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Literatura

‘Regreso a la Tierra’: vuelo y edición

El editor de Gris Tormenta relata su vínculo emocional con los vuelos espaciales, del que surgió uno de los títulos emblemáticos del sello

Jacobo Zanella | martes, 19 de noviembre de 2019

Berlín, Pink Floyd, la Guerra Fría y los viajes espaciales eran algunos de los temas que me obsesionaban en la década de los ochenta. Desconozco el origen de esos intereses, que no compartía con nadie. En esos años en el campo, eran una obsesión solitaria. Escuché en la radio o vi en la televisión los despegues, la explosión del Challenger, la caída del Muro y el concierto conmemorativo con las letras de Roger Waters en Potsdamer Platz. Fue la época de adolescencia, de los primeros amigos y del acercamiento a un mundo más allá del círculo familiar: descubría, a través de la música y los medios, las emociones de un mundo interior que me era ajeno completamente, pero que a la vez me intrigaba y me colmaba de emoción, de querer estar ahí, en esos lugares imaginarios. Aquellas imágenes y atmósferas no se han diluido ni un poco en mi memoria; se han fijado de manera misteriosa como si fueran parte de mi geografía, de un lugar central que me encuentro revisitando con inquietud todo el tiempo.

Treinta años después, el espacio volvió a ser mediático: SpaceX, los astronautas en Instagram, la NASA, los viajes a Marte y el cincuenta aniversario del hombre en la Luna acercándose. Fue también cuando apareció Gris Tormenta. Y una de las primeras ideas fue hacer un libro sobre astronautas.

De manera natural comencé a interesarme de nuevo en los viajes espaciales, pero sobre todo en el momento en que los astronautas regresan a la Tierra después de haber vivido una temporada larga en el espacio. Entendía lo que decían en las primeras entrevistas, pero no lo comprendía del todo. ¿Cómo puedes imaginar que el peso de tu cuerpo se multiplique por cinco y no puedas moverte? Ese era uno de los efectos que la gravedad tenía sobre los astronautas al regresar. Scott Kelly hacía estas observaciones, por ejemplo: Todo es extrañamente pesado, demasiado pesado, los brazos, la cabeza, el reloj en mi muñeca. Extiendo el cuello con dificultad para respirar. Leroy Chiao: Cuando los rescatistas abrieron la cápsula, recuerdo que entró el olor del pasto lodoso y llenó toda la cabina. Era el mejor olor del mundo. Había regresado a casa. Clayton Anderson: Después del ambiente estéril del espacio, todo tiene un olor mucho más fuerte y nítido cuando regresas a la Tierra. Es increíble darse cuenta de lo agudos que se vuelven los sentidos. Douglas Wheelock: Lo primero que disfruté fue el simple olor de la “terrenalidad”. Los aromas de los árboles y las hojas y el pasto y las flores no están presentes en la estación espacial. Cuando regresas a la Tierra son literalmente intoxicantes. Chris Hadfield: Muchos tienen problemas para acostumbrarse de nuevo al ruido de las multitudes y a la distracción causada por todo. Para mí fue muy pesado regresar al mundo. Pasan meses antes de que puedas volver a correr. Toma un año lograr que tu esqueleto regrese a la normalidad. Jerry Linenger: El color verde es simplemente un color precioso y relajante. Podía sentarme en el jardín nada más a observar los árboles y el viento y ser plenamente feliz. Tim Peake: Estoy realmente eufórico. ¡Los olores de la Tierra son tan fuertes!

Leía frases como esas, dichas con sorpresa, sin ningún tipo de guion, y me parecía encontrar en ellas algo que se acercaba más a la poesía que al lenguaje del astronauta (ingeniero, militar, científico –o los tres). Y sabía, o sospechaba, que además de lo fisiológico estaban también los cambios psicológicos y sociales.

(Después encontré, además, otra clase de distinciones, a veces menos obvias; esta, por ejemplo: los rusos –ateos–, no tenían forma de colocar la experiencia en un contexto mayor, resultando en algunos casos en una crisis existencial, mientras que los estadounidenses –cristianos–, podían tratar de explicarla en términos religiosos, como un despertar espiritual, que fue lo que le pasó a muchos.) En algún momento de 2016 o 2017 apareció la idea de hacer un libro con todo eso, pero ¿cómo íbamos a pasar de esas frases cortas y simples a una antología de doscientas páginas? ¿Cómo íbamos a pasar de la euforia oral a la forma extendida del libro?

