16 de agosto de 2017

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29/04/2024

Cine/TV

Detrás de «True Detective»

Carlos Rodríguez | lunes, 31 de agosto de 2015

«California es un lugar en el que en apariencia todo brilla y es una especie de Pleasantville eterna. Sin embargo, bajo su glamour y riqueza corren ríos de corrupción, sangre y depravación», dice César Albarrán sobre el escenario de la segunda temporada de True Detective, la serie de televisión de Nic Pizzolatto que recientemente finalizó. «Desde Al este del Eden (1952), de John Steinbeck, hasta las road novels de Jack Kerouac y El Gran Lebowski (1998), de Ethan y Joel Coen, pasando por la música de los Beach Boys, Jane’s Addiction y la arquitectura de Frank Gehry, el sur de California siempre ha representado, en el imaginario americano, la frontera de la oportunidad, el buen clima y la vida tranquila: este estado del lejano oeste ha destacado por ser el opuesto idílico a la solemnidad y fría alcurnia del noreste americano. California es tal vez el mejor ejemplo de que el “Yes we can” es un ideal factible, realizable bajo el sol eterno, las siempre verdes palmeras y las suntuosas piscinas y canchas de tenis», señala Joaquín Díez-Canedo.

 

Para Albarrán la decisión de Pizzolatto de retratar California también funciona como una forma de tradición. «Es un homenaje al cine noir de la posguerra –pensemos en The Big Sleep (1946), de Howard Hawks– y a clásicos como Chinatown (1974), de Roman Polanski o, más recientemente, L.A Confidential (1997), de Curtis Hanson». El escritor y crítico de cine, que forma parte de la antología 22 voces. Narrativa mexicana joven, vol. 1 (2015), considera que lo detectivesco es un pretexto. «La historia de detectives, como en la literatura de Dashiell Hammett y Raymond Chandler, es una entrada para que el espectador/lector se dé cuenta de que todo está podrido bajo la superficie. En esta segunda temporada la referencia a las sociedades secretas de las que forman parte políticos importantes en Estados Unidos (George W. Bush, se rumora) parece decirnos eso: los detectives son peones de poca monta en el ajedrez del poder».

 

Tanto Díez-Canedo como Albarrán coinciden en que son pocas las coincidencias entre las dos temporadas. «Quizá permanece el contraste entre paisajes industriales y naturales; el móvil de la historia (un asesinato); y la paleta de colores –impecablemente ejecutada por el fotógrafo Nigel Bluck–, pero ahora siempre tibia, como si ni siquiera el radiante sol pudiera dar un rayo de esperanza a los personajes de Pizzolatto», dice el columnista de Arquine. «Lo que las une es el afán de construir una historia basada en la idea de que los cimientos de Estados Unidos son violentos. En el caso de la primera temporada, el fanatismo religioso y el racismo permean la vida en el sur. En la segunda temporada es el culto al dinero. En ambas el poder equivale a maldad», sostiene Albarrán.

 

«La segunda temporada nos lleva al corazón de una California que es mucho más que un paisaje: es un sitio que funciona, que oprime con su omnipresencia pero también es susceptible de ser modificado. Este escenario, que sirve a la vez de fondo y como un personaje cuyos motores son la avaricia y la corrupción –y sus manifestaciones superficiales: el asesinato, la prostitución, el narcotráfico y el tráfico de influencias– es una maraña de vicios y autopistas, naves industriales y casinos. El crimen queda en segundo plano. Lo que nos queda es el noir puro que se centra en la lucha de estos personajes por ganarse un lugar digno dentro de la enorme y compleja maquinaria que los rodea y oprime».

 

«”Eres un buen tipo”, le dice Ani Bezzerides (Rachel McAdams) a Ray Velcoro (Collin Farrell) al principio del último capítulo, en una de las mejores escenas de la serie. Y tal vez ese sea el puente auténtico entre la primera y la segunda temporadas. Una certeza: todos somos “buenos tipos” y es lo que nos rodea lo que nos hace no sólo dudarlo, sino no ponerlo en práctica», comenta Díez-Canedo. «El camino al infierno está plagado de buenas intenciones. Pero el mundo es corrupto y corrompible», finaliza Albarrán.

 

En el número 103 de La Tempestad se encuentra un conjunto de textos sobre el neonoir en este siglo; uno de ellos, de César Albarrán, revisa la serie de Nic Pizzolatto.

 

HIGHWAY

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