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Música

Una pasión versátil

El talento de Richard Bona, multiinstrumentista que se mueve por los dominios del blues, jazz, salsa y flamenco, le ha dado un lugar destacado en la música contemporánea; aquí, una charla con el camerunés, que se presentará mañana en El Lunario        

Daniel Lazarini | lunes, 1 de octubre de 2018

La música de Richard Bona es una de las joyas mejor pulidas y brillantes de África. Su historia es una de talento: a los 3 años ya tocaba en la iglesia. Las percusiones fueron su primer amor, después se interesó por las cuerdas. La versatilidad y el talento de Bona, que fabrica sus propios instrumentos, se constata en más de 200 producciones discográficas que demuestran su conocimiento de los dominios del blues, jazz fusión, r&b, salsa y flamenco. Las composiciones del camerunés están cargadas de cambios que desplazan la armonía por caminos fragmentados a través de complicadas figuras creadas con guitarra, bajo, percusiones y piano. Ha colaborado, entre otros, con Grace Decca, Joe Zawinul, Regina Carter, Pat Metheny, Lulu Gainsbourg, Bill Evans, Herbie Hancock y Quincy Jones.

Aquí, una entrevista con Bona, que mañana se presentará en El Lunario del Auditorio Nacional.

 

La suavidad de tu estilo, la intensidad con la que interpretas y el amplio conocimiento musical que demuestras con cada proyecto son marcas de tu obra. ¿Cómo lograste esta combinación entre corazón, espíritu y devoción musical?

Todo eso lo logré, como siempre lo he dicho, a través de la repetición. La pasión musical no es suficiente. Lo aprendí de mi abuelo, mi madre y del ambiente en el que crecí. Amé la música antes de aprender a caminar. De niño amaba hacer sonidos con lo que estuviera a mi alcance, luego comencé a estudiar música. Ya no solo se trataba de pasión, el estudio y los viajes me llevaron a conocer otras culturas, personas y nuevos estilos musicales. Mi estudio de la música se puede traducir como el estudio de la vida.      

Mencionas que la excelencia se encuentra en la repetición, sin embargo la perfección y la versatilidad de tu estilo parece escabullirse del espectro de la reincidencia, inclinándose más por la mutación del sonido.

Es parte de mi naturaleza, cambio de estilo muy fácilmente, puedo estar tocando con mi proyecto de blues y al día siguiente me dedico al flamenco. Cada persona tiene su propia naturaleza y esa es la mía, me muevo rápido, no puedo estar interpretando el mismo tipo de música mucho tiempo, no podría tocar treinta años la misma música, como le sucede a otros artistas. Ni siquiera puedo estar con un solo instrumento, no me imagino tocando el bajo durante años, ese no sería yo, por eso me gusta saltar a distintos estilos y formas poéticas, seguir mi naturaleza y estar en busca de la perfección, que es utópica, alcanzarla es una motivación para continuar aprendiendo. La música es una emoción que puedes poner en un vaso y beberla, pero siempre volverás a tener sed.

Tus colaboraciones son incontables, has participado, tocado y compuesto para una infinidad de proyectos. ¿Existe algún músico que admires con el que aún no hayas compartido el escenario?

De momento no me viene ninguno a la mente. Cuando trabajas con músicos serios esperas cierto potencial, al relacionarte con ellos te encuentras bajo presión y al mismo tiempo vives un proceso de aprendizaje. Mientras más te mezclas con distintas culturas y lugares el conocimiento fluye. Ya sea músicos indios, mexicanos o nigerianos, siempre hay intercambio de conocimiento.

Joe Zawinul supo reconocer el gran talento que existe en ti. ¿Cómo fue tu experiencia al tocar con él?

Joe fue amigo personal y un maestro no solo para mí, también para los músicos más jóvenes. Su corazón estaba conectado con la comunidad. Podríamos pasar días hablando de lo grande que era. Te puedo decir que es el músico con el mejor oído que he conocido. En el escenario era capaz de escuchar cualquier cosa y responder a ella, incluso si estaba ebrio su compromiso con la música era absoluto.

Tenía cierta afición a la bebida. En ocasiones me le unía con un par de cervezas. Una vez, tras una presentación, bromeábamos en los camerinos, donde había un piano, en el que tocó con sus diez dedos una especie de golpe maestro que hizo sonar las diez notas. Diez exactas y precisas notas que encajaban perfectamente con el acorde de guitarra que acababa de soltar. Apenas si tocó las teclas, no sé cómo llamarle a eso, es lo más cercano a la perfección, es algo más allá del talento. Ni siquiera es magia, es algo más alto, no sé lo que es, pero sé que yo no lo tengo.     

Con frecuencia te refieres a ti como un ninja…

Siempre he sido un peleador. Cuando llegué a Brooklyn comencé a practicar artes marciales, me apasioné por la disciplina y gané todas mis batallas. Desde aquel entonces exporté la disciplina a mi vida diaria y continúo ganándolas. Desearía poder practicar más, era de los mejores a nivel amateur, pero la música tiene todo mi tiempo. Esa es la razón.

¿Qué hay con respecto a tu colaboración con la marca italiana Markbass y los bajos Kimandu & Kilimanjaro que están por salir al mercado?

Así es. Se trata de dos bajos que he tenido en mente desde hace mucho tiempo. Cuando recurría a fabricantes me decían “sí, comprendemos, pero no podemos construir esa clase de bajo y esperar que alguien lo compre”. Entonces Marco, de Markbass, se acercó y creyó en el proyecto. Es gracias a él que se están produciendo y en octubre estarán disponibles: dos bajos con cualidades excelentes para nuevos talentos o músicos profesionales.

Tu álbum de 2016, Heritage, fue lanzado bajo el sello de Quincy Jones, Qwest Records, es un disco sabroso y magnífico que logró capturar y rejuvenecer la salsa cubana. ¿Cómo fue la experiencia de trabajar con Jones, que te considera uno de los mejores músicos del mundo?

Quincy fue un mentor, él vio en mí más allá del músico y encontró a la persona. No soy el único caso, es un padre para muchos. Me enseñó a luchar y crecer, a esperar lo mejor de mí. Un ejemplo: cuando trabajaba en algunos proyectos para él, le conté sobre mi deseo de grabar un disco que combinara el sonido del oeste de África y el son cubano, pero era consciente de que ningún sello discográfico se interesaría en algo así. Él me miró fijamente y dijo “¿realmente quieres hacerlo? Lo podemos hacer, tengo mi propio sello y mi propia agencia de publicidad y tengo dos clubes, uno en Nueva York y otro en París”. Jamás olvidaré su enorme consideración. No es un gran músico, pero sí un visionario. Cuando le haces una pregunta te mira, entra a tu corazón y regresa con la respuesta correcta. Es una de las mejores personas que he encontrado, alguien que me inspiró.

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