópico

Josemaría Camacho | lunes, 26 de junio de 2017

La novela rezuma un aroma a hard boiled mexicano, sin duda. Drogas duras y suaves, pobreza casi extrema, basura en los ríos, cervezas tibias que se beben pero no se disfrutan, comercio sexual, homicidios y muchas situaciones límite. El despertar de la sexualidad en un ambiente hostil, rasposo y alejado del amparo de los derechos humanos. Violencia verbal y física, lodo, sudor, pueblos que viven de la carretera y un olor a caña quemada y chapopote que no abandona al lector. La descripción (¿reporte, crónica, llamada de auxilio?) de un Veracruz desamparado, abandonado, roto, parece ser, en buena medida, la intención del texto.

Además de explorar otros temas (crudos, profundos y devastadores, como la realidad del país) y de ofrecer una trama más o menos sencilla (con algunas notas noir), Temporada de huracanes, la nueva novela de Fernanda Melchor (Veracruz, 1982), es un experimento narrativo llevado a buen puerto. La bruja es, en el texto, una puerta de entrada. No sólo es el personaje central –en un sentido posicional, más que jerárquico– de la novela, sino la figura que posibilita y legitima el andar del lector por entre los diversos puntos de vista que asume la escritora buscando desaparecer. El arte de hacer invisible al narrador sin que el lector lo note: un acto de prestidigitación.

El artilugio funciona. Conforme uno lee cuesta cada vez más trabajo ubicar la voz que conduce la historia por entre párrafos interminables. El lector se ve sumergido de golpe en la narración porque no le queda alternativa, porque los puntos y los saltos de párrafo de los que podría asirse para mantenerse a flote han desaparecido. Pronto descubre que ha quedado embarrado con el fango cañero y el sudor del trópico.

La novela fue publicada por Random House. Con todo el aparato mediático que tiene detrás, sería redundante seguir hablando sobre ella: se ha dicho ya suficiente. Será más fértil dejar que la autora nos hable sobre los procesos y los demonios que la llevaron a escribirla, su relación con textos anteriores y algunos otros temas.

En Temporada de huracanes el narrador es una voz que se convierte en personaje, luego en crónica; a veces es nadie y más tarde un punto de vista claro; es una declaración ministerial y más tarde una vieja chismosa. Cambia sin agua va. ¿Te estorba la figura clásica del narrador?

Como lectora, desconfío profundamente de los narradores. Especialmente de los narradores en primera persona. Siempre que me topo con una voz así me pregunto: ¿Quién me habla? ¿Por qué tiene que ser una persona la que me está contando todo esto? Y si no encuentro una justificación me encabrono. Por eso prefiero los narradores en tercera persona, son más honestos, asumen su naturaleza de artificio y no pretenden engañar a nadie…

Pero en realidad no estoy peleada con estas formas. Más bien creo que la figura del narrador clásico le estorbaba a esta particular novela. Fue lo que más trabajo me costó, encontrar una voz fluida y mercurial, capaz de verlo todo desde las alturas, de contemplar el presente y el pasado de los personajes y de la comunidad, y al mismo tiempo, de introducirse en la mente de los protagonistas y conocer sus pensamientos y deseos más íntimos, y hasta de hablar con sus voces y captar el tono de los distintos discursos del universo de la novela. Yo quería lograr un efecto de vorágine irrefrenable y al mismo tiempo claustrofóbica, y para ello necesitaba un narrador que fuera capaz de aglutinar un conjunto variado de voces.

La aceptación de la sexualidad puede ser lenta y dolorosa, sobre todo de la homosexualidad en una sociedad tropical mexicana, en una sociedad veracruzana. ¿Qué ruptura encuentras ahí? ¿Qué te apasiona del tema como para volverlo tan importante en Falsa liebre (2013) y en la nueva novela? 

Ésa es una pregunta que no estoy muy segura de poder responder a cabalidad. Creo que el tema del desarrollo psicosexual me interesa más con relación a lo dramático que a lo social. Es decir, me resulta interesante examinar los modelos (a menudo tóxicos) de masculinidad y de feminidad con los que crecí en el Veracruz de los años ochenta y noventa, pero me interesa más el papel que estos patrones desempeñan como catalizadores de los conflictos dramáticos: lo que representa, en un universo particular, asumirse como hombre o como mujer o como ninguno de los dos, amar o desear o sentir ternura por alguien de uno y otro sexo, y las consecuencias que la represión o la aceptación de estos afectos acarrean en el desarrollo de una trama.

El lenguaje de Temporada de huracanes es complicado. Los personajes hablan y piensan con vocabulario amplio y preciso. El narrador también. Pero ahí, en el medio, hay un afán por el habla cotidiana, por lo vulgar y lo informal. No parece que busques solamente verosimilitud. ¿Qué más buscas cuando usas ese lenguaje?

