16 de agosto de 2017

La Tempestad

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02/05/2024

Literatura

Cuautla

Recuperamos de nuestro archivo este texto de 2001 donde José Agustín narra su relación con la ciudad morelense, en la que vive desde 1975

José Agustín | miércoles, 3 de enero de 2024

Vista del Popocatépetl desde Cuautla. Fotografía de Vanessa Leon en Unsplash

Fue la segunda ocasión en que José Agustín (Acapulco, 1944) colaboró en La Tempestad. La revista se encontraba en sus inicios, y le pedimos una crónica para nuestra sección sobre ciudades del mundo. Con generosidad, el autor de De perfil, Se está haciendo tarde (final en laguna) Ciudades desiertas nos envió este texto sobre Cuautla, la ciudad morelense en la que vive desde 1975. Apareció en el número 17, marzo-abril de 2001, con ilustraciones de Daniel Romero. En estos días difíciles para la salud del escritor mexicano, rescatamos este relato que va de la autobiografía a la crónica.

 

En realidad yo estaba predestinado para vivir en las dos veces hache ciudad de Cuautla, ubicada en el valle de Amilpas, el centro del estado de Morelos. En prepa, en 1961, el papá de mi cuaderno Juan José Belmont era un homeópata ilustrado, Domingo Belmont, que también pintaba y vivía en Cuautla. Con alguna frecuencia Juan José y yo lo visitábamos para leer casos clínicos, casi todos sexuales, del freudiano Wilhelm Stekel, que el doctor tenía completos y los cuales me alucinaban. También íbamos “a pintar” al Almeal con los caballetes, lienzos y pinturas del doc Belmont, que era la súper buena onda, y ahí me eché mis dos únicos cuadros, orgullosamente influenciados por Modigliani pero que, antes de conocerla, ya retrataban a Margarita, mi esposa, quien siempre fue la constelación de un ideal estético y reflejo más bello de mi propia alma.

En 1966 mi padre y otros pilotos construyeron las primeras casas del entonces flamante fraccionamiento Brisas de Cuautla. Ignoro quién de ellos descubrió el sitio, pero a todos les gustó. Por tanto, me acostumbré a venir a Cuautla. Al poco rato ya me estaban invitando a dar conferencias y conocí a mucha gente. En 1971 decidí que el Estreno Cósmico de mi película Ya sé quién eres (te he estado observando) fuera en el cine Narciso Mendoza, entonces aún en funciones, de Cuautla, al que asistieron Angélica María, Claudia Islas, July Furlong, Macaria, Octavio Galindo, Javier Bátiz, Julio Castillo y otros amigos que actuaban o no en mi película. Definitivamente ya me había ligado a Cuautla.

Mi papá regresó a la Ciudad de México desde 1969 y dejó la casa de Brisas para que la familia disfrutara. Es un terreno amplio, con desniveles, su buena alberca, un jardín muy espacioso, muchos frutales, enredaderas, una soberbia araucaria, vista a los volcanes y a cincuenta metros de una honda barranca por donde fluye, desde el Popocatépetl, el río de Cuautla, que al entrar en la ciudad crece notablemente al nutrirse de varios manantiales, como los de Santa Rosa y Almeal. Dada mi condición de freelance yo era el que pasaba más tiempo en la casa de Brisas, así que, en 1975, cuando pretendían subirme alevosamente la renta en la Ciudad de México, de cuyas incomodidades e incontaminaciones ya estaba harto, lo más lógico fue mudarnos a Cuautla, porque se hallaba lo suficientemente cerca de la capital para el trabajo y a la vez era un cambio definitivo.

En Cuautla están los restos de Emiliano Zapata. Las autoridades priístas muchas veces trataron de llevárselos al Monumento a la Revolución, pero los cuautlenses nunca lo permitieron. Zapata siempre fue, y ahora más que nunca es, popular, y su espíritu ciertamente está vivo.

Desde un principio establecí lazos profundos con la ciudad y con el estado en general, pues nos dio por pueblear y conocimos prácticamente todo: Tequesquitengo, Xochicalco, Huitzilac, Tlalnepantla, San Felipe Neri, Yecapixtla, Ocuituco, San Miguel, Tetela, Zacualpan, Jonacatepec, Tepalcingo, Axochiapan y, por supuesto, Yautepec, Oaxtepec y Cocoyoc, que son inmediatos a Cuautla, aunque nuestros sitios favoritos siempre fueron Chalcatzingo, Tepoztlán, Tlayacapan y Cuernavaca. Cuautla se halla casi en el centro de Morelos, a mil metros de altitud y con un río y manantiales, como el célebre de Agua Hedionda, que le dan una atmósfera semitropical y una temperatura sensacional cuyo promedio es de veinticinco grados anualmente.

En Cuautla están los restos de Emiliano Zapata. Las autoridades priístas muchas veces trataron de llevárselos al Monumento a la Revolución, pero los cuautlenses nunca lo permitieron. Zapata siempre fue, y ahora más que nunca es, popular, y su espíritu ciertamente está vivo. Zapata vive, la lucha sigue, cómo no. Otro gran mito de la ciudad es el Sitio de 1812, en el que Morelos no sólo resistió el asedio de Calleja sino que lo burló cuando quiso.

