16 de agosto de 2017

La Tempestad

También las artes cambian al mundo

04/12/2025

Literatura

La espalda brusca de las cosas

Una selección de prosas del nuevo libro de Luis Verdejo (Matadero / Ediciones Ibero), con un texto introductorio de Tania Favela

Tania Favela y Luis Verdejo | jueves, 4 de diciembre de 2025

Luis Verdejo, ‘En el Valle de Guadalupe’ (2018)

De la plastilina del habla de la lengua / o de la salida hacia lo real

Tania Favela

 

Esperemos que llegará un tiempo, gracias a Dios ya llegó en algunos círculos, en el que el lenguaje se use de manera más eficiente, donde se le use mal de manera más eficiente.

Samuel Beckett

 

Desde el título de su libro, La espalda brusca de las cosas (Matadero / Ediciones Ibero), Luis Verdejo nos sumerge en un revés: las cosas nos dan la espalda, nos golpean, van a la contra. La bolsa amniótica se rompe y con ella la protección ante ese afuera: esta es la primera imagen que recibimos, el útero de mamá y un golpe de realidad. Y recibimos también la disyuntiva, ese ¿qué hacer?, o quehacer, que pone a funcionar la escritura de Verdejo: “Esto está excedido de régimen como dientes arrancando pasto, como salto cualitativo, no escribir ya nada, o tomarse la cabeza entre los brazos como en el útero de mamá”. Es la imposibilidad de retornar a esa bolsa amniótica protectora, pero también la imposibilidad de “no escribir” ante tanto diente, lo que impulsa la escritura de Verdejo: “yo podría, en un silencio súbito anterior, escribir los versos más tristes e imprecisos esta noche, yo quisiera creer que podría”. Y ese “quisiera creer que podría” escribir, cargado de humor y de perplejidad, se inscribe como manifestación plena de la escritura en un violento desbordamiento de la lengua.

El libro se compone de cuatro partes: “Mecánico de la lengua”, “La espalda brusca de las cosas”, “Algunas prosas” y “4 textos sobre esto”. Más allá de las diferencias entre cada uno de los apartados, todos los textos son prosas; tendríamos, quizás acá, que pensar estas prosas como Oliverio Girondo pensó sus Espantapájaros, textos que están a caballo entre la prosa y el poema, textos limítrofes (al decir de Saúl Yurkievich), que no son ni lo uno ni lo otro, y que tendríamos que leer simplemente como escrituras.

Para intentar dar cuenta de estas escrituras, de cada uno de estos “espantapájaros”, pero también del libro en general, me viene a la mente una “escena infantil” (y la infancia, por lo demás, no está lejos de la escritura de Verdejo): como el niño que juega con la plastilina, el poeta juega con su lengua: la manipula, la soba, la ensucia, la saca a la calle y permite que todo se le pegue: recuerdos, escenas, ruidos, sueños, frases leídas o escuchadas, el runrún de las conversaciones, el habla de los políticos, los discursos en boga; pero también el miedo, la frustración, el deseo, la rabia, la tristeza, la alegría: en suma, toda la trama social y psíquica, con sus altibajos, se le va adhiriendo, se le va incorporando: todo contamina ese material plástico (plastilina) que es el habla de la lengua:

Burned out, dice el hombre, por tanta pantalla, no quemado ni sobrequemado, qué porquería y ahoritita cuánto canalla se levanta resplandeciendo como desde una cama de ceniza. Extraña visión ante los intolerantes que rugen (tienen dientes filosos, son jauría), aunque te escuchen y se enmarque la amenaza, dice, y en el sueño, un señorón ante auditorio ataca –no velado– al arte actual, señalando al vacío, dice: ES SOFT, con pronunciación de algodón, muelle, y en ritornello, qué porquería, cuánto canalla con colmillos de plástico nos rodea y vive amaestrado por cierto status de político, y le construyen parques temáticos con globos y pompas, eso y por último decir, aunque Burned out, tú, estírate, no te postres.

