La Tempestad

Mad Max (1979), de George Miller, imaginó un futuro austero y desolado a fuerza de limitaciones económicas, diferenciándose de la suntuosidad del cine de Hollywood. La película costó 350 mil dólares. La producción australiana, que se estrenó en Estados Unidos en abril de 1980, planteó la conversión de un policía en un vengador, en un mundo con crisis energética y caos social.

 

El interés de Miller se extendió a otros dos filmes que consagraron su influencia en la imagen distópica: Mad Max 2 (1981) y Mad Max: Más allá de la cúpula del trueno (1985). Treinta años después del último filme, Miller presenta Mad Max: Fury Road (2015), película que retoma la historia de Max Rockatansky, personaje que antes interpretó Mel Gibson y ahora Tom Hardy. El escenario sigue siendo el mismo: los inhóspitos paisajes de Australia, sólo que esta vez está prohibido acostumbrarse al agua, pues escasea. La cuarta entrega de la saga fue cancelada varias veces debido a los atentados del 11 de septiembre de 2011 y la Guerra de Irak, hasta que se concretó en 2009. Al año siguiente, faltando seis meses para iniciar la filmación, Miller declaró que realizaría dos filmes: Fury Road y Furiosa.

 

«El interés por lo distópico no se renueva, es permanente», asegura el escritor David Miklos, escritor de la novela postapocalíptica No tendrás rostro (2013). «Recientemente leí en The New York Times que en Los Ángeles hay una sequía bíblica, el diario asegura que los angelinos se las ingeniarían pasa superarla, ya que son creativos por naturaleza».

 

Abel Muñoz Hénonin, crítico de cine y coordinador del libro Reflexiones sobre cine mexicano contemporáneo: Documental (2014), considera que este tipo de películas no hablan del futuro sino del presente: «En su exterior son trabajos divertidos, interesantes tanto por sus reglas como porque, en general, son películas de aventura; pero al mismo tiempo hay una representación hiperbólica del presente que es perfectamente reconocible en su contexto real y en los problemas o miedos que implica».

 

Los cuestionamientos del director todavía son pertinentes en más de un sentido: ¿la violencia y la austeridad son características del presente o del futuro?, ¿tiene profundidad el espectáculo cinematográfico alimentado por Hollywood? «Que Mad Max esté en circulación de nuevo sólo habla del reciclaje de la industria, hecha para un público nostálgico y que siempre quiere volver al pasado (de allí el éxito de las películas basadas en cómics)», considera Miklos. «En cierto sentido, todo esto evidencia una especie de profundidad del espectáculo, que, según muchos pensadores de izquierda del siglo pasado, sobre todo de inicios de siglo (en particular Walter Benjamin y György Lukács), constituye la poética del cine: la transformación del arte desde lo popular», apunta Muñoz Hénonin.

 

La escasez de diálogos que caracterizó al primer filme, y que se retoma en la nueva producción, establece una diferencia importante entre Mad Max y otras películas de acción y de ciencia ficción recientes, como Elysium, de Neil Blomkamp, o El atlas de las nubes, de Tom Tykwer y Larry y Lana Wachowski. El entusiasmo por el filme, que ayer tuvo su estreno mundial en el Festival de Cannes, contrasta con las voces críticas de The Guardian y El País, que lo consideran poco sorpresivo. El divertimento confortable del que habla Jean-Louis Comolli en sus textos sobre el cine como oposición al espectáculo se enfrenta a la desmesura habitual del cine de Estados Unidos. Fury Road tuvo un presupuesto de 100 millones de dólares.

 

Es innegable que los filmes de Mad Max permearon la visión sobre lo apocalíptico en el presente. «En su momento, Mad Max fue un pilar de mi imaginación. Vaya, cuando, décadas después, leí La carretera (2006), de Cormac McCarthy, era difícil hacerlo sin tener imágenes de Mad Max en la cabeza», sostiene Miklos. El filme de Miller se estrena hoy en los cines de México.