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16 de agosto de 2017

La Tempestad

También las artes cambian al mundo

29/05/2025

Literatura

Poemas de una antibiografía

Xitlalitl Rodríguez Mendoza lee el poemario ‘Las trabajadoras’ (Heredad), con el que Mónica Nepote obtuvo el Premio Xavier Villaurrutia

Xitlalitl Rodríguez Mendoza | miércoles, 28 de mayo de 2025

Mónica Nepote retratada por Paloma Iturrizar. Cortesía de Gris Tormenta

A partir de una pista filológica, Las trabajadoras, de Mónica Nepote, nos recuerda que texto es tejido para envolvernos en historias del trabajo de costura como mecanismo del recuerdo. En Coser y contar Irene Vallejo afirma: “La metáfora del tejido es constante en la creación verbal: bordamos un discurso, hilvanamos ideas, hilamos palabras, urdimos planes, nos devanamos los sesos, desovillamos enredos, nuestros relatos tienen trama, nudo y desenlace”. Como en ese texto, Nepote evoca desde el inicio la filiación que será el hilo conductor del libro: “Conjuro / coniurāre quiere decir ligarse a alguien, con alguien. Para conjurar hay que tener un hilo y hacer costura, hacer un gesto de trabajadora, como lo hicieron mi abuela, mi tía y mi madre. Hago un pespunte, saco los filos y los hilos. Aquí está mi camino y mi mapa”.

A pesar de que, desde el planteamiento inicial, Las trabajadoras –publicado por la editorial Heredad, y que obtuvo el Premio Xavier Villaurrutia de Escritores para Escritores 2024– corre el riesgo de quedarse en la exaltación heroica de las mujeres mayores de la familia, o bien de encontrar las grandes vetas del extractivismo biográfico, los poemas son construidos desde el asombro ante la pérdida, la memoria y sus artefactos, y ésta es una de las grandes virtudes del poemario.

“Los patrones se trazan / en papel muy delgado […] Ese patrón se sostiene con alfileres / de ahí nuestra expresión. / Mujeres sostuvieron durante décadas / la vida con alfileres y espaldas encorvadas / ojos sometidos al desgaste. / Aún así, cantaban / mientras cosían”. La autora reflexiona sobre cómo a partir de instrumentos tan frágiles (aguja, hilo, papel; luego vendrán el cuerpo y las flores) se pueden tejer tramas tan complejas y duraderas. Esto, desde luego, sin que pierda de vista las formas en que se ha menospreciado el trabajo de la clase obrera a lo largo de la historia: “las costureras, las textileras siempre han estado al margen, por su oficio, por sus cuerpos”.

Mónica Nepote

En este sentido Las trabajadoras tiene reminiscencias de la historia de Eliza Kendall, la joven costurera inglesa que, debido a la pauperización de la clase obrera tras la Revolución Industrial (pauperización que alcanzó, desde luego, a su familia), terminó aventándose a un canal hospedero de astilleros cercano al Támesis, no sin antes cubrirse el rostro con un pañuelo. Además de un par de notas amarillistas en tabloides locales, la historia de su muerte se dio a conocer en una nota al pie de La situación de la clase obrera en Inglaterra (1845) de Engels. Las lagunas que circundaron su vida –a partir de su muerte– se retoman en el libro de Ignasi Terradas Eliza Kendall. Reflexiones sobre una antibiografía (1992), donde plantea que la antibiografía “no escribe la vida de una persona pero nos habla de ella”. Así, sin ofrecernos mayores datos sobre Kendall, podemos ver en la crónica de la trágica mañana del 21 de agosto de 1844, “en un rincón de Deptford, llamado Trenchard Fields (‘Trencher’ en el habla local)”, la materialidad de la muerte en la corta vida de esta costurera: “Eliza, sacándose un pañuelo y tapándose la cara con él, se había lanzado al mismo centro del canal. […] Aún flotaba un pedazo de la larga falda de Eliza”.

