16 de agosto de 2017

La Tempestad

También las artes cambian al mundo

17/05/2024

Artes visuales

Arañas, humanos, redes

Nicolás Cabral revisa la exposición de Tomás Saraceno en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires, con la mayor telaraña jamás exhibida

Nicolás Cabral | jueves, 6 de julio de 2017

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El joven guía, que no deja de recordar a los asistentes que no deben tocar las telarañas, explica a un grupo de visitantes las particularidades de la obra. Conforme desgrana la información relativa al proyecto –siete mil arañas viviendo y trabajando en la sala del museo durante seis meses, por ejemplo–, invita al público a responder algunas preguntas, como es habitual en este tipo de ejercicios educativos. La última de ellas seguramente había estado flotando en el ambiente, como las partículas suspendidas en la primera parte de la exposición: «¿Ustedes creen que esto es arte?». Le sigue el silencio: se ha abierto el lugar del pensamiento.

La obra de Tomás Saraceno (San Miguel de Tucumán, Argentina, 1973) opera en esa zona, indicando sendas de lo nuevo a través de una práctica expresiva que se mantiene en diálogo permanente con las ciencias. Sus trabajos son una fuente inagotable de preguntas, además de enigmáticas maneras de postular formas en el espacio. Porque, según cómo esté formado el imaginario del espectador, Cómo atrapar el universo en una telaraña orienta la memoria en direcciones múltiples, lo mismo las dieciséis millas de cuerda que Marcel Duchamp tejió en First Papers of Surrealism (Nueva York, 1942) que una casa de espantos, sin olvidar los precedentes en la obra del propio Saraceno, a su vez vinculados a teorías provenientes de la astrofísica, la biología o la ingeniería.

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Conviene recordar una de las piezas que detonaron mayores reflexiones en la 53 Bienal de Venecia, en 2009: Galaxias formándose a lo largo de filamentos, como gotitas en los hilos de una telaraña. Graciela Speranza, autora de iluminadores textos sobre la obra de Tomás Saraceno, propone algunas preguntas iniciales: «¿qué es esa filigrana de formas geométricas tensada entre las paredes de un espacio vacío? ¿Un modelo 3D de la fisión nuclear? ¿Una red neuronal magnificada? ¿La estructura simulada de un enjambre de galaxias?» (Atlas portátil de América Latina, 2012).

Bruno Latour encontró en esa composición galáctica una forma de superar la dicotomía que, en la reflexión social contemporánea, opone la esferología de Peter Sloterdijk a la teoría del actor-red, logrando explicar la globalización como una suerte de espuma tejida. Vio, además, «una poderosa lección lo mismo para la ecología que para la política: la búsqueda de la identidad “adentro” se vincula directamente a la cualidad de la conexión “afuera”» (e-flux, marzo de 2011). Lo cierto es que esas Galaxias, capaces de animar todo tipo de lecturas con su insólito rigor, formaban parte de una investigación sobre las telarañas que el artista y su estudio, junto a diversas instituciones científicas, habían iniciado un par de años antes. En el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires Saraceno pasó de la metáfora al objeto en sí, para de ahí animar otras analogías.

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¿Cuál es la estrategia innovadora, aquí? Cómo atrapar el universo en una telaraña tiene el aspecto de un experimento de laboratorio, y la documentación presentada apunta en dirección a la ciencia –incluyendo el documental en video. Las estructuras formadas por los arácnidos arrojan una imagen relacional de lo que nos circunda y contiene: todo está conectado, vinculado, tensado por fuerzas. Dos piezas conforman la exhibición. The Cosmic Dust Spider Web Orchestra, en el segundo subsuelo del museo, incorpora al espectador en su lógica: en un cuarto en penumbras, un rayo de luz apunta a un marco tridimensional donde una Nephila clavipes teje su red; sus movimientos, así como el desplazamiento del polvo cósmico (causado por el ir y venir de los espectadores), son convertidos en sonidos por un algoritmo que interpreta los datos del video que captura los cambios en el ambiente en tiempo real.

En el segundo piso espera Instrumento musical cuasi-social ic342 construido por 7,000 Parawixia bistriata – Seis meses, la mayor telaraña jamás exhibida. En el título está todo: el número de arácnidos participantes, el tiempo que les tomó tejer la pieza. «¿Ustedes creen que esto es arte?», pregunta el guía. El gesto clave: las dos piezas se hallan enmarcadas, en su interior (los hilos tensados) y en el exterior (la sala del museo). Las telarañas se extienden en una estructura determinada por el artista, y observamos todo en un espacio delimitado. Y sin embargo… también la ciencia procede de esa manera.

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Si en el subsuelo observamos a una solitaria Nephila clavipes, iluminada en su carácter individual, en el segundo piso recorremos el efecto de una labor colectiva, realizada por millares de Parawixia bistriata, una vez devueltos los ejemplares a su lugar de origen. Esta subespecie no fue elegida al azar: es altamente social; a diferencia de la gran mayoría de los arácnidos, éstos forman colonias, duermen juntos, tejen y cazan en colaboración. ¿Un mensaje político? No debe perderse de vista la pulsión utópica de buena parte de las obras de Tomás Saraceno, heredero de las reflexiones de Richard Buckminster Fuller: ha imaginado una vida futura en el aire, ciudades-nube, la entrada en el Aeroceno.

Las telarañas han significado para el argentino un espacio de investigación formal, capaz lo mismo de arrojar lecciones sobre el trabajo colaborativo que sobre la eficiencia de las estructuras ligeras. A través de sus proyectos el arte revela una sorprendente capacidad de producir conocimiento, sin por ello abandonar su vocación expresiva. «Sólo la tensión interna entre el carácter profano del objeto, de su actitud o de su destino, y la pretensión teórica o artística que va unida a él, da a la innovación ese valor que la distingue tanto del espacio profano como de la masa de formas de arte no innovadoras, triviales, conformadas a las definiciones establecidas», escribió Boris Groys en Sobre lo nuevo (1992).

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Si la potencia de las artes visuales reside en su capacidad de devolvernos al mundo con la mirada renovada, Cómo atrapar el universo en una telaraña cumple con esa idea de forma singular. El espectador que ha observado con atención los milagros arácnidos regresa a las calles y establece conexiones: hay nodos por todas partes, la realidad es una apretada red que nos incluye, cuyas vibraciones sentimos e interpretamos, y cuyo delicado equilibrio parece depender de la capacidad de coexistencia. Mirar la labor de las arañas ofrece perspectiva: lo macroscópico tiene maneras similares de organizarse.

Tomás Saraceno, que con sus proyectos ha ayudado a científicos en su entendimiento de algunos fenómenos naturales, sabe que no todo es mensurable, que los meros datos no componen una representación fiel de la realidad. Apuesta a abrir los significados para que el pensamiento se dispare en todas direcciones, sin implicar que lo natural y lo social puedan identificarse. Sus instalaciones inmersivas están llenas de información, pero en el ambiente flota la sugerencia y el enigma. Vivir en el aire es una posibilidad técnica, pero sólo en la medida en que alguien sea capaz de imaginar nuevas formas de habitar, maneras inéditas de hacer propio el espacio. En la araña solitaria que tiende su red identificamos la soledad cósmica, pero unos pisos arriba está la prueba de que la colectividad es capaz de todos los prodigios. 

Tomás Saraceno, Cómo atrapar el universo en una telaraña, Museo de Arte Moderno de Buenos Aires, hasta el 27 de agosto

 

Publicado en la edición impresa de La Tempestad, no. 123, junio de 2017

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