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Pensamiento

La simulación fascista

El artista y teórico Ian Alan Paul reflexiona aquí sobre la nueva forma de fascismo que desembocó en el asalto al Capitolio de Washington

Ian Alan Paul | miércoles, 13 de enero de 2021

© Manuel Balce Ceneta / AP

En los Estados Unidos el fascismo se desarrolla actualmente como una simulación. La simulación fascista se constituye en un mar pixelado de transmisiones en vivo, imágenes, mensajes y comentarios que circula ampliamente como su propio modelo de realidad autónoma y en red. Se promulga como un conjunto de personas, plataformas de redes sociales, tuits presidenciales, eventos supercontagiadores, banderas confederadas, rótulos televisivos, infraestructuras informáticas, rifles automáticos, masculinidades tóxicas, sombreros de MAGA [Make America Great Again], hashtags racistas y servidores de videojuegos. Es la ideología fascista reificada a través de la tecnología de consumo.

La simulación fascista se derramó en la realidad más recientemente, el 6 de enero, cuando grupos armados superaron a las fuerzas policiales y ocuparon brevemente el edificio del Capitolio, sólo para (re)descubrir y (re)afirmar que su poder en realidad reside en otra parte. En lugar de intentar tomar el poder estatal de forma militante, como muchos temían, los que asaltaron el edificio se vieron obligados a retroceder, irreflexiva e irresistiblemente, hacia las pantallas brillantes de los dispositivos en red que los habían organizado y reunido en Washington en primer lugar. En estados efímeros de éxtasis mediado, aquellos que corrían libremente por el Capitolio, armados con rifles y teléfonos celulares, pasaron su tiempo subiendo con urgencia videos de las oficinas abandonadas apresuradamente por los políticos y escenificando fotos listas para los memes en las cámaras evacuadas del Congreso, eligiendo en última instancia la lógica computacional sobre la lógica del golpe.

La simulación fascista procede como una maqueta del mundo tan completa que se vuelve formalmente indistinguible del mundo en sí. Es una experiencia afectiva compartida que es vivida y propagada por sus participantes. Dentro de la simulación fascista se da forma a subjetividades, se articulan metanarrativas y se incentivan y justifican repertorios de acción y violencia. La simulación fascista ofrece sus propios conjuntos de matices de registros emocionales, sensibilidades estéticas, tradiciones semióticas, regímenes sexuales y antagonismos políticos. Cada encuentro y experiencia del mundo puede ser subsumido completamente y organizado cuidadosamente dentro de la estructura asimilativa y digestiva de la simulación fascista.

El modo de conocimiento de la simulación fascista, su epistemología, fluye y se repite a través de circuitos cerrados, reconfirmando en forma recurrente y por completo sus supuestos. En la simulación fascista Estados Unidos siempre fue grande, se hace grande, es grande, será grande y siempre se puede hacer grande de nuevo. Construida sobre cimientos digitalizados de objetos mediáticos en red –imágenes, perfiles, videos, grupos, aplicaciones, chats, foros, textos–, todo lo que se requiere para sostener y hacer crecer la simulación son los contenidos de la simulación misma. Su autorreferencialidad es, como una base de datos, combinatoria pero ineludiblemente circular. Mientras que el narcisismo de Trump puede compararse con un uróboro, la forma participativa y en red de la simulación fascista se asemeja a una masa enmarañada de serpientes que compiten por tragarse las colas de las demás. El asalto al Capitolio nunca pretendió ser un clímax definitivo, sino que fue otra iteración en bucle y en red de la simulación que solamente desea circular cada vez con mayor alcance y a mayores velocidades.

La simulación fascista está estructurada por fantasías conspirativas –un ensamble flexible de teorías sobre elecciones robadas, círculos de pedofilia, complots judíos/globalistas, subversiones homosexuales, anarquistas asalariados y microchips en las vacunas, cada una la cristalización de ansiedades y paranoias blancas/masculinas/hetero–, pero poco importa si se corresponden con algo real en absoluto. Por el contrario, a medida que aumenta la distancia entre una simulación y la realidad, también aumenta la durabilidad y la potencia de la simulación. Las normas simuladas también simulan sus anormalidades correspondientes, y los protocolos técnicos y epistemológicos de la simulación captan y redirigen alegremente cualquier signo de disenso. Cuanto más radicalmente algo llega a contradecir a la simulación, más superficial e irreflexivamente puede ser recuperado.