Lengua, plastilina, barro o acrílico, cualquiera sea el material, es importante recordar que el poeta mexicano es también escultor y pintor y que, seguramente por ello, su acercamiento a las palabras se da en principio desde la materialidad. Las palabras son cosas para Verdejo, pesan, tienen texturas y color, son filosas, ásperas o blandas. Valerse de las palabras desde su materialidad supone trastocar la seguridad semántica de la lengua, cuestionar su función referencial, contravenir su equilibrio y lógica. La lengua en La espalda brusca de las cosas se mueve por trastocamientos, deslizamientos, amplificaciones, mezclas. En cada uno de los textos, el elemento semántico se subordina al ritmo, al color, a la textura y, sin embargo, ese aparente sin-sentido, ese susurro del lenguaje, como diría Barthes, choque, o “rumor bucal”, deja oír a lo lejos un sentido:

Sin anamorfismos, tú tienes tus terrores sólidos y recibiste ineluctable, en costillas, ingles y pliegues, un golpe de sobriedad.

Cualquier acumulación en surcos o desajustes, incidiendo, abarrotados de ropa, color y rostro y piernas y pliegues y dedos, suspendidos en el aire, asemejan danzas o luchas, en el sótano colectivo, únicas, dentro o fuera de la gran apoteosis de la dispersión, donde se vive y los objetos se fusionan en precariedad de tiempo, con posible después, amplio, despojando al asedio.

Ese sentido, que se dibuja como figura lejana, es la forma de pensar de estos textos, en los que el pensamiento y la materia se entrelazan en la escritura. En ellos asoma, tal vez, lo que Miguel Casado ha llamado, refiriéndose a la poética de Juan Ramón Jiménez: “un pensar de signo material”. Se piensa desde la materia y ese pensar que surge desde el juego de los significantes (por contagio sonoro), desde la subversión de la gramática (suprimiendo artículos y preposiciones), desde la ampliación del uso del adjetivo (todo se vuelve adjetivo, adjetivos verbales o derivados, que producen distintas intensidades y espesuras), desde el humor (que corroe a las palabras y sus relaciones), desestabiliza la lengua y por lo tanto también los discursos que a partir de ésta se crean. Verdejo escribe en contra de la dictadura del lenguaje y apuesta por una lengua lúdica y afectiva a un tiempo, que pone en tensión lo más dulce, “esa cocina de la vida”, con lo más brutal, “la espalda brusca de las cosas”, sin metáforas. La ternura y la violencia de su lengua arrastran y arrasan todo lo que se les pone enfrente.

Luis Verdejo

Luis Verdejo, La espalda brusca de las cosas, Matadero / Universidad Iberoamericana, México, 2025

La espalda brusca de las cosas (selección)

Luis Verdejo

 

La sorda ambición amplia, luminosa de jugar el juego peligroso de desbastar equívocos o malentendidos mediáticos arrebatando atmósfera, como decir pasto y polvo amarillo sobre verde pálido de cerro quemado por el sol, o las vidas posibles, con tono colectivo, que se levantan contra un tiempo emboscado y raro, como en secuestro las palabras de miedo generalizado, subterráneo con poder invisible, en magma.

No bien se haya logrado aquietar el delirio de vivir en lo imaginario, las cosas volverán a ser cosas de nuevo, desenmarañando hechos, moviéndose como pez en el agua.

Esto está excedido de régimen como dientes arrancando pasto, como salto cualitativo, no escribir ya nada, o tomarse la cabeza entre los brazos como en el útero de mamá.

El cuerpo propio del país está infectado de tales varias cosas y es un termómetro.

