16 de agosto de 2017

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Artes escénicas

David Olguín: dramaturgia de lo humano

La trayectoria del dramaturgo y director de escena mexicano fue reconocida con el Premio Jorge Ibargüengoitia de Literatura 2022

Juan Manuel García Belmonte | jueves, 18 de agosto de 2022

Una puesta de 'Belice' (2002), de David Olguín. Cortesía de El Milagro

Con alrededor de cincuenta obras, y cerca de cumplir cuatro décadas de trayectoria, David Olguín (Ciudad de México, 1963) es uno de los dramaturgos y directores de escena más sobresalientes de su generación. Hace unos meses se le concedió el Premio Jorge Ibargüengoitia de Literatura por su labor en la dramaturgia mexicana, donde ha cincelado textos imprescindibles para la memoria teatral, la mayoría de ellos dirigidos por él mismo.

Una de las preguntas que han orientado el entramado de su escritura es acaso ésta, profunda e insondable: “¿De qué sirve un corazón que no ha sufrido?”. La dice El Viajero, personaje de Belice (2002), una obra paradigmática en la carrera de Olguín. De esa pregunta parece desprenderse tanto la producción anterior del autor como la posterior: ha explorado, a la manera de un médico-dramaturgo como Chéjov, las múltiples capas de la condición humana, siempre en la búsqueda de los pozos profundos de los corazones dubitativos, en zozobra.

El jurado del premio, instaurado desde hace cinco años por la Universidad de Guanajuato, estuvo compuesto por Rodolfo Obregón, Elvira Popova y David Eudave, que lo concedieron unánimemente a la producción dramatúrgica del director y docente. “Su teatro es vasto en temas, significados y referencias, ha explorado la existencia humana a través de la escritura para la escena”, argumentaron. “David Olguín, un verdadero hombre de teatro, ha desarrollado una visión de la naturaleza misma del teatro, las implicaciones de la representación y la potencia desestabilizadora en las relaciones de ficción y realidad”.

David Olguín

David Olguín

En el discurso de aceptación, Olguín pugnó por volver al cuerpo, al teatro que se nombra en tiempo presente. Reconoció en su propia andadura literaria y dramática la compañía de Elena Garro, Óscar Liera, Hugo Hiriart o Juan Tovar, además del propio Ibargüengoitia. “Así como el arte de la actuación, en su ambición mayor, se verifica en la escena viva, el sentido artístico de la escritura dramática no está en el guionismo de los medios audiovisuales”. Para el dramaturgo las grandes aventuras poéticas persisten en la escena; sin embargo, vivir de ella sigue siendo un laberinto: “Las políticas de nuestro gobierno en materia de promoción y difusión de las artes escénicas tampoco son favorables. Un proyecto político de izquierda, entre tantas paradojas que lo rodean, abandona a sus creadores a la lógica del más salvaje neoliberalismo”.

Formador y difusor

Maestro y formador de actores, directores y dramaturgos, la tarea de hombre de teatro total de Olguín se refuerza con su destacada labor como director escénico y al frente del teatro El Milagro y la editorial del mismo nombre, que sostiene principalmente junto con Gabriel Pascal, además de Daniel Giménez Cacho y Pablo Moya. Ambas iniciativas, vigentes desde 1991, son una muestra de amor por el convivio teatral en todas sus aristas. En El Milagro Olguín ha estrenado y puesto en temporada varios de sus más celebrados montajes de las dos últimas décadas: Belice, Siberia, La lengua de los muertos, Los insensatos, Los asesinos, La belleza o La exageración.

Parte de la generación de autores dramáticos a la que pertenecen Luis Mario Moncada, Jaime Chabaud, Silvia Peláez, Maribel Carrasco, Estela Leñero o Flavio González Mello, son pocos los estudios publicados sobre la obra dramática de Olguín. Uno de los más contundentes está contenido en Análisis de la dramaturgia mexicana actual (2019), coordinado por el investigador español José-Luis García Barrientos. Precisamente Elvira Popova afirma en el volumen que Olguín se sirve de la metáfora, de los juegos entre realidad y ficción, para hablar de momentos críticos de la realidad mexicana.