La raison d’etre de la simulación fascista es, en última instancia, producir, sostener y multiplicar mundos de vida fascistas. Para estos fines, la simulación fascista cultiva sus propios sistemas inmunes, sus propios modos de neutralizar cualquier aspecto de la realidad que no se corresponda con sus modelos del mundo. La simulación fascista está estructuralmente organizada para subsumir y capturar toda experiencia vivida –sexual, cultural, económica, política– dentro de los regímenes fascistas de significado. En los recovecos digitales de sus mundos maniqueos, cualquier otra vida es tenida por una amiga o enemiga que debe ser aceptada eternamente o exterminada por completo. Los regímenes afectivos de la simulación fascista, los acoplamientos binarios del amor total a lo mismo y el odio total al otro, hacen que sus medios y fines sean indistinguibles: la simulación lucha sólo por sí misma, y cada tierna caricia o choque violento con la realidad confirma y aumenta el ímpetu sentido en el avance de la simulación.

La simulación fascista choca inevitablemente con la realidad a medida que se expande, siempre sedienta de más estímulos sobre los que pueda imponer sus modelos y medidas. Sólo desea multiplicar sus redes, subsumir más y más datos como medio para ser más refinada en sus detalles y comandar su fuerza. Ya sea codificada como MAGA, QAnon, Blue Lives Matter, Proud Boys o Militias, cada encuentro es interpretado y luego consagrado como la confirmación y comprobación de la simulación fascista. Al progresar como una máquina en red que conecta y disecciona el mundo según la lógica totalitaria del fascismo, cada manifestación militante, evento transmitido en vivo, debate en el campus, podcast patrocinado y espectáculo mediático cultiva y siembra los territorios computacionales de la simulación, produciendo e inculcando sus propios modos autónomos de razonamiento y regímenes de sensibilidad que repelen toda forma contraria de razón y sentido.

La simulación fascista no es invulnerable, y cuando se ve amenazada de alguna manera –cuando partes de su infraestructura colapsan, cuando su consistencia interna comienza a desintegrarse o cuando sus bordes se difuminan en potenciales líneas de fuga– su respuesta es siempre amplificarse e intensificarse drásticamente. Los afectos que fluyen a través de la simulación fascista oscilan entre el poder totalmente operativo y la vulnerabilidad totalmente comprometedora; cualquier aceleración, expansión o conexión se experimenta dentro de la simulación como una conquista plenamente mesiánica, mientras que cualquier desaceleración, contracción o desconexión se experimenta dentro de la simulación como una amenaza existencial total. Independientemente de los estímulos –ya sea que Trump triunfe o sea derrotado, o que los Proud Boys se apoderen de la ciudad o sean expulsados de ella–, la simulación genera el deseo colectivo de atacar más desesperada y frenéticamente, de explotar en una síntesis volátil de furia alegre y humillada, una lógica ineludiblemente suicida. La simulación fascista, en última instancia, desea aniquilarlo todo sólo como medio para aniquilar y poner fin a sí misma.

La simulación fascista debe ser derrotada –estos últimos años nos lo han enseñado una y otra vez de múltiples maneras– pero no puede ser enfrentada de manera significativa sin enfrentar también las enmarañadas simulaciones adyacentes que la sostienen. Todos vivimos en una versión de un mundo simulado, tal vez una en la que el cambio climático no está acelerándose activamente sin retorno, donde los pasados coloniales y genocidas ya no conforman y determinan el presente, donde la violencia sexual es sistemáticamente negada como refugio, donde el capitalismo no subyuga y despoja toda vida, o donde la policía no ejecuta regularmente a personas negras en las calles. En el presente interconectado es crucial entender que la simulación fascista no es simplemente una irregularidad o anomalía que se ha desviado de una realidad por lo demás amable y equitativa, sino que está construida sobre los legados y herencias de una profunda e incomprensible violencia que estructura activamente cada una de nuestras vidas sociales, políticas y económicas.

La simulación fascista está construida sobre muchas otras dimensiones de la dominación –capitalista, patriarcal, colonial, racista–, que también se imponen de forma simulada, injertadas y apuntaladas unas en otras, que no pueden simplemente desenredarse y abordarse una por una. Si hay alguna esperanza en desintegrar la simulación fascista antes de que nos desintegre a todos, esas simulaciones también deben ser eliminadas en un gesto continuo y destituyente. Deshacer la simulación fascista, sencillamente, requiere deshacer el mundo que la sostiene, que la nutre, que es su sustrato. Este, y nada menos, es el trabajo que se requiere de nosotros.

Publicado originalmente en www.ianalanpaul.com

Traducción del inglés de Nicolás Cabral

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