Las prendas guardan reminiscencias de nosotros, y echan cuerdas a algún lugar después de la muerte para ayudarnos a nombrar, a jalar restos. A partir de estas prendas y los textiles se va haciendo Las trabajadoras, que en un trabajo polifónico va reuniendo voces, ora la voz que va escribiendo el libro, ora la voz transcrita y localizada (entiéndase localización como el término usado entre las desarrolladoras de videojuegos: lengua, referencias culturales, software, hardware, etc.) en el centro de Guadalajara. “Escribe mi hermana Lilián: En esa foto estoy con un vestido de su tienda, Casa Lucero, que estaba enfrente del mercado Corona, por Hidalgo”. Hace años que un incendio arrasó con el Mercado Corona; el entorno se fue despojando de sus alrededores dándoles nuevos giros, como suele decirse. Curioseando por ahí encontré varias entradas sobre Casa Lucero en la hemeroteca digital de El Informador. Las primeras datan de inicios de los años sesenta y corroboran la dirección de esta bonetería (¿no es una palabra hermosa?). Las otras entradas datan de 1970, y son las que echan a andar los mecanismos de la memoria para afrontar la pérdida, ya que en el “aviso de ocasión” se puede leer un anuncio del traspaso de la tienda.

No solamente en los materiales se construye Las trabajadoras, sino que a partir de ellos Mónica Nepote (Guadalajara, 1970) hilvana una poética de lo que ya no está a través de sus entelequias, es decir, de sus significantes: “¿Es esa voz fantasma algo concreto? Miro confundida hacia una pared donde antes pendía un espejo, siempre le pedimos a las cosas más de lo que significan”. Así, como si se tratara de un deshilado, las ausencias también reclaman su lugar. Esta avidez por dejar correr la vida sin esa manía tan recurrente en el arte –no solamente en la literatura– de “plasmar” o “captar” un instante, está presente a lo largo del libro, igual que “alguna niña de la familia cuya rebelión / es no fijarse en la imagen, ser borrosa es su táctica”.

Mónica Nepote

Mónica Nepote retratada por Paloma Iturrizar. Cortesía de Gris Tormenta

En la imagen desarticulada de lo que se mueve descansan también rastros de la vida. Para Terradas “lo que suele entenderse como riqueza biográfica puede manifestarse difícilmente en las biografías (autobiografías) de trabajadores. En parte algunas imitan las narraciones de carácter burgués y aristócratas, otras aceptan demasiado el acotamiento reservado por la cultura dominante a la de los trabajadores”. Por fortuna Nepote ofrece otra vía para hablar de las trabajadoras que comprende el peso del botón, el aura del pespunte, los colores de los hilos, el desgaste de los cuerpos, el ritmo en la repetición, lo pequeño, lo extraviado, el asombro, la desesperanza y todo aquello que posibilita el poema.

Uno de los apartados de Las trabajadoras es homónimo de Una máquina puede ser una casa (Pitzilein Books, 2023), al que podemos llamar libro espejo. Si en Las trabajadoras la autora recurre al reino del costurero para conjurar con una vívida nostalgia a las demás mujeres trabajadoras, en este libro está más presente, tiene una autorreflexividad en torno a la escritura más técnica, más explícita: poemas visuales a partir de intertextualidad, recurrencia de formas de oficina, tintas a color, ejercicios de mecanografía y tipográficos.

Así nos hace preguntarnos cuál podría ser la diferencia entre una puntada hecha a mano y una hecha a máquina. Igual que con la escritura: ¿cómo sueña cuando escribimos a mano y cómo en un teclado? Quizás en la primera entra el juego el valor metonímico del mundo: una representación pequeña, por momentos imprecisa, en otros luminosa, hasta terminar un enunciado o completar una bastilla o un bordado: quizá los florecimientos del mantel que sostendrán el plato de comida, la vida. Mientras que la máquina gana por acumulación metafórica: prendas que no existían hace un momento ahora están listas para verse y portarse.

A través de las secciones “Conjuros”, “Materiales”, “Inventario”, “Dejar las marcas / Dejar mensajes”, “Coser y cantar”, “Una máquina puede ser una casa”, “Transcripciones dictados”, “Venia Flores” y “Máquinas utópicas”, así como de años de reflexión en torno a diversos registros de escritura –como el periodístico–, la literatura digital y la ecopoética, Mónica Nepote nos muestra en Las trabajadoras una poética intuitiva y poderosa de lo que Terradas llama “la existencia humana más contundente, la de una persona trabajadora”.

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