 

No repiquetea infundada lluvia fría hoy, en vidrio de ventana y ladra perro a qué, a quién, hoy, ya que es sábado y ayer work, work, work, la enfermedad del horror citadino al trabajo sistemático, de alambres y electricidad trabaja dentro y se portarán bien, a ustedes se les exige, si fuera posible y verdadero esas flechas, oh, quincuagenario, oh vida regular, pero no de los árboles, qué gran contento ancho da poder respirar, en rincón, en casi completo silencio, en casa, mientras mujer duerme semidesnuda profundo en cama y el calor ruboriza, sube al rostro, como un glotón engulléndolo todo, delicado, meticuloso, pedante, giras tú, tú frenético, trompo y musitando invadido, ya no de rutinarios, no apático, sino en chispas, en la gran claridad que se expande sin obstáculos, de presentimiento, en la libre movilidad de la sangre y del músculo, entonces, con placer de la tarea, comenzaremos a rasurarnos. El realismo se dirige a lo real, será rugido, inagotable, contra público.

 

De tal modo, con la ventana abierta el hombre, el Ebanista, siente ningún éxito, como doradas brillan al anochecer bruscas las espaldas de las cosas, las maderas de las mesas y libreros y la vida irrumpe como un ladrón trepando por la mía ventana, y el amor huye como un ladrón que escapa por la mía ventana, dice el hombre, y se retira en su cuello chueco, como rey Lear, pero sin catástrofe, sin frivolidad y se pregunta: ¿hacia dónde avanzo con el propio pie sobre el propio corazón aplastándolo?

Y se borran las huellas del azar, y las pisadas no se escuchan, y las mías frases parecen oscuras, y quisieras haraganear todo el día y escuchar los chillidos de los quejidos de los pavorreales antes de la cópula, y navegar imposible desde el Usumacinta hasta el Amazonas. Y el Ebanista, teatralizando todo ello como títere sin cuerda, alza las manos cada dos minutos empuñando la frase, Yo no sé, Yo no sé, y el amor se le fue, cuenta, como un ladrón se escabulle por la ventana robándote lo tuyo más preciado, asegura, con ojos oscuros hundidos y se pregunta, ¿acaso el globo terrestre, suspendido él mismo puede asegurar el terreno firme bajo mis pies? Y éramos parásitos bellos y robábamos libros, dice, y éramos salvajes ella y yo, como leopardos, y las calles y el ruido y el tráfico interminable era un murmullo de agua y uno hace estupideces sin brillo porque sí y por delicadeza he perdido mi vida.

 

Antes de que aparezcan los verdaderos actores de tanta irrealidad, cuánto es posible decirse de uno a los demás en y desde la vieja camisa del mundo donde se tapa su desnudez con un simple , hasta que reafirmas y te señalas como Durero. La escritura y la pintura de seguro vienen de una falta, pero cuáles son no lo sabes. De tal dicotomía mi campo semicultivado persiste semicultivado, aunque trates de atrapar el fondo del paisaje. Soñé que me regalaban cierta certidumbre. No te pongas teórico pero las formas geométricas como la escritura no se parecen a las cosas que nombras. Un día la tribu se comerá esta milanesa fresca sabrosa que les cocino. Te aseguro que este texto no es un croissant. Extrañas la máquina de escribir, era música mecánica de palabras insólitas y matizadas de combinaciones, como arabescos vertiginosos y velocidad que recuerdan a Conlon Nancarrow con sus superposiciones de ritmos, ritos y pulsos. Pero los verdaderos actores se mecen como la noche sin obligación, diciendo a contramarea: Nevermore, nevermore, en la teoría del estribillo. A mí me educaron a cintarazos guardados para un día caluroso. El estilo de un hombre es su palabra, y su rostro es un ojo rutinario no mecánico. Y el día comenzará con el banquillo de los acusados.

 

Como si lloviera el pasado, es una región de luz, núcleo veloz.

Ella en su jardín minúsculo circula dentro del férreo caos de los mares bajo cataratas de lengua o sombras de cataratas rugiendo, isla, entre exterior e interior.

Ante la audiencia citadina, el incendio, inconsolable, indemne, la lengua rastrera, arrasa.

Tiene sus cicatrices, ella.

Y después, que no sea dinero, algún trabajo produce un salto a la escena, fuera de común rol social, como quien abre los ojos después de levantarse de una cama ocre-gris, los deberes vertiginosos acuden: di, le instan.