Comencé a investigar. No existía ningún libro así. No encontré a nadie explorando ese concepto. Compré un par de autobiografías de astronautas, las más recientes, y las leí buscando y marcando los pasajes sobre el regreso. Algunas cosas funcionaban, otras no. Pero pensé que sí, que si seguíamos buscando teníamos una posibilidad de llegar finalmente a construir un libro –aunque no sabía cuánto tiempo nos podría tomar. El proceso completo de una antología nos llevaba entre nueve y doce meses. Calculaba que la antología de los astronautas nos tomaría dos o tres veces más (aunque el precio del libro no podría elevarse).

La primera pregunta era: ¿hay material suficiente para hacer un proyecto así? ¿Cuántos astronautas han ido al espacio y escrito su autobiografía después? Y luego: ¿Cuántos escriben sobre el regreso a la Tierra –y, de ese material, ¿qué podríamos usar para una compilación? Las primeras preguntas se contestaron fácilmente en unas semanas: comenzamos a construir una bibliografía del tema y lucía muy bien. Casi seiscientos astronautas habían regresado a la Tierra y muchos de ellos, al menos un diez por ciento, habían publicado un artículo o un libro sobre su experiencia en un idioma que podíamos leer. Lo que nos tomó casi un año fue localizarlos, conseguirlos, leerlos y encontrar los extractos. Formamos una extensa biblioteca de libros en papel y electrónicos. Al principio había imaginado un libro construido con decenas de extractos breves, de una página o dos, uno tras otro, pero la idea pronto se descartó por razones financieras. Al final pensamos que podíamos reunir extractos de doce o quince astronautas, pero para llegar a ellos teníamos que leer al menos el doble para poder seleccionar los mejores y proponer una línea de lectura que, además, no fuera repetitiva.

Teníamos el primer manuscrito del libro a finales de 2018, pero era muy ambicioso: los extractos seleccionados eran tres veces más de lo que podíamos publicar. Teníamos que eliminar algunos textos y reducir mucho los fragmentos. Eso nos tomó algunos meses más. En las primeras semanas de 2019, el libro estaba “listo”. Había que traducirlo todo y escribir otros textos editoriales para construir una antología propiamente, pero la parte “difícil” ya estaba hecha. Nos faltaba también conseguir los permisos para publicar de nuevo esos textos –no lo sabíamos entonces, pero esa iba a ser la parte más larga y difícil del proceso, también la más extraña: lo que en otras antologías nos había tomado algunas semanas, con los astronautas se extendió varios meses. Si no los conseguíamos, o si conseguíamos solo la mitad de los permisos, el libro no podría publicarse –tendríamos que iniciar de nuevo, buscando otros textos, o desistir de la idea por completo. Al final obtuvimos diez de los trece textos que buscábamos. Mientras eso sucedía, pasaron meses de angustia: pensaba que el libro podía desaparecer en cualquier momento. Ya estaba “terminado”, pero podría no existir nunca.

Cuando recibimos el libro de la imprenta y abrimos las cajas para sacar algunos ejemplares, apareció en mi mente una pregunta extraña y totalmente inesperada: “¿Es un buen libro?”. ¿De dónde venía esta duda, así, repentina? En ninguno de los libros que habíamos hecho había aparecido. Peor aún: ¿por qué no existió esa duda antes; por qué hasta ahora, cuando ya se había invertido tanto, cuando no había nada más qué hacer? Trato de encontrar una respuesta objetiva, pero creo que no es tan obvia, pues he tenido que argumentar para llegar a ella. No tenemos –ni tendremos pronto– la cultura espacial; las del libro son historias que no están en nuestra lengua ni en nuestra conciencia colectiva; nadie las ha leído antes ni las leerá en otro libro. Pensé, entonces, que Regreso a la Tierra se parece a un libro infantil, o a un libro de aventuras, en donde es el relato lo que despierta la curiosidad y la imaginación del lector. Es el relato –más, quizá, que otras cualidades literarias (como la técnica o el estilo)– lo que nos da la posibilidad de ver algo en la memoria que no tiene cabida, para nosotros, en el mundo real. No es fantasía, no es ciencia ficción, pero podría, tal vez, leerse así (son en realidad textos autobiográficos, pero sabemos que los géneros dependen menos del contenido y más de la forma como son leídos). Es un libro que imaginé hace treinta años sin ser consciente. Todas las emociones de los despegues que vi en aquellos años existen hoy en este libro que reúne historias de aterrizajes y reencuentros, de emociones que solo seiscientas personas en nuestra historia han sentido.

