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Los juegos del hambre

Ganador del Premio Tiflos de Cuento 2019, el libro ‘No se trata del hambre’ sigue a un puñado de fracasados con una cosa en común: la divina tragadera. Aquí, Gabriel Rodríguez Liceaga sobre la obra de Josué Sánchez

Gabriel Rodríguez Liceaga | jueves, 24 de octubre de 2019

Imagen - Josué Sánchez

No cuesta trabajo imaginar el rostro de los jurados españoles del 29 Premio Tiflos de Cuento 2019 al leer la primera línea del tomo intitulado No se trata del hambre:

Arturo Arteaga podía leer el futuro en la comida rápida.

Así nomás, nos da la bienvenida al libro este chispazo de imaginación que bien podría ser una certera minificción. Sin embargo, Josué Sánchez decide tomar esta trama y desarrollarla hasta sus últimas consecuencias y con lujo de humor. De inesperado humor. Pasa lo mismo con el resto de relatos. Tenemos a unos sujetos que se roban al cerdo que le da sentido a una feria de pueblo, a dos tipos duros que se enfrascan en una batalla por ver quién prepara el mejor sushi, mitómanos que se inventan un mejor pasado basándose en series gringas, un sonámbulo que cocina, una hermana buena para nada que quiere aprender a cocinar profesionalmente viendo videos de YouTube. En resumen: un puñado de fracasados a los que los une una cosa en común: la divina tragadera.

No se trata de hambre, se trata precisamente del hambre. De ese momento en el que tiemblan las manos, en el que uno siente una ansiedad incontrolable y la boca del estómago habla en nombre de todo el cuerpo. Quien me conoce en redes sociales sabe que mi descripción es: triste lector de horas de la comida. Y es que siempre me ha parecido fascinante cómo nos hemos encargado como especie de regular una necesidad tan básica como es la alimentación. Es decir: que nos de hambre a todos al mismo tiempo es monstruoso si lo meditamos a profundidad. Me encantó que en los cuentos de Josué Sánchez no pasa eso. El hambre aquí descrita es un hambre real y voraz, es algo que llevamos adentro del cuerpo, como el corazón o el miedo. Es esa hambre de la que hablo al inicio del párrafo. Los personajes de estas tramas quieren comer y no lo hacen aunque tienen el platillo enfrente. Los personajes de estas tramas comen sin hambre, ¿hay peor maldición que esa? Antonio Ortuño los declara en el abismo o agarrados del borde de este. Y hablando de maldiciones: el dios malacopa del Antiguo Testamento, al ver que Adán se merendó la Manzana de la Sabiduría le dice:

Maldita sea la tierra por tu culpa; con duro trabajo la harás producir tu alimento durante toda tu vida…

Sí. Comer es una maldición mayúscula, “perseguir la chuleta” (como decimos los asalariados) es una condena sin fin. Esto lo tiene claro Josué y por eso en sus cuentos uno encuentra cierta comodidad. Sí, es Josué un autor cuya generación se ve en la necesidad de describir los arcos de McDonald´s, pero detrás de estos alucines de fast food hay un pesar humano que a veces encuentra redención y otras veces fulmina. Un pesar tan milenario como el apetito.

Si el asesino ése sigue matando puro boxeador chafa, pues le toca venir por ti, le dice un personaje a otro.

Era como si habitáramos el interior de un pulmón enfermo, concluye el hijo de un progenitor que murió y cuyo último recuerdo del padre aun con vida incluye un ridículo sombrero que o es de una marcha gay o fue sacado de la basura.

Visitábamos al cerdo dos o tres domingos al mes por la mañana y la idea de robarlo surgió como una teoría.

¡Exacto! Los cuentos de No se trata del hambre de Josué Sánchez surgen como una teoría. Y sus hipótesis narrativas nos hablan de un autor joven y mexicano en plenitud de sus recursos al que hay que seguirle la carrera. Abusaré de los juegos de palabras gastronómicos diciendo que le hinquemos el diente a este libro de cuentos editado por Edhasa. Un mexicano editado por el mismo sello que publica a Salinger y a Di Lampedusa, ni más ni menos.


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