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22/05/2025

Cine/TV

Habemus papam

Tras la elección de Robert Prevost (León XIV) como nuevo papa, conviene volver la mirada a la película de Nanni Moretti sobre el tema

Alejandro Badillo | jueves, 22 de mayo de 2025

Fotograma de ‘Habemus papam’ (2011), de Nanni Moretti

Estrenada el año pasado, la película Cónclave ganó aún más popularidad con el fallecimiento de Jorge Bergoglio (el papa Francisco) y la elección de Robert Prevost (quien eligió el nombre de León XIV). El filme de Edward Berger es una adaptación de la novela del mismo nombre escrita por Robert Harris y, más allá de la vuelta de tuerca final, recrea la clásica historia de alianzas y conjuras políticas en una organización aún poderosa. El hecho de que la trama se desarrolla en el Vaticano añade un toque especial a Cónclave, pues la Iglesia católica ha preservado cualquier cantidad de secretos, anécdotas vergonzosas, corrupción y abusos reconocidos y no reconocidos, entre otras cosas. La opacidad con la que trabaja la sede central del catolicismo da pie a innumerables teorías de la conspiración que, muchas veces, sirven para el entretenimiento, aunque no aportan mucho al debate de las instituciones religiosas en nuestra época.

En 2011 se estrenó Habemus papam, dirigida por Nanni Moretti. Al igual que Cónclave, la trama aborda el fallecimiento del líder de los católicos y el proceso para elegir a su sucesor. En la película italiana, sin embargo, la elección de los cardenales ocurre sin mayores conflictos, pues el foco principal ocurre, justamente, en el momento en que el nuevo pontífice sale al balcón central de la Basílica de San Pedro. El cardenal Melville (interpretado por Michel Piccoli), elegido contra sus deseos, tiene un ataque de pánico y huye al interior del recinto. La multitud, incrédula, sólo puede esperar mientras los cardenales intentan averiguar la razón de la crisis de su compañero. A partir de ahí el guion se mueve entre el melodrama y la comedia.

Melville es analizado por un psicólogo –interpretado por el propio Moretti–, que con grandes esfuerzos trata de hacer su trabajo rodeado de religiosos. Después el papa –cuya identidad, por cierto, no se ha revelado al público– escapa y vaga por las calles de Roma intentando encontrar la razón de su angustia y, sobre todo, su vacío existencial. El mundo católico espera, consternado, el desenlace de la historia mientras el psicólogo es retenido en el Vaticano con los cardenales, pues el cónclave no puede acabar si el nuevo papa no completa el rito. Incapaz de revelar la desaparición de Melville, el portavoz –interpretado por el actor polaco Jerzy Stuhr– les hace creer que su líder está en sus habitaciones recuperándose de su problema emocional. Para hacer más creíble el engaño ordena a un guardia suizo que use la habitación papal para que, desde el exterior, se pueda contemplar su sombra y no se piense que el lugar está vacío. Los cardenales, aburridos, juegan cartas y se animan, coordinados por el psicólogo, a jugar un torneo de voleibol.

Habemus papam es, como toda película interesante, algo más que su anécdota. Nanni Moretti, cineasta identificado con la izquierda italiana, usa el tópico de la renuncia para cuestionar la idea de la infalibilidad divina y, por ende, papal. Hay también una crítica sutil y a veces cómica a la jerarquía absoluta que reina en el Vaticano, al grado de paralizar una institución, pues está acéfala y nadie sabe qué hacer. El papa renegado no tiene, por otro lado, motivaciones políticas, la única certeza que tiene es no regresar al puesto que le fue encomendado. En el par de días que deambula por Roma recupera un poco de su pasado y tiene un reencuentro con el teatro, su vocación antes de entrar al clero. Sin embargo está en una suerte de limbo: no puede rectificar las decisiones que tomó décadas antes, tampoco puede dar la espalda a la institución que lo formó.

Un espectador acostumbrado a los finales felices esperaría que Melville, a partir del peregrinaje anónimo en la ciudad, aceptara su destino, pero, por fortuna, Moretti cierra el relato de forma abrupta y con un tono de tragedia teatral. Es curioso, como último apunte, que el protagonista de esta historia de renuncia se apellide Melville, pues nos remite de inmediato a Bartleby –el personaje de Herman Melville–, el escribiente que se presentaba a su trabajo para responder, ante cualquier petición, “I would prefer not to” (Preferiría no hacerlo). Esa insubordinación en forma de frase enigmática también se le dice a Dios en Habemus papam.

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