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Artes escénicas

Una figura cuestionable

Martín Acosta actualiza ‘La señorita Julia’, de August Strindberg; la pieza, que se presentará en el Teatro Milán, guarda una reflexión sobre la libertad femenina y la lucha de clases; aquí, el director de la obra habla sobre la riqueza del texto del dramaturgo sueco

Carlos Rodríguez | miércoles, 4 de julio de 2018

El elenco de 'La señorita Julia' © Héctor Ortega

A finales del siglo XIX el sueco August Strindberg planteó en La señorita Julia, una obra de teatro de corte realista, de qué forma se vinculan el deseo y el poder. La pieza, que hace énfasis en cuestiones que hoy se debaten en el ámbito político, social y cultural, ha sido actualizada por Martín Acosta. El director, que convocó a la actriz Cassandra Ciangherotti para interpretar a Julia, una mujer de clase acomodada que se relaciona con un mayordomo, habla en esta entrevista de la pertinencia de revisar este clásico. La obra, que se podrá ver a partir del 11 de julio en el Teatro Milán, guarda una reflexión sobre la libertad femenina y la lucha de clases.

 

¿A qué responde el interés de traer a nuestros días La señorita Julia?

La obra, escrita por Strindberg en 1888, es un texto clásico sobre una burguesa que seduce a un sirviente. En su momento fue un escándalo ya que aborda cómo una mujer toma control de su sexualidad, algo que era considerado tanto pecado como delito. Al contrario de Casa de muñecas (1879), de Ibsen, pieza tomada como bandera de los movimientos feministas, La señorita Julia ha sido considerada como una figura cuestionable. Nuestra versión actualiza el texto de Strindberg y cuestiona las complicaciones que enfrenta una mujer al elegir a un compañero sexual sin adquirir ninguna clase de compromiso moral, ético o familiar. Lo que ocurre con Julia es que asume su responsabilidad, aunque elige a la persona equivocada. Es similar a lo que pasa con Nora, la protagonista de Ibsen, que se da cuenta muy tarde que el hombre que la acompaña ni siquiera la conoce. Julia, por su lado, reconoce justo después del coito que el hombre con el que está es prejuicioso, atormentado por la moral y los vicios del machismo. Ella generaliza y cree que el mundo es así, que todos los hombres son así. Eso la lleva a su propia destrucción.    

La pieza, también, guarda una reflexión sobre la lucha de poderes…

Sí, la obra plantea la lucha de clases: quien tiene el poder económico tiene el control. Julia es, por supuesto, una mujer burguesa. Lo interesante es que tiene la jerarquía y por lo tanto el poder en sus manos. Eso es cuestionable: el ejercicio de poder sobre el otro.

Eso responde a una cierta tradición narrativa; esta obra, incluso, ha sido llevada al cine por Liv Ullman en su faceta de realizadora.

Es una obra que se ha hecho en México antes. Sandra Félix, que la montó en 2007, retomó la versión del dramaturgo inglés Patrick Marber. Éste la llevó al contexto de lucha de los sindicatos en la década de los cuarenta del siglo pasado en Inglaterra. Nosotros quisimos revisar el texto a la luz de lo que pasa hoy en día. Sabemos que hay un gran movimiento mundial con respecto a lo femenino, una reivindicación de géneros. Sin embargo hay que determinar y saber qué reclamar. No se trata de destruir al hombre sino de encontrar una convivencia equitativa en todos los frentes.

¿Qué contrastes encuentras entre el texto original y la atmósfera del presente con respecto al movimiento feminista?

En esa época, evidentemente, tanto Strindberg como los espectadores hacían un juicio negativo de Julia. Generaba fascinación y, también, horror. Eso es lo más interesante del personaje. Esa ambigüedad sigue vigente, por fortuna. El autor sueco, que se definió como un misógino teórico, tuvo enfrentamientos con grupos feministas de su época. A pesar de ello construyó un personaje de una complejidad muy bella. En la pieza, censurada en algún modo por el propio Strindberg, se alude al animalismo, a la libertad sexual de las mujeres. Julia se ubica en el vértice de muchas problemáticas a las que hoy podemos ponerle nombre. Ahora podemos revisar cuánto han cambiado las cosas: se puede aplicar a la homofobia y al racismo. Se supone que vivimos en una sociedad avanzada y en la práctica, sin embargo, estamos llenos de atavismos. En el caso de los gays, por ejemplo, prevalece la idea de que por serlo tienes que ser tolerado, porque así lo dice la ley. Como hombre gay no estoy buscando la tolerancia sino ser respetado. No sé qué tan buenas sean las cuotas de género para la sociedad: ahora tienen que estar tres negros, tres hombres, tres mujeres, tres gays… El género no debería ser un criterio de elección. Por otro lado, es comprensible porque la historia demuestra que el trato a las mujeres ha sido terrible. Strindberg, un hombre polémico en su día, generó preguntas importantes con respecto a todo esto.

¿Cómo ha sido planteada la obra en términos escenográficos?

La señorita Julia es una emblema del naturalismo. Nosotros evitamos la cocina, en la que transcurre la pieza original, y la situamos en una especie de limbo, en una habitación secreta que no permite ver qué está pasando afuera. Acentuamos una atmósfera pesada, caliente. Strindberg planteó la historia durante la noche de San Juan, la noche más calurosa del año, que alude a la sexualidad, que invita a los duendes a salir de sus escondites. Bergman tiene muchísimas alusiones a eso en varias de sus películas. Aquí planteamos una atmósfera calurosa, asfixiante, que evoca el bosque interior enardecido. La habitación donde convergen los personajes invita más a provocar un encuentro que a hacer un guiso. No hay ventanas. Es como una pintura de Gauguin.

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