16 de agosto de 2017

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Arquitectura

Arquitectura emocional

Carlos Rodríguez | miércoles, 10 de junio de 2015

Concepto

 

El espacio social fue unas de las inquietudes principales de Mathias Goeritz. El planteamiento de la arquitectura emocional, articulado en el texto homónimo de 1954, es uno de los conceptos que guían su obra. Actualmente, la muestra El retorno de la serpiente. Mathias Goeritz y la invención de la arquitectura emocional, que presenta el Palacio de Cultura Banamex-Palacio de Iturbide, explora las diferentes facetas de la obra del creador alemán, que nació en 1915 en Polonia y que en 1949 se asentó en la ciudad de México. «Definitivamente el concepto de arquitectura emocional está relacionado con la idea de misterio, con la sorpresa que da un espacio arquitectónico que no se define por una función utilitaria, sino por la espacialidad vinculada a la sustancia ritual por la cual se puede construir. Recordemos que Goeritz, que antes de ser artista fue historiador del arte, estuvo interesado en la arquitectura de las catedrales y las mezquitas, no por su estética sino por su función social y religiosa, que proponían una función habitable mucho más amplia para los sentidos y la razón de los hombres que las del funcionalismo arquitectónico», considera David Miranda, curador en el Museo Experimental el Eco.

 

El concepto fue retomado por arquitectos como una postura antifuncionalista, entre ellos Luis Barragán, que la vinculó con la sensualidad de las formas y el color, aunque sólo se trata de una parte de aquello que formuló el creador. Hoy las ideas de Goeritz pueden ser entendidas como premisas de cierta modernidad, como se puso observar hace unos meses en la muestra Desafío a la estabilidad. Procesos artísticos en México 1952-1967, en el Museo Universitario Arte Contemporáneo. «Goeritz se refirió a un nuevo modo de construir el espacio social como instancia sensible. Arquitectura emocional significa un modo estratégico de poner en relación a las artes dentro del espacio ampliado de la ciudad. No se trata de la integración de las artes ni de la idea operística de la obra total, sino de un mecanismo que produce fusiones y fricciones entre los distintos modos artísticos para provocar efectos emocionales en el espectador», opina Francisco Reyes Palma, curador de El retorno de la serpiente. Él y Miranda coinciden en que el concepto debe de replantearse en el presente, en la complejidad de sus acepciones, como un modelo de pensamiento que no se restringe al gremio arquitectónico.

 

Obras

 

«La primera gran obra de la arquitectura emocional es el Museo Experimental El Eco (1952-1953), un edificio donde se concentró el aporte de destacados representantes de la vieja vanguardia mexicana y de la disidencia del muralismo (Germán Cueto, Carlos Mérida, Rufino Tamayo), junto con un artista con reconocimiento internacional (Henry Moore). No por casualidad el nacimiento de la arquitectura emocional se vincula de manera directa con el debate cultural de la guerra fría, pues destacaba artistas que experimentaban con la forma y se mantenían al margen del arte de mensaje ideológico». Sobre el recinto, Miranda, que trabaja en un libro sobre su historia, apunta que «es una pieza clave en el desarrollo del lenguaje artístico de Goeritz, pues es en ese proyecto que logra integrar la mayor parte de sus intereses con la historia del arte occidental con relación a otros sistemas culturales de la humanidad, que coinciden con el concepto de obra de arte total (Gesamtkunstwerk). A partir de El Eco se puede leer la obra de Goeritz en términos de escala, uso y función del arte, que en esencia se vinculaba con un servicio para los demás. La oración plástica a la que se refería Goeritz no era necesariamente religiosa, era filosófica y humanista». «El Eco precedió por un decenio al arte minimalista propugnado por las metrópolis internacionales. La Serpiente de El Eco, o Ataque, significa un momento de ruptura en las nociones de escultura a escala nacional e internacional. Una síntesis de la forma y del gesto. Fue también un espacio de síntesis de la pintura, la escultura y la arquitectura, por medio de volúmenes geométricos (tanto escultóricos como arquitectónicos, dadas sus dimensiones), que sirvieron de soporte tanto a una modalidad pictórica monocromática como a una vertiente de poesía visual a escala monumental, que Goeritz propone en paralelo al surgimiento simultáneo del concretismo poético en Brasil y en Europa», opina Reyes Palma, que contó con la asesoría de Cristina Gálvez Guzzy en la curaduría de la muestra.

