20/11/2025
Literatura
La forma del secreto
Una reseña de ‘Los cuidados’, primer libro de ficción de la escritora y periodista argentina Agustina Larrea, a cargo de Aroldo Nery Mora
Agustina Larrea retratada por Alejandra López
Una constelación de posibles secretos contiene Los cuidados, primer libro de ficción de la escritora argentina Agustina Larrea. No puede ser casualidad que “Colección” sea el título del primer cuento y “Quizá” la primera palabra, una constelación de quizases. Porque, a lo largo del libro, “secreto” no necesariamente se refiere a una información oculta sino a algo compartido sin tener total certeza de lo que se comparte, mas sí plena consciencia de que hay algo siendo compartido. Una especie de secreto absoluto, el secreto del secreto. “No es simple recrear un comienzo, por eso intuye; después viene lo demás. Porque pudo haber sido así, como un por qué no”, dice la narración en tercera persona sobre Sonia, protagonista del cuento que colecciona sus propias uñas cortadas y vive con la crueldad de su tía Niní y Arminda, la empleada doméstica. Cada oración de cada cuento avanza la historia, revela aspectos de la tensión dramática, pero a su vez también esboza una reflexión sobre la configuración del relato en sí, haciendo eco simultáneamente a una teoría del cuento que podría resumirse así: un cuento consiste en revelar un secreto sin que deje de serlo.
Aunque no haya certeza de lo que se comparte, hay plena conciencia del proceso, de la reflexión sobre el secreto y su búsqueda. “Sonia intenta recuperar ese instante, que debió existir, ese de acá en más que convierte lo exiguo en costumbre. / Aunque duda, lo que sí quedó firme en la memoria de Sonia es una intención”. Procurar esa intención, madurarla e intentar recrear “ese instante” en que fue percibida y dejar registro de ello resulta ser la mayor satisfacción, la configuración del cuento. Sonia no logra identificar cuándo decide coleccionar sus uñas, su secreto; pero sabe que la tía Niní revisaba sus cosas. “Aprovechaba las tardes, cuando Sonia estaba en la escuela; la mismísima Arminda se lo había confesado en un susurro y con los ojos tan abiertos que pudo verle de cerca las venas que surcaban la parte blanca, la esclerótica, como había leído en el manual [de biología]”.
En cada relato ese intento de identificar el secreto que sostiene al cuento revela el “vínculo psicópata” que subyace a las relaciones en un universo perturbado por el abandono, la burla, la orfandad o la pérdida. En el primer cuento, reflejado en la esclerótica de Arminda, un susurro motiva a Sonia a comerse “un puñado de uñas” hasta terminar su colección. “Nunca supieron de su colección. O si supieron prefirieron no decirle nada, hacer de su secreto uno propio, un silencio compartido que siguieron alimentando como una fogata”. La colección de uñas de Sonia pasa a ser parte de esa constelación de secretos, revelado sin dejar de serlo, oculto tras el placer de Sonia al tragarse las uñas.

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Al considerar la lectura que Ricardo Piglia hace de Juan Carlos Onetti en Teoría de la prosa, donde analiza la función del secreto en la obra del uruguayo (“el núcleo mudo de la historia”), se hace evidente el diálogo que Larrea establece con ese universo de sentidos donde el secreto regula el vínculo psicópata de relaciones articuladas por una cotidianidad que sobrevive a “un resplandor de algo que sucedió y que sigue latiendo”, como sugiere Gustavo Álvarez Núñez en su lectura de Los cuidados. El secreto en Agustina Larrea es, como en Onetti, “algo que no se sabe pero que actúa permanentemente en la historia” (Piglia).
En “Los cuidados”, que da título al libro, Marita trabaja en una enfermería o albergue para personas mayores, donde establece una extraña relación con la supervisora del establecimiento. Esta dinámica vendría a ser el núcleo mudo de la historia. “Pasaba siempre con Marita: quien no la conocía podía pensar que se escondía detrás de respuestas ambiguas para evitar que descubrieran algo oculto que guardaba con celo. Sin embargo, con el tiempo, lo que se revelaba no era un secreto sino una forma”. Uno de los aspectos más notables del libro es esa consciencia del secreto como elemento medular y la puesta en escena de cómo “con el tiempo” se revela una forma narrativa capaz de albergar el núcleo mudo: aquello que se percibe y se logra entender, pero a su vez excede al lenguaje.
Larrea narra, para seguir con Piglia, “los efectos y no las causas”. Sin embargo, algunas pueden intuirse, como “los apagones de la primavera alfonsinista” a los que se refiere Florencia Angilletta en su lectura, donde insiste en que es un libro sobre la sociedad argentina. Aludiendo a Juan José Saer, Angilletta también señala que Los cuidados desborda “referencialidades catastrales” y traza “un estado de las voces”, lo que enfatiza la relación de Agustina Larrea con cierta tradición argentina y su exploración del tiempo con relación al secreto. El cuento “Ese calor que vuelve”, narrado por un profesor de arquitectura que nunca ejerció como arquitecto, pone en escena esta dinámica entre secreto, tiempo y cambio de espacios. A simple vista, cuenta la historia de cuando el narrador conoce a Aníbal, empleado en un garaje comercial de “la Capital”, donde pasaba los veranos con la tía Delia. Sin embargo, la diégesis consiste en la presentación de un examen oral de arquitectura en el que el narrador forma parte del tribunal junto a un par de colegas.
Entre sus recuerdos, un estudiante presenta la “continuidad de la tipología estructural que comienza con los primeros edificios que nacieron como producto de la revolución industrial”. En medio de esta exposición se revelan datos de los veranos con la tía Delia, se deduce que el narrador es hijo de militantes desaparecidos y que Aníbal pudo haber tenido alguna relación con la desaparición y otros eventos traumáticos. Éste sale de sus memorias con la presentación del estudiante, quien pasa de “la tipología estructural” a “la tipología garaje comercial” para reflexionar sobre la relación entre el automóvil, el diseño y los espacios urbanos, y concluye: “Las antiguas formas están adheridas como parásitos a las nuevas funciones y estructuras que propone esta tipología, ocultándola… Los garajes comerciales deben ser vistos, entonces, como un conjunto, como auténticos y novedosos espacios para la inmovilidad”. El narrador es interpelado por la conclusión del estudiante, le pide que la desarrolle, pero el cuento termina, “los dibujos que había preparado con delicadeza para su presentación se proyectaban ahora sobre su cara como surcos, como una mancha, como un gesto infernal”, y el secreto del secreto, aquello que se comparte sin certeza, mas sí con plena consciencia de que hay algo siendo compartido, queda inmóvil en el garaje comercial, en esa tipología estructural que solo cambia de fachada, como la proyección de dibujos sobre la cara del estudiante.
La sensibilidad de Larrea para superponer registros del lenguaje permite percibir la dimensión lynchiana de la realidad y establecer un diálogo con Mavis Gallant, cuentista canadiense que también reflexiona sobre la configuración del relato y con quien la autora argentina comparte una constelación de personajes a la deriva en una cotidianidad perturbada por el vínculo psicópata de las relaciones en épocas de transición: la segunda posguerra en Gallant y el final de la dictadura argentina (o el potencial de la democracia) en Agustina Larrea.