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Bajo la piel de Huppert

A propósito del estreno de ‘Greta’ (Neil Jordan, 2018), aquí, una reflexión de la carrera de la actriz, que constituye un verdadero ejercicio curatorial que con los años ha conformado un gran mosaico en el que todos sus roles son vasos comunicantes

Carlos Rodríguez | jueves, 13 de junio de 2019

Imagen - Isabelle Huppert retratada por Roni Horn en 2004-07

Isabelle Huppert es un caso raro, aunque debutó en el cine en 1972 con Faustine et le bel été (Nina Companeez) seguimos hablando de ella debido a dos o tres causas: su prolífica trayectoria (más de 130 películas en 47 años de carrera y contando) y también su gusto por el riesgo; la filmografía de la francesa es un verdadero ejercicio curatorial; la elección de creadores, proyectos y personajes no es azarosa sino un proceso a través del que se ha venido conformando un gran mosaico; sí, se puede hablar de su carrera como el conjunto de una obra en la que todos sus roles son vasos comunicantes, una galería en la que se reconoce la perversión.

Una joven Isabelle en el filme de Nina Companeez

La adición más reciente a su colección de mujeres es La viuda (2018), como se tituló en México a Greta, la película que Huppert filmó con Neil Jordan. Esta cinta, sin embargo, constituye un contrapunto que faltaba en su carrera: a diferencia de sus trabajos más comentados –por ejemplo La pianista (Michael Haneke, 2001) o Ella (Paul Verhoeven, 2016)–, Greta (una viuda solitaria que prepara un festín de horror para una jovencita a la que conoce de forma casual) es un monstruo, una caricatura que la separa de otras composiciones de la actriz.

Una escena de ‘Greta’

Huppert, que sólo se atiene al guion que le facilita el director y evita estar en contacto con otro tipo de referentes (se sabe, por ejemplo, que no leyó a priori la novela de Elfriede Jelinek para interpretar a la maestra de piano), nunca cambia radicalmente su imagen de una película a otra; sus personajes, que siempre son producto del universo que plantean los filmes, portan máscaras que esconden un mismo rostro pálido, cundido de pecas, y una cabellera roja; a partir de Huppert se puede decir que en una misma persona conviven todas: combinaciones, variantes, posibilidades que difuminan lo que parece idéntico; esto se hizo explícito en un filme reciente: Madame Hyde (Serge Bozon, 2018).  

Luego de una serie de trabajos secundarios, la intérprete obtuvo su primer rol importante en La encajera (Claude Goretta, 1977), que inaugura el misterio huppertiano: silencios, economía de gestos, tensión y distensión de los músculos de cara. Al año siguiente filmó por primera vez con Claude Chabrol: Violette Nozière es el reverso de la protagonista tímida (y virgen) de la cinta de Goretta; Violette es una chica que, hastiada de las carencias del periodo de entreguerras, se prostituye; aunque se trata de una mujer amoral (que roba a sus padres para mantener a su chulo e incluso los envenena), el tratamiento ambiguo del filme expone los claroscuros, evita las posturas inmediatas, en suma, mete al espectador en aprietos. ¿Cuántas veces la actriz ha mostrado al público los matices sin contorno del comportamiento humano?

Huppert ha problematizado nociones como la prostitución en Salve quien pueda, la vida (1980) y, de igual forma, la relación obrero/patronal y de director/actor en Pasión (1982), filmes dirigidos por Jean-Luc Godard; el desprecio por la vida acomodaticia (Loulou, Maurice Pialat, 1980); también el aborto (Un negocio de mujeres, 1988), la mediocridad y la estupidez (Madame Bovary, 1991) y los conflictos de clase (La ceremonia, 1995) en filmes de Chabrol; la sombra del colonialismo (Una mujer en África, Claire Denis, 2009); la metafísica de lo cotidiano (En otro país, Hong Sang-soo, 2012).

Condenada en ‘Un negocio de mujeres’

La mestra de piano

Al declarar que no hace personajes sino personas, Huppert establece su abordaje interpretativo; todas las personas que interpreta están recubiertas de un órgano que las protege y que permite que la luz se filtre en algún punto, es ese espacio horadado donde el espectador se acerca a lo insondable: la tristeza de la maestra de piano, la soledad de la mujer violentada en Ella o las dudas de la abortista que termina en la guillotina; Greta no, ella no es una persona, es un personaje propio de un cuento de hadas que, con humor, amplifica lo pesadillesco, un espejo deformante; como si se tratara de una comida, Greta es un pequeño postre, un macarrón que remata el sabor de los platos fuertes.

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