El Sitio es un hecho tan apreciado por la ciudad que las calles del centro lo conmemoran, lo cual está muy bien, sólo que lo hacen con tanto detalle que los nombres, algunos francamente afortunados (Defensa del Agua, Angustias de Calleja, Humana Costeña, Niño Artillero, Bollas sin Cabeza, etcétera), cambian cuadra a cuadra y son tantos que es muy difícil que la gente se los sepa. Esto le da un carácter surrealista a Cuautla que Breton hubiera apreciado mucho. El centro está demarcado por tres plazas. La del Señor del Pueblo, con el sobrio templo, la estatua de Zapata y los restos del jefe. En la plaza principal está la presidencia municipal, que no es nada del otro mundo, enfrentada al templo y convento de Santo Domingo, al cual por desgracia le aplanaron una buena parte de la fachada y lo despojaron de su belleza natural. En el zócalo lo mejor es la Casa de Morelos y las zonas arboladas, siempre llenas de gente y con los consabidos vendedores de globos, puestos de periódicos y boleros que son excelentes en todo el centro de la ciudad. Más adelante está la Alameda, en la que por supuesto no hay álamos pero sí la iglesia de San Diego con la vieja estación de tren. Esta parte es perfecta. Por desgracia, en la opuesta se halla un adefesio inmenso, el cine Robles, que es espantoso, pero de veras feo, y le rompe toda la madre a la plaza, la cual con sus antiguas casas o una construcción noble e idónea podría ser muy bella.

En realidad Cuautla ni remotamente se caracteriza por su belleza arquitectónica, pero su naturaleza es espléndida. Aunque tiene alcurnia indígena, no es ésta la de Tepoztlán, Chalcatzingo o Xochicalco. Por desgracia después llegaron españoles muy palurdos que podían tener haciendas con lujos versallescos pero a los que las ciudades les importaban un carajo. La Cuautla moderna data de los últimos cincuenta años y sus construcciones tampoco mostraron gran gusto.

La entrada norte de la ciudad se inicia con una estatua de Morelos que durante los ochenta fue conocida como el He-Man, porque mostraba al buen Chema muy aguerrido con un espadón y corpulencia de fisicoculturista.

La entrada norte de la ciudad se inicia con una estatua de Morelos que durante los ochenta fue conocida como el He-Man, porque mostraba al buen Chema muy aguerrido con un espadón y corpulencia de fisicoculturista. El He-Man en un principio lo puso, con sus ovalados aunque ciertamente arrugados cojoncillos (“¿pasitas, cuándo compré pasitas?”), el gobernador Laurruco Ortega nada menos que en la Alameda, para acabarla de amolar, pero ante el clamor público la quitaron de ahí y ahora echa sus peculiares vibras a los que llegan del DF y a la base de la PFP que se halla a sus pies. Por si fuera poco, hace un año el ayuntamiento perredista nos recetó de despedida un mural anacrónico y pobremente realizado en el arco de la entrada a la ciudad que está más adelante y que afea lo bonito que era.

En los últimos tiempos Cuautla ha crecido mucho, pero anárquica e informemente, en todas direcciones pero sobre todo en el suroriente, arriba de Agua Hedionda, que se ha vuelto la zona más jodida. En realidad Cuautla sigue siendo una ciudad pobre, con escasa pero creciente clase media. Otras áreas han mejorado, como la parte arbolada de Reforma, o la avenida del Sagrario, pero en general apenas parecen entrar aires de buen gusto y modernidad urbana. Sin embargo, si la ciudad no es de las más bellas del país la naturaleza es muy hermosa y tabachines, jacarandas, araucarias y bugambilias se dan muy bien en donde los hay, porque debería haber muchos más árboles y jardines en toda la ciudad. El paisaje humano también es magnífico. La gente en general es buena onda, hasta cierto punto tranquila, tendiente a la introversión; por supuesto no faltan los chismes y los pleitos, pero vive y deja vivir. Yo me he pasado muy contento veinticinco años en Cuautla.

“¡Fea, fea, fea! ¡Eres fea y pública, pero aún así desde que te vi te estimé! ¡No sabes cómo te estimo!”. Más o menos estas son las palabras que el enano de Nazarín, de Buñuel / Pérez Galdós, le dice a Rita Macedo, de quien se ha enamorado definitivamente. En Nazarín (ah título más cruel) Rita Macedo encarna a una prostituta, o prostiputa, y por supuesto se ríe de que un enano no precisamente guapísimo insista en que ella es fea, lo cual, por supuesto, es una forma peculiar de halago, pues doña Rita no estaba nada mal (si no me creen, véanla en Ensayo de un crimen, otro ondón de Buñuel). Bueno, pues en cierta forma por ahí va mi relación con Cuautla. La ciudad es Rita Macedo y yo soy el enano.

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