Así pregunta quién es nosotros y no pluralicen esas fisuras vistas, abiertas: aparente debacle, ya no aparente. Y aún con miedos, no lo sabe aún y señala, red dispersa concentrando calamidades, como brazos de río, la mecánica del riesgo, la acechanza en slogans se echó a andar. Vida arbitraria, esperemos el búmeran en la falla del hilo verbal, su evidencia y propio descalabro, aquí donde no hay lugar para perezas.

 

Eso es y esto es lo importante (esto cursivo) & los mimos son payasos que no hablan e hipnotizan & jamás has querido regodearte a la pureza la limpieza a la belleza maquillada torpeza maquillada ni a la burocracia cacofónica &  ruido

Entonces conseguiste trabajo de teacher de Español de secundaria & un alumno sin metáfora llegaba con las pantorrillas reventadas (a puntapiés por su papá) semejando flores rosas rojas (las flores de la poetry) & eso es real como la contaminación de los mares por pañales de plástico & envases de cocacola & su cielo era una tormenta & su dios quién sabe qué & leíste a los 17 años La madre de Gorki & Un sueño realizado de J C Onetti & pensabas que el status culo tendría que echarse abajo

 

Es eso y está la noche para recordarnos la noche como habitación de extrañeza & humanidad / entonces evitemos lo poético & diremos sin personificación tristemente que las montañas no lloran / no consuelan / son despiadadas por ser así nomás montañas escarpadas filosas altas difícil de subir & que no llorarían por nosotros ni en los peores eventos & no diremos en esa dirección flores usadas frutas usadas agazapadas desnudas / no metáforas / por favor a esta altura las montañas no quieren ser ni piadosas no saben de nosotros / son como una puerta como una pared & bicicletas como una raíz de pie de tobillo de árbol / literal como una ventana sin vidrio un enchufe de electricidad una silla en llamas & tampoco hablan para ti / a ver: sácale una palabra al Cerro Colorado & dos sácale al Ajusco/ me da pena pero las montañas tampoco acunan aunque parezcan / a ver: constrúyase una cuna el propio Ajusco con sus solas manos para acunar a quienes más lo necesitan (diríamos politológicos) & sácale dos cunas carpinteras al Cerro Colorado / eso es / me da pena / & los muchachos en la cancha de fútbol gritan somos los campeones levantando la V de la victoria con dos dedos & cuánta música te distrae sentimental & espantosa para meterla en un poema.

 

Ya que estamos elásticos escrutándonos vivos y sudamos el músculo, he aquí que hoy me gustaría rimar brillante verso biológico hinchado, pero es un río espeso del minuto el combate, un rudo nudo de madera, como decir detenidos en una sensación de borramiento, tanto lo de afuera (el jardín, el granado y la araucaria) y esa turbia interior de paredes descarapeladas, de días palimpsestos, de desintegración y musgo, en una luz opaca, húmeda, pero no lastre.

Mi cuerpo poroso es tan real como este lápiz, esta puerta, es un cuarto con ventanas cerradas, pero la estructura de mi mente navega hacia la lenta desocupación de aquella niebla sorda, muda, hija del tiempo de la especie y de sus órganos coloridos.

Abigarrados, superiores, supeditados, versus el narcisismo racional, diría Jean Rostand, en la unidad del espíritu azaroso y el desorden del cerebro, te mueves en la inundación y en lo seco de la realidad, de infortunio y efecto y muchedumbre, pero lejos del asco y todo esto, si lo deseas, se puede tachar y afuera huele a lluvia, y si la rana se despierta croando no es su culpa y una vez establecida esta zona en el mapa, se puede amar.

La bomba del agua se prende, sin lenguaje figurado otra vez, y los pájaros en la palidez de la madrugada, huéspedes, resucitados comienzan a cantar, te imaginas, reconociendo su voz en la garganta, y te cuesta escoger entre cabellos inmóviles o caballos inmóviles, en campo abierto de aire y no se concibe que el sol no se mueva.

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