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Música

A 10 años de ‘Teen Dream’

Lanzado en enero de 2010, el tercer álbum del dúo que conforman Victoria Legrand y Alex Scally es un ícono del dream pop

Luis Arce | martes, 4 de febrero de 2020

Franz Kafka pasó muy pocos días con la persona a la que dedicaría unos de los documentos más efervescentes que se hayan escrito en torno al amor y sus vicisitudes. En sus Cartas a Felice, el autor de El Proceso, invierte casi todo su tiempo confeccionando pretextos, buscando fantasías, evadiendo cualquier posibilidad de encuentro. Ningún tren a Berlín posible, ningún atisbo de energía empleada para un viaje desde Praga. Pietro Citati escribió que quizá Kafka comprendió mejor que nadie el peligro de apegarse a una persona. Puede parecer exagerado –de hecho, lo es– pero no por eso es menos cierto: nada de lo que nos pasa al enamorarnos nos pertenece del todo, y ése es un riesgo enorme, por el cual todo vale la pena.

Teen Dream inicia con un riff efectista y sin embargo prístino. Una guitarra, medio tono abajo de la afinación convencional, coloca una serie de notas en una posición extraordinariamente precisa: es la melodía que abre el álbum y está convertida, hoy día, en uno de los inicios más emblemáticos de la historia del dream pop. Como la luz que entra por un ventanal, “Zebra” va creciendo incontestable. Los elementos como la voz de Victoria, los sintetizadores, la batería, las distorsiones, se suman poco a poco de una forma estrepitosamente natural. Cuando llegamos al segundo coro tenemos la sensación de haber sido azotados por algo ilusorio, como si una masa de sonido nos hubiese aplastado, gentilmente, el corazón. Y es apenas la primera canción.

Superar eso sería complicado para cualquiera. Pero Beach House va aún más lejos con “Silver Soul”. Creemos estar abriendo nuevamente los ojos, sin saber exactamente qué acaba de pasar. Una persona cualquiera solía ser la vida entera y ésta es la primera mañana en la que ya no vamos a verla. Una imagen del mundo se va creando, muy a pesar de que el mundo fue devastado hace poco. Quignard dijo que algunos pintores pintan por la noche con la ayuda de un incendio. Para los cuatro minutos del segundo track en Teen Dream sólo puede leerse algo parecido a los adentros de una flama, la voz de Victoria Legrand repite con insistencia –como lo hace el gigante de Twins Peaks– que aquello, lo mismo de siempre, está sucediendo otra vez. Es casi un mantra, la futura herida de la misma cicatriz. Fuera de sí, repite el coro hasta el cansancio. Es natural, “Silver Soul” está tomada por algo mucho más grande que el dúo de Baltimore. Es de esas canciones donde se cuela una cierta imagen de lo sagrado. Un dato: Teen Dream fue grabado en una iglesia. Una cita: la vida es sagrada, dijo Inger Christensen.

Sin embargo en aquella iglesia pocas cosas, acaso ninguna, podrían considerarse sacras. Alex Scally, guitarrista del grupo, ha dicho que ese lugar estaba más cerca de ser un granero. Pero los recintos sagrados no suelen ser sólo aquellos donde se erigen las efigies de nuestros fanatismos –eso siempre sucede después, sino más bien aquellos que quedan, por siempre, cargados con una energía que existe más allá de toda medida. Los últimos instantes de “Silver Soul” acatan esa dirección y al ya no poder ser contenidos sólo pueden caer estrepitosamente, mediante un recurso tan viejo como un fade-out, hacia la siguiente canción.

