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Literatura

Philip K. Dick: como un profeta

En el aniversario luctuoso de Philip K. Dick, revisamos la biografía que le dedicó Emmanuel Carrère, reeditada recientemente por Anagrama

Guillermo Núñez Jáuregui | lunes, 4 de marzo de 2019

Imagen - Philip K. Dick, ilustración de Pete Welsch

Durante el fin de semana se cumplió un nuevo aniversario luctuoso de Philip K. Dick, que falleció un 2 de marzo de 1982. Desde entonces, como apunta en una nota final Emmanuel Carrère en la biografía que le dedicó, Yo estoy vivo y vosotros estáis muertos (1993), la sombra de Dick no ha hecho sino crecer. “La película de Ridley Scott y luego la adaptación del relato Desafío total con Arnold Schawrzenneger, han contribuido a aumentar la fama de Dick. Ha habido una ópera basada en Valis, otros proyectos de películas, decenas de libros sobre Dick, libros relacionados con Dick y libros de los que Dick es el protagonista. En todas partes se celebran manifestaciones que tienen algo de coloquio universitario y de reunión de secta”, escribió entonces Carrère. A treinta y siete años de su muerte es innegable que la figura de Dick se movió de la periferia para instalarse en el centro de nuestra cultura, algo que ya he comentado (tal vez demasiadas veces) en este sitio.

Ahora que Anagrama reeditó a finales de 2018 la biografía preparada por Carrère (hubo una edición anterior, de 2002, que publicó Minotauro; ambas usan la traducción de Marcelo Tombetta) tal vez sea más interesante considerar al libro no como un manual introductorio a la obra de Dick (para lo cual también resulta muy útil) sino como uno de los goznes de la obra de Carrère. Como ha afirmado en entrevista, se trata del libro con el que el autor francés dio con la voz por la que se le conoce –atenta a las tensiones narrativas que ofrece la no-ficción; las trampas y las tentaciones que presenta para novelistas. Habría que señalar también que el libro se publicó un par de años después de que en Francia apareciera H.P. Lovecraft: contra el mundo, contra la vida (1991) de Michel Houellebecq. Fue el ensayo biográfico con el que Houellebecq dio a conocer su poética (y que en nuestra lengua se encuentra en Siruela), disfrazada como un estudio del estilo y temas de Lovecraft (por no hablar, también, de su siniestra afinidad por su “sensibilidad” racista).

Pero mientras Houellebecq encontró útil someterse a los puntos en común que tuvo (o encontró) en Lovecraft, en Carrère son más interesantes los momentos en que se distancia de su objeto de estudio. Houellebecq procura subrayar o elogiar el estilo de Lovecraft, incluso su lirismo, mientras que Carrère es claro en su predilección por la potencia imaginativa de Dick, pero también en denostar su empobrecida prosa; aunque, sospecho, sólo de manera estratégica. Como sea, es interesante que ambos encontraran en autores marginales sujetos atractivos. También Dick, como es de esperarse en este linaje, lo hizo. Escribió Carrère: “En los relatos de Lovecraft, que Phil había devorado en su infancia y acerca de los cuales me gusta pensar que determinaron su vocación del mismo modo que determinaron la mía, se habla continuamente de cosas tan horribles que el autor renuncia a describirlas”.

Excepto que escribió de ellas, a pesar de todo (un poco como Carrère lo ha hecho, pero otorgándole al hecho la palabra, ya sea en una investigación de crimen verdadero o en ensayos novelados). ¿Pero qué temas son estos que Dick bordeó a lo largo de su obra? Sus lectores saben bien que existe una dimensión profundamente humanista en la obra del californiano, una pregunta por lo que significa ser humano, pero como argumenta y documenta Carrère, también una inquietud espiritual y teológica –que a juzgar por libros posteriores del francés, como El reino (2014), también comparte. “Es curioso que nazcan de la pluma de un autor de ciencia ficción, un autor de un estilo mediocre para colmo, esos pasajes memorables que no sólo son sobrecogedores, sino que nos dan la certeza de aferrar algo esencial, fundamental. Nos hacen vislumbrar un abismo que formaba parte de nosotros y que nadie todavía había sondeado”.

Hay una yuxtaposición extraña en nuestra cultura, en la que abundan los lectores y espectadores (o meros consumidores) que se identifican como “fanáticos” o fans, ya sea de figuras populares o de “franquicias” (como a menudo dicen, adoptando esa detestable jerga comercial) de géneros que orbitan la ciencia ficción; pero también está la manera en que se designa a los creyentes demasiado fervorosos, capaces de asesinar o autoinmolarse por una idea. Entre ambos fanáticos existe un trecho no demasiado grande donde opera ese estado mental, la creencia (tan cercano y lejano del conocimiento certero). No es raro, como sugiere esta biografía aún vigente, que ante el espíritu de nuestra época, Dick vuelva a hablarnos de entre los muertos, como un profeta.

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