16 de agosto de 2017

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Literatura

La voz del tiempo

Un ensayo de Nicolás Cabral sobre ‘Tu rostro mañana’, la obra mayor del narrador español Javier Marías, fallecido en Madrid a los 70 años

Nicolás Cabral | domingo, 11 de septiembre de 2022

Javier Marías retratado por Jeosm

En un artículo de 1967 en Revista de Occidente, Juan Benet escribió: “a mí me parece que es el tiempo la única dimensión en que pueden hablarse y comunicarse los vivos y los muertos, la única que tienen en común”. La frase, que Javier Marías recuerda en Negra espalda del tiempo (1998), sirve como llave de entrada a su obra mayor, Tu rostro mañana, aparecida en tres volúmenes entre 2002 y 2007. No es casual que el narrador, Jaime (o Jacques o Jacobo o Jack o incluso Iago, según quién hable y en qué contexto) Deza la cite en dos momentos de la novela, donde invariablemente la dimensión temporal es asociada al acto de contar. Marías pone a dialogar a los vivos y los muertos en un relato cuya prosa es capaz de contener la complejidad sensorial del instante.

Jaime Deza. Su nombre acaso deriva del de James Denham, seudónimo elegido por Marías para camuflar el relato que incluyó en Cuentos únicos, antología aparecida en 1989, el año de la publicación de Todas las almas, la novela en la que “nuestro querido español”, entonces sin nombre, apareció por primera vez. El autor decidió dar continuidad a la historia del filólogo madrileño, que al final de Todas las almas forma una familia de vuelta en Madrid, luego de una estancia académica en Oxford. Tu rostro mañana comienza cuando Deza vuelve a Inglaterra, tras separarse de su mujer más de una década después. Trabaja para la BBC de Londres, pero termina siendo incorporado a un departamento que realiza una singular actividad, especialmente para el MI5 británico: la interpretación de vidas, la redacción de reportes que especulan sobre cómo será mañana el comportamiento de las personas, cómo se desplegarán sus acciones en el futuro, más allá de lo que pretendan o declaren.

Es una trama aparentemente simple, que puede sintetizarse en unas pocas líneas, pero que se experimenta, a causa de su sofisticada concepción del instante, como una proliferación de acontecimientos. Summa estilística de su autor, Tu rostro mañana es una novela de espías y una novela de amor, un tratado de filología y un curso de traducción, una cavilación sobre la memoria y un excurso sobre la violencia. Javier Marías utiliza códigos genéricos para desplazar sus funciones: cuando la intriga comienza a crecer pone sobre la página digresiones que ralentizan las acciones hasta suspenderlas. La prosa avanza, retrocede, se desdobla con el fin de capturar todo lo que ocurre: las sensaciones y los pensamientos, las acciones y los objetos, las palabras y los tropismos. Todo lo que puede contarse, lo que no puede callarse.

Las glosas habituales de Tu rostro mañana transmiten insuficiencia porque pierden de vista la obsesión que vibra en cada frase: el instante como “partículas fugitivas” (Agustín de Hipona). Más allá de los abundantes momentos hilarantes, una tonalidad melancólica impregna las páginas. Como se sabe por la dedicatoria del tercer volumen, durante la escritura de la novela Peter Russell y Julián Marías, que inspiraron los personajes de Peter Wheeler y el padre de Deza respectivamente, vivieron sus últimos años y, finalmente, fallecieron. Marías convierte la frase, así, en un instrumento de duelo: el avance de los acontecimientos es detenido a través de digresiones, descripciones, apuntes, diálogos, comentarios, precisiones, interpretaciones (de gestos, de palabras, de movimientos interiores). Se crea así un marco para la superación de la pérdida. El efecto producido es el de una temporalidad vertical, como la entiende Gaston Bachelard. Ajeno al tiempo sucesivo, el instante poético se sustrae de la horizontalidad al desvincularse del marco social, de las cosas, de la propia vida. Se alcanza entonces una “referencia autosincrónica”. No se trata aquí del presente expansivo sino del momento de escritura en el que “se consolida la consolación sin esperanza, esa extraña consolación autóctona, sin protector”.

Un sistema de ritornelos rige lo mismo la composición del párrafo que la del conjunto; todo vuelve, se amplifica, adquiere sentidos renovados. El rondó es, entonces, la forma musical que permite explicar por analogía la estructura de Tu rostro mañana. En su plasticidad a veces contenida, a veces delirante, la prosa transmite la idea de que el tiempo puede ser suspendido si se lo ausculta en sus contornos y pliegues, para transformarlo en instante poético. Cuando Deza coloca la mano sobre el hombro de su padre o repara en la mirada a veces ausente de Wheeler puede intuirse el modo en el que Javier Marías concibe al narrador. Es aquel que dilata la llegada de lo inevitable.

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