Los viajes al espacio tienen una estructura clásica en tres actos: una breve pero muy fuerte intensidad vertical al principio, luego un “horizonte” en el espacio y al final una violenta caída física –con rasgos metafísicos, algunos inexplicables. Los astronautas se preparan durante años o décadas para su misión fuera de la Tierra, pero no reciben ninguna preparación (¿por obvias razones?) para el regreso. “Era más difícil aprender a ajustarse a la Tierra que al espacio”, escribió en su autobiografía el astronauta Al Worden, haciendo referencia a los primeros días después del retorno. No solo él: lo dicen casi todos cuando se encuentran de nuevo en la Tierra. (Esta visión autobiográfica, la visión que ellos tienen de sí mismos, reforzaba la idea de la voz que debía tener el libro: memorias, reflexiones y testimonios escritos desde un lugar al que normalmente no tenemos acceso; una especie de versión “no oficial” de los viajes espaciales.) El regreso, además, es el momento más crítico del astronauta: muestra su momento más débil y vulnerable: hay una grave sensación de final y de tener que aceptar que las décadas de formación y preparación han terminado de repente. La antología muestra la cara más “sutil” de sus personalidades.

Leí miles de páginas de astronautas de todo el mundo. A veces la lectura era demasiado intensa. Imaginé la Luna, la Tierra, la oscuridad absoluta del espacio y las estrellas muchas veces, con gran detenimiento. Llegaba a pensar que las emociones provocadas por mis lecturas –repetitivas, obsesivas, emocionales– eran lo más cercano a comprender –¡y a ver!– lo que ven y sienten los astronautas en sus naves espaciales. Durante meses, la lectura, y luego la traducción (pasé casi todos los textos al español mientras esperábamos los derechos) se hacían tan intensas que era como estar ahí, viéndolo y narrándolo yo mismo, no leyéndolo. O lo más próximo a eso. Esa cercanía y esos estímulos a la imaginación son lo que más recuerdo del proceso y lo que más satisfacciones trajo. Hacer un libro requiere distancia y objetividad y orden, pero este libro no siempre tuvo eso; fue mucho más emocional; fue un proceso muy personal –y creo que el libro es así.

Al mismo tiempo, por supuesto, leía otros libros que sabía que no llegarían a la antología, pero que podían dar contexto a lo que estábamos haciendo. Desde los primeros registros de “vuelo” de los monjes medievales hasta las ficciones de Julio Verne; de los relatos periodísticos de Norman Mailer a la posibilidad del viaje a tripulado a Marte que propone Elon Musk.

La forma original (decenas de extractos breves) encontró su lugar en la antología como un anexo: ahí, casi al final del libro, colocamos los fragmentos que no llegaron al texto principal. Hay, pues, dos lecturas: la pausada, extensa, ordenada –en la que además incluimos algo de contexto–, que se prolonga unas ciento sesenta páginas, y la fragmentaria y veloz, que ocupa menos de diez, y que es totalmente aleatoria e inesperada.

Casi dos años y unas mil horas de trabajo nos llevó, a cinco personas, construir la antología, desde los procesos más generales hasta los detalles más minuciosos, casi microscópicos, que están por todo el libro.

Si pudiera entrar en una librería y encontrarme con Regreso a la Tierra, me parecería un hallazgo inusual, un libro hecho para mí, uno que había estado esperando desde hace mucho tiempo sin saberlo. El recuerdo de su lectura se quedaría conmigo indefinidamente, como esos libros de la niñez de los que no recuerdo mucho, excepto ciertos detalles y la emoción de poder leerlos, pero que me han acompañado en la memoria hasta hoy.

Texto publicado en La Tempestad 149 (septiembre 2019)

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