 

Otras manifestaciones de la arquitectura emocional son las Torres de Satélite (1957) –«ejemplo de fusión del arte con el Estado y la gran empresa; no por casualidad Miguel Alemán estaba tras el proyecto inmobiliario de Ciudad Satélite y la especulación inmobiliaria», considera Reyes Palma–, la Ruta de la Amistad (1967-68) y el Centro del Espacio Escultórico de la UNAM (1978-80) –emblema de la producción artística grupal. Estas obras, que se confrontan continuamente con el presente, forman parte de los proyectos de arte público de Goeritz. ¿De qué forma las crisis pasadas y la actual han devenido en la configuración de nuestras formas de habitar y modelar nuestro entorno? «Goeritz encontró en México un lugar en dónde la confrontación cultural, política e ideológica permite adoptar muchas formas de habitabilidad, a veces contradictorias», asume Miranda, que considera como un aporte relevante que el artista haya propuesto una escultura (El Eco) como espacio habitable.

 

Luis Javier de la Torre, presidente del Patronato de la Ruta de la Amistad, ha logrado proteger las piezas del proyecto que Goeritz concibió junto con Pedro Ramírez Vázquez para las Olimpiadas Culturales de México 68. Recientemente, en la Torre de los Vientos, Arturo Hernández, Mario de Vega, Juan Pablo Macías y Michel Blancsubé realizaron diversas intervenciones. «La Ruta de la Amistad fue una respuesta tajante al “no hay más ruta que la nuestra” de Siqueiros y sus camaradas estalinistas. A partir de la Ruta, la modalidad de escultura pública predominante será la abstracta y geométrica, y servirá por igual al poder público y la empresa. Modalidad que se ha vuelto viral en el “no paisaje” de la urbe mexicana hasta transformarse en un mueble suntuario, mero ornato cuya función de marca urbana se confunde con los logotipos del poder público y corporativo», explica Reyes Palma.

 

Críticas


«Si proyectamos todas estas propuestas al momento actual, veremos que se carece ya de signos de representación de la identidad, del mismo modo que se carece de sentido de futuro. Aunque el ideal de progreso correspondió tanto a la Revolución Mexicana como al desarrollismo de la segunda mitad del siglo XX, hoy pareciera que sólo disponemos de ruido mediático para colmar el gran vacío del proyecto social, con el Estado de bienestar desmantelado, y una llamada privatización que sólo ha sido transferencia del bien público al interés particular, acorde con el estado de crisis y regresión permanente de la economía del país», dice el curador de la muestra del Palacio de Iturbide con respecto a la amenaza a la existencia de las Torres de Satélite debido al entorno de edificaciones circundantes y las esculturas de la Ruta que quedaron cercadas e invisibles en terrenos particulares o anuladas por el segundo piso del Periférico. «A pesar de que Goeritz tuvo mucho que ver en la formación artística de varios de los personajes del medio artístico de la segunda mitad del siglo veinte en México, prácticamente ninguno de ellos replicó su interés pedagógico y su capacidad de gestión cultural a favor de los demás artistas de su generación. La obra de Goeritz es pública y colectiva, siempre relacionada con la colaboración multidisciplinaria, a favor de un servicio cultural para más personas, generando emblemas para la sociedad en general, definida por la identidad de los lugares donde han ocurrido sus obras, no como intervenciones, siempre como diálogos. Pensar –por ejemplo- que el Guerrero chimalli (2014) de Chimalhuacán en la actualidad tiene que ver con la herencia de Goeritz, además de ser un grave error para la historia del arte local, sería un acto de injusticia con los preceptos y obras que Goeritz legó para nuestra sociedad actual», remata Miranda.

 

Una introducción a la obra de Goeritz puede leerse aquí.


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