David Olguín

Mar Aroko y Mauricio Davison en La exageración (2020), de David Olguín. Cortesía de El Milagro

En el discurso del Premio Jorge Ibargüengoitia, Olguín habló así: “Ahí pasa la vida humana en el tiempo. Nos afanamos, agitamos nuestra hora y no se nos vuelve a ver más. ‘Metafísica en acción’, la llamó Artaud; ‘el gran teatro del mundo’, Calderón de la Barca; y Chéjov, como si hiciera una oda desesperada a nuestros absurdos afanes cotidianos, sintetizó la condición efímera de la vida y la escena en aquella frase que dice: ‘Solo lo inútil tiene sentido’. Así de perturbador y necesario es el teatro”.

La narrativa y el ensayo han sido también banderas de Olguín, aunque en mucho menor medida que el teatro. Como editor, sin hablar de la cuidada selección de El Milagro, coordinó, editó y escribió en uno de los libros clave para entender los devenires de la escena mexicana del teatro de revista a los primeros diez años del siglo XXI. Un siglo de teatro en México, publicado por el Fondo de Cultura Económica en 2011, conjunta en diecinueve ensayos un mosaico poliédrico de los saberes y quehaceres escénicos nacionales en los campos de la dramaturgia, la puesta en escena, la actuación, la crónica y crítica teatrales.

Necesidad de perturbación

En 2000 David Olguín dirigió El atentado, la última obra escrita por Jorge Ibargüengoitia, con la que ganó el Premio Casa de las Américas en 1962. El montaje, con el membrete de la Compañía Nacional de Teatro, se presentó en el Festival Internacional Cervantino. Dos años después presentó la citada Belice, cuya metáfora, el descenso a los infiernos de Juan, el protagonista, indaga en las preocupaciones estéticas y formales de Olguín: los reveses del corazón humano y el Mal.

“Quiero seguir explorando de la manera más profunda el corazón humano”, dice el dramaturgo a Christophe Herzog en el estudio que acompaña el libro Análisis de la dramaturgia mexicana actual. En su texto, Herzog concluye que el mal es, pues, un medio para bucear en los lugares más recónditos de la mente humana. En la dramaturgia olguiniana, subraya, se convierte en un instrumento para investigar lo que significa ser humano. Desde Bajo tierra (1982) puede rastrearse ese hálito del mal en algunos diálogos y la atmósfera apabullante de la concepción escénica.

David Olguín

Daphne Keller y Laura Almela en La dulzura (2022), la obra más reciente de David Olguín. Cortesía de El Milagro

Durante 2020 y 2021, los años de la pandemia, el director repuso en escena de Los habladores, que sirvió para tener una nueva edición de estos relatos cortos en una muy sobria publicación. En este celebrado montaje Olguín reunió a un variopinto grupo de hacedores teatrales noveles y experimentados que, con enjundia, se lanzaron a habitar los teatros que permanecían entonces con un aforo mínimo, para insistir en la presencia del cuerpo y el presente del teatro. “Si escribimos para accionar, las palabras son cuerpos que esperan el aliento del teatro para respirar plenamente. La pandemia nos recordó que se escribe bajo cualquier circunstancia, pero el arte de la acción sólo florece en medio de la grey”, leyó en marzo en su discurso de recepción, titulado “Escribir para cuerpos y voces”.

Para la dramaturgia y el teatro mexicanos es necesario reunir las obras completas de David Olguín. Hacer disponible la totalidad de su quehacer dramático, uno de los más potentes y coherentes del teatro mexicano, sería un acto de justicia. Al final de su discurso en la Feria Internacional del Libro de la Universidad de Guanajuato, donde recibió el Premio Jorge Ibargüengoitia, el director planteó: “En el diapasón de lo humano, entre humanos, están los ritos fúnebres, el encuentro en el templo, las delicias de la amistad, la fiesta, la protesta pública, nuestras celebraciones solares y el amor cuerpo a cuerpo. Son pausas que detienen el tiempo y la velocidad. A ese orden de cosas pertenece el teatro y a eso tenemos que regresar”.

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