16 de agosto de 2017

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13/05/2024

Música

The Bug: el sonido de un final

El proyecto The Bug ha lanzado nuevo álbum, ‘Fire’, conjunto de piezas que componen el retrato de una suerte de Londres distópica

Iván Ortega | martes, 7 de septiembre de 2021

Kevin Martin retratado por Caroline Lessire

Eugene Thacker comienza así su trilogía El horror de la filosofía: “El mundo se vuelve cada vez más impensable: un mundo de desastres planetarios, pandemias emergentes, cambios tectónicos, clima extraño, paisajes marinos cubiertos de petróleo y la furtiva y siempre amenazante amenaza de la extinción”. Para Thacker es cada vez más difícil concebirlo desde un punto de vista humano: “Cada vez nos percatamos mejor de que el mundo en que vivimos es un mundo no-humano, un mundo externo, uno que se manifiesta en los efectos del cambio climático, desastres naturales, crisis energética y la progresiva extinción de especies a lo largo del planeta”. No obstante, el factor humano es también causante de muchos de estos nuevos cambios y peligros, no podemos desentendernos de ellos. Cabe añadir más problemas contemporáneos relacionados con los ya enlistados, pero que operan únicamente en la esfera de lo humano: injusticia, gentrificación, persecuciones de migrantes, el regreso al poder de la derecha en las democracias liberales, etc.

Todos estos miedos y problemáticas están presentes y son referidos de manera directa o indirecta en Fire, el nuevo lanzamiento de The Bug, uno de los tantos proyectos del hiperactivo Kevin Martin, que hace pocos meses lanzó también un “soundtrack alternativo” para Solaris de Tarkovski. La palabra “fire” y el ambiente distópico del disco traen a la mente el fuego destructivo en el imaginario colectivo de los últimos años: el accidente de Pemex en el Golfo de México, los incendios en Australia, en Grecia, en California… Fire es un intento de comprender todos estos cambios de una manera preocupada, angustiada y violenta, pero también festiva, no por indolencia o indiferencia sino por la intuición de que los tiempos que corren podrían anunciar grandes cambios, que podrían ser fatales o significar la caída de un sistema que ya no funciona.

The Bug

Portada de Fire (2021), de The Bug

El principio del final

Fire abre con “The Fourth Day”, un monólogo de Roger Robinson, colaborador constante de Kevin Martin, con quien también lleva el proyecto de poesía dub King Midas Sound, que acaso, por su gelidez, se ubica en las antípodas del material que suele aparecer con The Bug. Esta primera pieza, casi spoken word, es una extrapolación de las condiciones de nuestra cuarentena contemporánea: cuatro años de aislamiento, vida en pantallas, entregas a domicilio realizadas por robots, abandono de la esperanza, comida fresca que sólo puede conseguirse en el mercado negro… El material de Fire funciona en conjunto como un conglomerado de ficciones distópicas hiperviolentas, tanto lírica como rítmicamente. Adam Blyweiss, columnista de Treble, definió el sonido como body-horror dancehall.

Furia

Más que adquirir un tono resignado sobre el estado general de un mundo en llamas, los MCs que pueblan Fire adoptan un tono de desafío. No hay esperanza resignada sino ansias de combate, un combate abierto contra el statu quo. El ethos de este álbum recuerda a la villanela más famosa de la lengua inglesa: “Rage Against the Dying of the Light”. El fuego del que habla The Bug es ambivalente, puede aniquilar pero también purificar, ayudar a empezar de nuevo. “The fire’s gonna blaze on these aristocrats”, nos dice Flowdan en “Pressure”, el primero de los tracks con los que contribuye. Por su parte, en “Vexed”, Moor Mother anuncia: “In the battle I’ll slay them, behead them, I don’t give a fuck what they say”, y continúa con las amenazas hasta terminar así: “I’ll blast the muthafuckas, adios”.

Hay algo en la combinación entre el tono amenazante de la voz de los MCs y de la música que lleva las advertencias un poco más lejos de las que profieren, de vez en cuando, grupos cercanos como Sleaford Mods, que en contraste quedan como fantasías, encarnaciones contemporáneas y resignadas de un esprit de l’escalier: algo que quisimos gritarle a los funcionarios públicos para finalmente no hacerlo se materializa en una canción furiosa. Hay algo en The Bug que potencia esta actitud en sus colaboradores. Recordemos que London Zoo (2008), el álbum que más parecido guarda con Fire dentro de la producción de Kevin Martin, abre con una pieza violentísima, “Angry”, en la que Tippa Irie, mejor conocido por piezas hermosas de reggae optimista como “It’s Good to Have the Feeling You’re the Best” o “Hello Darling”, se convierte en una máquina iracunda que canta sobre problemas globales de fácil solución que, sin embargo, siguen existiendo. Aunque la música sea bailable y rítmicamente intensa, en Fire sólo hay una canción, “Ganja Baby”, que podría considerarse realmente alegre.

Futurismo

Llama la atención lo concisos y breves que son la mayoría de los títulos de las piezas de Fire, casi todos evocando imaginería violenta o destructiva: “Bang”, “Hammer”, “Bomb”, “Clash”, “War”. Esta última palabra es recurrente en las letras del resto de las canciones. Es casi como si The Bug hubiera recuperado la poética futurista dándole la vuelta a su orientación política: un futurismo antifascista. El álbum combina la furia de los oprimidos con una producción austera y sofisticada, que nos ofrece el sonido del verdadero futuro. Kevin Martin no es un músico virtuoso, o al menos no como solemos concebirlos, pero es un productor imaginativo que sabe cuándo es necesario saturar una pieza rítmicamente. Encarna perfectamente aquello que Kodwo Eshun llama “hipercusión”. En las piezas de The Bug difícilmente suena otra cosa que bajos y baterías electrónicas. La música que surge posee propiedades físicas interesantes. Puede ser sentida por algo más que los oídos, incluso a volúmenes moderados.

