16 de agosto de 2017

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31/10/2025

Cine/TV

Sergio Huidobro (1988-2025)

Roberto Bernal pondera la escritura del crítico de cine y agitador cultural mexicano, que falleció prematuramente el pasado 27 de octubre

Roberto Bernal | viernes, 31 de octubre de 2025

Sergio Huidobro en agosto de 2018. Fotografía: Pedro González Castillo / Revista Toma

Una de las características más originales del trabajo crítico de Sergio Huidobro era que realizaba una arqueología del cine. Esto es, escarbaba dentro de la situación política, social y económica en la que nacieron la película, el director o el actor sobre los que escribía. Con ello Sergio no solamente localizaba datos inéditos y, hay que decirlo, sorprendentes, sino que se servía de ellos para amplificar su visión acerca del objeto de estudio. Su mirada era total cuando se interesaba por cualquier cosa. En cuanto a las películas, veía nítidamente toda su construcción.

¿De dónde provenía esta mirada tan amplia? Mi conclusión, después de reflexionarlo muchos años, es que su prosa se encargaba de organizar el desarrollo de su mirada. Es decir, que a través de la escritura podía ver con claridad lo que, en otras circunstancias, sería una maraña de reflexiones y conceptos técnicos imposibles de desenredar. Alguna vez visité a Sergio en una habitación de hospital. Afuera, en el balcón, había una mesa y sillas. Cuando fui hasta allí encontré en la mesa libros y una libreta en la que Sergio escribió durante las largas semanas de su convalecencia. La libreta echaba abajo lo que me había dicho antes acerca de que no deseaba ni pretendía escribir toda su vida. Es cierto que no se percibía a sí mismo como un profesional de la escritura, pero era mentira que pudiera vivir sin escribir, porque la escritura era la herramienta con la que contaba para organizar su mirada.

Para cualquiera que ha leído su trabajo no es ningún secreto la potencia que caracteriza su escritura. Sergio fue un escritor notable. La precisión y la condensación eran los principales atributos de su prosa, en la que asomaba también –sutilmente, porque era parte de su elegancia– el interés en la poesía. Todo buen escritor es también un gran lector. No hay excepción al respecto y Sergio tampoco lo era. En esa misma mesa que describí tenía libros de los que nunca antes escuché hablar. Así era él: no sólo leía vorazmente sino que hacía sus propias búsquedas, otra vez un signo de buen lector. Prueba de ello es que vaticinó que este año el Premio Nobel de Literatura sería otorgado a László Krasznahorkai, mientras que muchos de nosotros desconocíamos la existencia del narrador húngaro. En todo caso, no me sorprendió lo que encontré en su biblioteca: ciencia, historia, filosofía, religión, etcétera, todo en proporción a su interés por la literatura. En cuanto a la calidad de su prosa, no me extrañó cuando escuché a alguien decir que “me gustan más las reseñas de Sergio Huidobro que algunas de las películas que reseña”.

Si el Sergio escritor y crítico era deslumbrante, el ser humano y amigo era excepcional. No cumplía con ninguno de los rasgos que caracterizan al escritor mexicano promedio: no se expresaba mal de nadie, tampoco hablaba de su trabajo; no se creía merecedor de nada ni salía con el espejo a la calle. Fuera de su área de su trabajo, jamás funcionaba como pretendido escritor o intelectual. Cuando hablaba de literatura –porque lo hacía– sus preocupaciones eran exclusivamente formales. Podía pasar el día entero hablando de los recursos que se valieron los escritores que admiraba.

Como lo hiciera su querido Pier Paolo Pasolini con los dialectos, Sergio se sentía muy vinculado a eso que Juan José Saer llamó “la zona” con relación a la lengua que uno escuchó y aprendió con la familia. La misma dureza que Pasolini advirtió en los dialectos la localizó Sergio en el habla de su familia, y la trasladó a su escritura. Enfatizaba lo importante que era para él y para su escritura atender la sabiduría en el tono de muchas personas analfabetas y campesinas. Y ese origen en común, el hecho de que ambos provenimos de familias campesinas, produjo un importante vínculo entre nosotros. También hizo que nos entendiéramos fácil cuando hablábamos de nuestro interés por la soledad y la quietud del campo, por una vida más sencilla, ésa en la que, decía él, “la felicidad es desear cada vez menos”.

La primera vez que me cité con Sergio Huidobro un bloqueo en la carretera me obligó a tomar un camino secundario que me llevó por paisajes y pueblos hermosos. Muchos años años después, mientras iba a su funeral, otro bloqueo me llevó a tomar el mismo camino secundario. Con la diferencia de que ya no platicaría más con mi amigo. Y pensé, mientras manejaba, que el talentoso Sergio sería velado en un día tristemente hermoso.

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