Sebastian Stan como Donald Trump en ‘El aprendiz’ (2024)
Es interesante que el nombre de Roy Cohn, abogado que tuvo un papel importante durante el macartismo de los años cincuenta en Estados Unidos, no aparezca de una manera más frecuente en la mitología que se ha construido alrededor de Donald Trump, al menos para el gran público. El personaje, fallecido en 1986, participó en la caza de brujas anticomunista que tuvo, como clímax, la ejecución de Ethel y Julius Rosenberg, acusados de compartir secretos nucleares con los soviéticos. Reaccionario, conservador, homosexual que demonizaba a otros homosexuales, corrupto, inescrupuloso, patriota americano y, por supuesto, maestro en el chantaje, Cohn ascendió en los círculos de poder de Estados Unidos, en especial en Nueva York. A él acude un Donald Trump joven en busca de contactos y ayuda para triunfar en los negocios inmobiliarios.
Ali Abbasi, cineasta danés de origen iraní, refleja la mancuerna Trump-Cohn en El aprendiz, película estrenada el año pasado y por la cual Sebastian Stan fue nominado al premio Oscar como mejor actor por su interpretación del magnate ahora en su segundo periodo presidencial. Una de las virtudes del guion y del trabajo actoral de Stan es no caricaturizar a Trump, pues él mismo es, en muchos sentidos, un personaje que usa el exceso para construir su identidad. A partir del vocabulario y la gestualidad de Trump, Stan logra darle credibilidad a su representación sin lavarle la cara a su modelo. La película aborda el origen de Trump como figura pública desde su trabajo como cobrador de rentas en los edificios de su padre hasta su aventura en el negocio de los casinos y la llegada de uno de sus evangelios, el libro The Art of the Deal (El arte de la negociación), escrito por el periodista de negocios Tony Schwartz, que lo entrevistó en su oficina.
El aprendiz –que toma su nombre del reality show estelarizado por Trump, en el cual varios empresarios compiten por dirigir una de sus empresas– retoma el tópico del alumno y el maestro, además de reflejar a la sociedad estadounidense de finales de los setenta y los ochenta. Es difícil, por supuesto, separar la ficción de la realidad, aunque se pueden encontrar muchas similitudes entre la película y la serie documental de 2017 Trump: An American Dream, que también aborda la creación de Trump como multimillonario y figura pública por medio de noticias y entrevistas con él y su círculo cercano. Abbasi seguramente se toma algunas libertades para narrar la intimidad del personaje, pero su principal objetivo es mostrarlo como un miembro más de la corrupta élite estadounidense que vivió épocas de esplendor durante los periodos presidenciales de Jimmy Carter y, en especial, Ronald Reagan. Banqueros, políticos y empresarios se repartían el dinero y el poder, mientras la población era sometida a continuas crisis financieras que erosionaban su nivel de vida. En ese contexto, Trump es un miembro más de ellos que, simplemente, decidió ir un paso más allá aprovechando los medios de comunicación. En este sentido, la película contradice la narrativa que ha vendido el statu quo internacional: el presidente de Estados Unidos es un monstruo, un accidente de la política que surgió de la nada para apoderarse del gobierno de su país con las repercusiones mundiales que todos conocemos. En realidad es, desde el origen y en su evolución, el trayecto natural de una élite que vive, desde hace tiempo, en una realidad hecha a la medida.
Al inicio del filme Roy Cohn (interpretado de forma solvente por Jeremy Strong) ofrece a un joven Donald Trump la clave del éxito en tres reglas: atacar, atacar, atacar; no admitir nada, negarlo todo y proclamar siempre la victoria, nunca admitir la derrota. Al final de la película, cuando Trump repite ese mantra al periodista que escribirá su libro, éste le dice que esas tres reglas podrían definir la política exterior de Estados Unidos. La analogía es ejemplar y, además, la encontramos en varias escenas de la película. El magnate seguirá esta estrategia, años después, en su incursión en la política. En tiempos de una acelerada fragmentación y, por supuesto, del espectáculo como nueva fórmula para sacar ventaja de una sociedad entregada a sus emociones, Trump entendió que el escándalo era la clave para obtener lo que quería. Hay, además, una metáfora aún más contundente: el triunfo de la mentira y la entrega a la apariencia.
Roy Cohn, enfermo de sida y lejos de sus mejores años, recibe ayuda de Trump después de que éste se había alejado de él por su enfermedad y, sobre todo, porque ya no lo necesitaba. Antes de su arribo a la política, el magnate lo invita a una de sus mansiones para que celebre su cumpleaños. Una vez en el lugar le regala unos gemelos que, según él, son de diamantes. Después, en la cena de celebración, le dicen que las joyas son falsas. Cohn se mantiene inexpresivo y recibe un pastel que tiene, en la cubierta, la bandera de Estados Unidos. El abogado, en los últimos días de su vida, encomia la amistad de Trump, que lo mira complacido. La historia de las joyas fue confirmada, hace años, por el New York Times, aunque los detalles de la entrega son difíciles de verificar. La anécdota es una buena manera de entender el fenómeno Trump: el triunfo de la mentira y la derrota convertida en victoria en un mundo que se ha entregado a héroes falsos.