30/10/2025
Pensamiento
Gaza: ferocidad y colapso
‘Pensar después de Gaza’ (Tinta Limón), de Franco Berardi ‘Bifo’, plantea el genocidio como una macabra proyección de nuestro futuro próximo
La destrucción de Gaza. Fotografía: Médicos Sin Fronteras
Leer el libro más reciente de Franco Berardi Bifo, Pensar después de Gaza. Ensayo sobre la ferocidad y la extinción de lo humano (2025), es una experiencia desoladora. Hay una frase atribuida a Mario Benedetti: “Un pesimista es un optimista bien informado”; en el caso de Berardi no sólo hay información sino la captura del espíritu de la época, que a menudo es menospreciada en una sociedad global volcada a la superficialidad, el nihilismo y la evasión a través de la inteligencias artificiales. Gaza y su exterminio es, más que un estudio de caso, una macabra proyección de nuestro futuro próximo.
Participante activo de los movimientos de izquierda del siglo XX, Berardi asume que estamos en la parte final de un proceso de disolución. Gaza, el sionismo y el avance de la ultraderecha en el mundo son los últimos engranajes de una maquinaria que se echó a andar durante la Segunda Guerra Mundial. La construcción de instituciones que, en apariencia, otorgarían gobernabilidad al mundo durante la segunda mitad del siglo pasado –con la promesa de progreso de la democracia liberal, que no tuvo contrapesos después de la eliminación del bloque soviético–, fue un espejismo.
Berardi tiene una teoría interesante sobre la pesadilla, el campo de experimentación humano y geopolítico en Gaza: la colonización de una parte de Medio Oriente para la fundación del Estado de Israel es la última etapa de la disolución del judaísmo ahora engullido por el sionismo, una ideología secular y nacionalista que, con el transcurrir de las décadas, dio origen a un movimiento supremacista que basa su identidad en el exterminio del otro. Historiadores como Enzo Traverso han descrito al judaísmo europeo como un fruto de la sociedad liberal y cosmopolita del siglo XX. Los judíos, integrados a la modernidad, ofrecieron aportes importantes para el estudio del mundo que se estaba gestando desde la Revolución Industrial.
La periodista Naomi Klein, en su libro Doppelgänger. Un viaje al mundo del espejo (2023), afirma por ejemplo que las contribuciones al estudio del capitalismo de Karl Marx tuvieron una motivación esencial: demostrar que la desigualdad producida por el capitalismo obedecía a mecanismos no atribuibles a los judíos demonizados históricamente como acaparadores y codiciosos. De hecho, como muestra la historia, el judaísmo era rechazado en países como Estados Unidos e Inglaterra porque esta comunidad tenía fuertes lazos con la izquierda, es decir, con ideas relacionadas a la emancipación, la igualdad y la justicia social. En su libro La conjura contra América, Philip Roth retrata el antisemitismo estadounidense e imagina la consolidación de un régimen fascista de la mano de Charles Lindbergh, aviador convertido en político que ganaría las elecciones presidenciales de 1940 en el mundo alternativo creado por el escritor de raíces judías.
Franco Berardi describe el genocidio en Gaza como el acto final de una historia que comenzó mucho tiempo atrás y que, además de acelerarse, se expande arrastrando al resto de países cercanos y a la sociedad global. El experimento totalitario en Israel está condenado a colapsar, pues no hay ningún tipo de perspectiva futura más allá del exterminio del otro, el control de la población local –manipulada y fanatizada previamente– y la consolidación de un sistema que tiende a canibalizarse. Como apuntan muchos analistas, no puede prosperar una sociedad sometida a un Estado de excepción casi perpetuo e inmersa en una política de agresión constante. Sin embargo, escribe Klein, se está desarrollando un “fascismo del fin de los tiempos”, una ideología totalitaria que no tiene intenciones de llegar a la otra orilla sino asumir que no hay futuro y acelerar el colapso mientras la élite se refugia tras sus murallas e imagina que se aleja del planeta para vivir en paraísos espaciales. Esta visión apocalíptica, impotente en cierto sentido, está presente en Gaza a través del exterminio humano, la propaganda que intenta legitimarlo y las herramientas tecnológicas que dividen, distraen y manipulan el pensamiento y la convivencia entre nosotros.
Bifo acompaña su diagnóstico con un concepto escalofriante pero absolutamente real: la ferocidad. La deshumanización de la sociedad deviene un escenario en el que la violencia es el único escape posible. La irracionalidad y el miedo provocan una rebelión que ha dejado de buscar respuestas políticas. La política, ahora, es contra cualquier enemigo mostrado por los algoritmos y, en última instancia, contra las personas mismas por medio de distintas conductas. El llamado “síndrome Amok”, una explosión de ira –ferocidad– que se dirige de forma ciega contra cualquier persona y, al final, termina con el suicidio, es cada vez más común. La ferocidad es, por supuesto, la extinción de lo humano y la involución a un estado que se refugia en la violencia. Estamos, según el autor, ante una actualización del mal que se promueve ya libre de manifiestos: es un estado catártico que surge en una época de emocionalidad pura. Como bien dice el pensador: prescindir de la violencia o enarbolar el pacifismo es un privilegio para los que vivimos en islas –burbujas– que aún no han sufrido el asedio del neofascismo y la destrucción por las bombas.
La idea de la ferocidad cobra cada día más importancia porque somos conducidos a una lucha cada vez más cruel por la supervivencia. La disyuntiva que plantea Berardi, en éste y otros libros suyos, es la siguiente: saber que la lucha –al menos como se hacía en las décadas pasadas– está perdida y buscar espacios de renuncia para sobrevivir al colapso en marcha o salir a las calles y ejercer cierta resistencia activa –como sucede ahora con el genocidio en Gaza– con la certeza de que no hay un mundo mejor por el cual luchar, pues está en vías de extinción. Si no se pueden echar atrás los procesos de descomposición civilizatoria que, incluso, han cambiado de manera profunda la manera de entender la realidad –con la inteligencia artificial como principal actor–, entonces podemos separarnos de esa realidad y buscar respuestas lejos de la ferocidad. Sondear la impotencia de nuestra época puede conservar el espíritu humano que se degrada gracias a la brutalidad que se vive en Gaza y en muchas otras partes del mundo.