Londres

Unreal city

Under the brown fog of a winter dawn

A crowd flowed over London Bridge, so many,

I had not thought death had undone so many.

Aunque la mayoría de los temas de las canciones de The Bug podrían pensarse como situaciones globales, no podemos olvidar que psicogeográficamente es un proyecto situado en Londres. Precisamente porque es una de las ciudades con un ritmo más rápido de gentrificación y encarecimiento de la vida, su clase trabajadora enfrenta problemas económicos cuya gravedad se acelera. La brecha social, como en cualquier megalópolis, aumenta con graves consecuencias para las poblaciones inmigrantes.

La Londres de The Bug no es la de las novelas de Martin Amis o Julian Barnes, ni siquiera la de las minorías étnicas de clase media de Zadie Smith. Para ponerlo en un término inventado por China Mieville: Un Lun Dun, una Londres inversa que no suele aparecer en las representaciones globalmente extendidas de la ciudad y de la que a veces llegan algunas imágenes o notas en las novelas de Charles Dickens, pero también en libros como La gente del abismo de Jack London, su crónica sobre el submundo de la ciudad; Solos en Londres, la novela de Sam Selvon que narra la vida de los inmigrantes caribeños que comenzaron a llegar a Inglaterra en los años cincuenta; o The Victorian Underworld de Kellow Chesney (libro que, por cierto, William Gibson usó como referencia para crear los mundos criminales futuristas de su primera trilogía de novelas).

El álbum cierra con otra pieza de Robinson, “The Missing”, originalmente un poema aparecido en su libro A Portable Paradise, ganador del premio T.S. Eliot, dedicado a las personas que murieron en el incendio de la torre Grenfell, el de mayor mortalidad que ha habido en Londres desde la época del Blitz. La pieza tiene relación con el track anterior, “High Rise” (título ballardiano, aunque la letra tiene menos relación con la novela homónima que las otras piezas del álbum con la serie de libros sobre catástrofes climáticas escritos por J.G. Ballard, principalmente La sequía): “We just screw face & explode / We don’t know nothing about the high life / We live in flats in the high rise”.

Dub

En algún momento de Neuromante (1984), la novela de William Gibson (Thimoty Leary la consideraba el Nuevo Testamento del ciberpunk, mientras que el Antiguo sería El arcoíris de la gravedad de Thomas Pynchon), los personajes llegan a una colonia espacial fundada por rastafaris, apropiadamente llamada Sión. En las entrañas de esta colonia suena, como si se tratara del sonido de los motores que la mantienen con vida, un dub perpetuo en el que se mezclan cantidades indeterminadas de piezas musicales mezcladas. La música se integra de manera religiosa y nos recuerda que el dub no es un género sino un continuum que incluye muchos otros géneros y se filtra en ellos. Uno de los principales elementos del dub es la preeminencia y la fisicalidad del bajo. Luc Sante cita la frase bass culture, del poeta dub Linton Kwesi Johnson, para referirse a uno de los modos que han imperado en la música pop desde los ochenta, incluyendo al funk, el disco tardío, el reggae, el dancehall y que también incluiría a géneros contemporáneos como el reguetón.

The Bug pertenece a este continuum pero es imposible (e innecesario) ubicarlo genéricamente. Puede trazarse, sin embargo, una especie de genealogía. En el eclecticismo de este proyecto se encuentran tendencias política e imaginativamente similares. Su imaginería distópica trae a la mente al As the Veneer of Democracy Starts to Fade (1985), la ficción sónica hiperpesimista de Mark Stewart en la que en algunos momentos es posible entrever una ciudad tomada completamente por una policía al servicio de las élites neoliberales, en la que se ejerce la represión violenta y el espacio público es declarado “área restringida”.

En el apocalipsis festivo de Fire también podemos encontrar similitudes con “B.O.B” de Outkast y con los discos de futurismo pesimista que el fallecido Spaceape (colaborador de The Bug en London Zoo) hizo con Kode9 en la década de los 2000, pero sobre este álbum flota principalmente el fantasma del ya mencionado Linton Kwesi Johnson, acompañado de sus visiones violentas de una ciudad en la que dos facciones se enfrentan, cuyas letras a veces se sienten tan próximas a los estados de ánimo de Fire: “Broke glass, cold blades as sharp as the eyes of hate and the stabbin’ / It’s war amongst the rebels / Madness, madness, war”, que encuentra su eco obvio en la voz de Nazamba, quien en su única contribución a Fire canta “It’s a war / ideological war / And it’s a global war/ Technological war”. En ambas piezas los poetas cantan sobre la guerra asimétrica entre oprimidos y élites. No obstante, el pesimismo apocalíptico de Johnson está en Fire como un ansia optimista y festiva, no como un lamento. Hay anuncios de cierta posibilidad de triunfo, quizá sólo por agotamiento del enemigo. Flowdan nos anuncia la desesperación de las élites: “Babylon time done, yo, send for the stretcher”.

Fire propone una distopía temporal en la que hemos de construir lo que ha dejado el fuego purificador que erradicó el sistema. Un álbum-ficción para tener en cuenta en los tiempos por venir. Posiblemente el mejor de The Bug, definitivamente el mejor del año.

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