Me encanta el lenguaje popular, creo que es una fuente inagotable de atmósfera y verdad. El lenguaje popular es lo que le da sabor a las novelas con pretensiones realistas, pero siempre es un arma de doble filo… Lo que yo quise hacer con Temporada…, con este narrador que en un momento está flotando en el aire, describiendo sucesos con precisión y frialdad, y que súbitamente desciende al plano de lo psicológico y se mete dentro de un personaje y comienza a “hablar” y “pensar” como él, era construir la “realidad” cruda de los personajes desde su propio “cuerpo”, es decir, desde el lugar que ocupan en el universo narrativo, desde su propio lenguaje y su visión del mundo, marcada por un habla específica que, muy a menudo, no es eufónica ni precisamente lírica.

Odio cuando los narradores líricos se entrometen y comienzan a explicarle al lector lo que siente o piensa un personaje, a “traducírselo” en términos elevados y elegantes. La onda era también experimentar con las cadencias del habla popular, copiar las estructuras rítmicas del chisme y de la habladuría y aprovecharlas para construir un discurso literario. Un poco como tratar de componer música con sonidos cotidianos.

La estructura de la novela es clara, tiene varias voces y un narrador que las imita y se convierte en ellas. Muchas veces va y viene avanzando de a poco, como una espiral que a cada vuelta llega un poco más allá. ¿Provocar ese mareo es un objetivo premeditado o una consecuencia inevitable de la imitación del hablar coloquial?

Creo que toda novela es, en su forma más básica, un bucle: una buena novela avanza generando interés y tensión hacia algún suceso pasado o futuro, y continuamente está volviendo a éste, una y otra vez hasta que logra resolverlo. Lo que sucede en Temporada… es justamente lo que dices: cada capítulo es una enorme digresión que oculta otras digresiones más pequeñas en su interior y que al unirse con otros capítulos forma una espiral. Yo creo que esta novela no avanza de forma lineal hacia “adelante y hacia arriba”, sino hacia “abajo”, hacia “dentro”, hasta llegar al corazón de su misterio, que en este caso no es tanto descubrir quién mató a la Bruja del pueblo de La Matosa (aunque el lector al final sí llega a enterarse, entre muchas otras sorpresas novelescas), sino más bien explorar cómo es que pueden existir personas capaces de cometer crímenes semejantes y cómo también existen lugares en donde todo esto sucede cotidianamente y prácticamente sin consecuencias.

Tanto en Falsa Liebre como en Temporada de huracanes hay personajes masculinos muy potentes, muy ahondados. Como hombre siento la urgencia de preguntarte acerca de tus fuentes, ¿de dónde sacas nociones tan masculinas, tan verdaderas?

Fui una chica rodeada de batos. Por diversos motivos, de niña y de adolescente preferí siempre la compañía masculina. Me sentía más cómoda entre niños y hombres, más libre, menos juzgada que entre mujeres. Y aprendí a construirme a mí misma en sintonía con ellos, y también en oposición a ellos. Aprendí también que la idea de que todos los hombres son burdos o básicos es una gran falacia, lo mismo que la idea de que todas las mujeres somos excesivamente complicadas. Y también aprendí que muchas de las cosas que consideramos propias de un género o de otro son en realidad convenciones sociales.

En cierto sentido, cuando escribí Falsa liebre aún me sentía muy conectada con ese mundo casi exclusivamente masculino que aparece en la novela. Y cuando empecé a escribir Temporada… quise desarrollar personajes femeninos que fueran tan hondos y tan fuertes como los masculinos; era como una especie de deuda que yo sentía. En este sentido, creo que los personajes femeninos de Temporada… son los más fuertes, los más valientes y los más despiadados, y también los más determinantes, pues es a través de su voluntad y sus acciones que se desencadena la tragedia.

Noto un placer en la descripción de episodios violentos, de dominación y humillación y de zozobra del espíritu. ¿Hay en esta novela, como en la crónica de nota roja, la esperanza de despertar morbo o hay algo que sacias o purgas tú como escritora?  

Mi corazón está siempre del lado de las novelas que buscan confrontar al lector. Decía Stephen King en una entrevista: una buena novela es como un ataque personal; no una cosa inofensiva que uno puedo olvidar rápidamente sino, como decía Kafka, un hacha que pueda romper el hielo de nuestro mar interior congelado. Escribo lo que escribo porque trato de comprender este mundo y porque quiero compartir con los demás lo que descubro, que casi siempre son más preguntas que respuestas. Y también escribo para entenderme mejor a mí misma, aunque no sé si mis novelas son purgas. Más bien son síntomas, huellas, cicatrices.

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