Una escena de ‘Let It Be’ (Michael Lindsay-Hogg, 1970). © Apple / Disney+
Cuatro hombres en fila cruzan la calle por un paso peatonal. Al frente, vestido de blanco todo, el primero de ellos semeja a un Jesús Cristo de pelo largo, barba tupida y lentes redondos; es el único con las manos en los bolsillos del pantalón. Al centro, el segundo viste un elegante traje negro, camisa blanca y corbata, la cabellera y el pelo facial recortados con urbana pulcritud; mientras que el tercero, su rostro libre de vello, luce algo desgarbado y, aunque también lleva puesto un traje negro, pero no corbata, va descalzo y muestra un cigarro encendido en la mano derecha. El cuarto y último de la fila viste todo de mezclilla y luce casual, el pelo lacio y largo, barba como el primero, aunque semeja más a un trabajador como cualquier otro que a una deidad secularizada. ¿Adónde se dirigen vestidos así, todos con la pierna izquierda lanzada hacia adelante, el descalzo fuera de sintonía avanzando con la derecha?
La portada del undécimo álbum de The Beatles, acaso su más reconocible, no parece tan elaborada como la colorida y recargada tapa del Sgt. Pepper o el falsamente sobrio collage con ilustración original del Revolver, aunque es quizás aún más conceptual si se le piensa con detenimiento. Muchos ya han dicho que la imagen muestra a los cuatro hombres yendo a un funeral: John es el predicador; Ringo, el invitado o el deudo; Paul, el muerto; y George, el enterrador. John, ya se sabe, declaró en 1966 que The Beatles eran más grandes que Dios, mientras que a Paul se le machacó la leyenda urbana de haber perecido en un accidente automovilístico ese mismo año, para ser reemplazado por un doble (o quizás un tulpa, como nos enseñaría medio siglo después David Lynch en Twin Peaks). Así pues, The Beatles juegan con la realidad y su imaginario, para no hablar de con su propia, pronto finita historia como banda.
En un sentido estricto, el Abbey Road es el último álbum de The Beatles y deja registrado el último día en el que John, Paul, George y Ringo estuvieron juntos en un estudio: 20 de agosto de 1969; el disco se lanzó poco más de un mes después, el 26 de septiembre. Como podemos observar en su portada, The Beatles vieron el futuro con toda claridad; tanta, que hicieron una obra declarada y conceptualmente última que, en realidad, fue su penúltima en un sentido, digamos, canónico (aunque el canon de The Beatles se terminó de consolidar hace muy poco, en 2023 apenas). Si bien el cuarteto fabuloso de Liverpool ya se había despedido en “The End”, el cierre del medley conocido como “The Long One”, se dieron el lujo de lanzar un álbum más, su duodécimo y nuevamente final, ocho meses después, fruto de las sesiones documentadas en Get Back, que culminaron con una última aparición en vivo (aunque ocurrió en 1969 y en una azotea y no en un estadio, no deja de ser un evento cementado en 1970).
Allí donde su aventura doble y homónima de 1968 nos los mostró al desnudo y con la libreta de apuntes e ideas musicales abierta, su entrega de 1969 es tal vez su obra más compacta y cerrada en sí misma, aunque abierta al infinito tiempo: la muestra de la claridad que, dentro de la confusión y el caos que reinaron sus últimos meses juntos, The Beatles tenían de su inminente legado. Libres de botargas y de disfraces coloridos y actuando de la banda de alguien más, en la portada del Abbey Road John, Paul, George y Ringo aparecen como un grupo de personas que, como cualquier otra, cruzan de un lado al otro de la calle, vestidos tal y como se veían o percibían a sí mismos (o como creían que la gente los pensaba), así como cruzamos la vida de un extremo al otro, del principio al final, de una ribera a la otra del Estigia.
Abbey Road, pues, nos presenta a The Beatles en tiempo real, creando la obra maestra a la cual los llevó su derrotero, un tiempo en realidad acabado para ellos, pero nunca para sus escuchas. Un verdadero y literal canto de cisne. Let It Be, por su parte, representa un tiempo real recuperado, pero de esto hablaré en la siguiente y última entrega de este ensayo que, aunque versa sobre 1970, no deja de volver a 1969, el año más Beatle en la historia de The Beatles.