Es un término un poco más torpe, pero también más legible: quizá todos los discos verdaderamente importantes tengan un cierto reverb, una forma no del todo eterna, pero sí expansiva de hacerse presentes. En Teen Dream estas formas se presentan casi al comienzo, durante el pegajoso coro de “Norway” y los memorable riffs de “Walk in the Park”. Ambas canciones se quedan ahí por horas. Son canciones hechas de ruina, pero también de una melancolía tan clara que uno puede apenas mirarla directo a los ojos. Por eso ocurre la pausa que, a manera de descanso, nos revela la nostálgica melodía de “Used to be”, hecha en partes iguales por las manos y la voz de Victoria Legrand. A medio camino del álbum, la pareja, esos amigos de Baltimore, nos cuentan que ya no podemos ser quiénes solíamos ser, estamos transformados, deshechos, devueltos a la misma esquizofrenia de todos los días, quizá la única fuerza vital capaz de movernos hacia delante.

Cuando “Used to Be” termina nos descubrimos en la cima de una montaña. El álbum fue capaz de construir tanto, en tan poco, con tan poco, que ya sólo podemos mirar abajo. Así comienza “Lover of Mine”, como tomar aire para encaminarse nuevamente montaña abajo. El narrador nos habla desde la improbable oportunidad de conocer a un alguien diferente, tira la piedra y deja la mano a la vista de todos: “Youngest fire, / Who decides? / We decide / What is right”. Luego está el “We don’t need a sign / To know / Better times” que mantiene esta búsqueda, esta apenas luz que consume y se consume al mismo tiempo. Si “Lover of Mine” es una canción que explicita un grito amoroso, “Better Times” es una mano extendida, con cierto temor, hacia el otro. ¿Y quién es ese otro? Imposible saberlo. Un periodista poco perspicaz preguntó a Victoria Legrand a quién estaban dirigidas todas las letras de estas canciones, cómo era posible profesar esa clase de amor por una sola persona. Pero Victoria respondió que las canciones de Beach House no tienen un destinatario preciso, no son simples canciones de amor, porque es altamente probable que un amor así, tan focalizado, pueda ser absorbido y manufacturado por el mercado. Victoria busca escribir, siempre, cantar, grandes canciones de amor, tan grandes que no puedan reducirse a unos hipotéticos él o ella. El “you” de cada canción suya no es otro más que cada uno de nosotros.

Visto así, “10 Mile Stereo” podría considerarse el punto más álgido del álbum. Los amantes que extendieron sus caprichos y sentimientos durante las dos canciones anteriores ahora emprenden camino juntos. Dicen que vamos lejos, pero jamás sabremos qué tan lejos. Es el tipo de canción que no puede dejar a nadie indiferente, nos atropella y pasa por encima como las luces de una carretera abierta. Hacia el final de la canción ya no puede distinguirse qué está sonando: los coros, el piano, los sintetizadores, la batería, la guitarra y la voz han creado un sonido que de ninguna manera puede leerse como una masa, sino más bien como una velocidad, aunque serena; turbulenta y furiosa, pero estable como una corriente eléctrica. ¿Y no es esa burda y atinada analogía, la electricidad, un lugar común para expresar la impaciencia que supone estarse enamorando de alguien?

“Real Love” y “Take Care” respetan esa conmoción. El álbum ya jamás alcanza las alturas de su track ocho, pero no hace falta. El amor en sí no es algo que pueda distinguirse, de conocerlo en su entereza, es altamente probable que no llegásemos a comprenderlo y saldríamos asustados sin querer nunca más entrar en sus territorios. ¿Qué nos queda? Acaso, solamente, con algo de suerte y una obsesiva necedad, la promesa de ese amor. La única forma posible que tenemos de hacer algo: el intento. El “I’ll take care of you” que Victoria canta para cerrar este trabajo, y que nos deja sintiéndonos muy agradecidos de poder sentir algo así de inmenso. Entonces respiramos, y el vacío que se abre ante nosotros se nos muestra ideal y profundo como el agua nocturna de un lago que está a punto de agitarse. Decidimos repetir el álbum, y la entrada de “Zebra” atraviesa este momento con la certeza de una mañana, como el resto, desconocida, a la que habremos de entrar para comenzar todo de nuevo, como decía el viejo Viel.

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