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Guillermo Tovar, un palimpsesto

¿Cuántos recuerdan o leen a Guillermo Tovar de Teresa a cinco años de ausencia? Jorge Pedro Uribe Llamas aborda los aportes del bibliógrafo, erudito del arte nacional e investigador de asuntos desacostumbrados

Jorge Pedro Uribe Llamas | viernes, 6 de julio de 2018

Si no están vivos, de moda y preferentemente opinando sobre cualquier tema, por decir deportes para evitar dar la pinta de intelectuales (en el fondo lo desean: intelectuales de amplio alcance), no parecen importarle a una impresionable mayoría, a menos que se compartan frases suyas (Borges, García Lorca, Paz, es lo mismo, que motiven) o hayan pasado determinados años de su nacimiento (defunción no tanto) o siga fresco el cadáver. Es el caso de Guillermo Tovar de Teresa, autor por lo general vapuleado tanto en vida como después de su muerte (prematura, al igual que su historia de historiador). Más allá de su circunspecto círculo social, ¿cuántos lo recordarán o leen a cinco años de ausencia? No es infrecuente que académicos, más bien aspirantes, desacrediten su trabajo, acaso por tratarse de un autodidacta. Tampoco escasean los que lo reducen a la pura crónica urbana, cierto par de libros con fotografías antiguas, un puñado de anécdotas de índole personal… Sin embargo resulta justo afirmar que a Guillermo le debemos bastante más que eso, y seguro que futuras generaciones lo tendrán en mejor consideración. Bibliógrafo, erudito del arte nacional, investigador de asuntos desacostumbrados (el Renacimiento en México, la genealogía novohispana, los libros prohibidos por la Inquisición en tiempos de la Independencia, la música de los estridentistas), este defensor del patrimonio artístico y «niño con alma secular», como lo llamó Enrique Krauze, fue principalmente un francotirador, de esos que no abundan en la actualidad. En los próximos renglones procuramos exponer algunas aportaciones de gran interés para nuestra historiografía, sin un orden específico, todas relacionándose entre sí de una u otra forma.

1. El Repertorio de artistas en México (Grupo Financiero Bancomer, 1995-1997). Obra colosal en tres tomos, más completa que todos los artículos de Wikipedia al respecto juntas, difícil de superar y sumamente consultable todavía a lo largo de los próximos decenios. Guillermo Tovar, «el máximo intérprete del arte mexicano», a decir de Fernando Benítez, la coordinó, además de redactar la mayor parte de las semblanzas; pero también participaron Tessa Corona del Conde, Xavier Guzmán Urbiola y otros. ¡Que lo regalaran en las universidades!

2. Un hallazgo sobre la primitiva Catedral de México. Una versión editada por Alberto Dallal de un ensayo sobre este particular aparece incluida póstumamente en La Catedral de México (BBVA Bancomer, 2014), libraco costoso que sin embargo recomendamos adquirir por tratarse de un proyecto colecetivo igual de esforzado que el emprendido por Manuel Toussaint en los años cuarenta. En dicho texto se da a conocer que «la portada de la primitiva Catedral de México es la que se conserva en los pies de la iglesia de la Purísima Concepción del Hospital de Jesús. Podemos inferir que acaso es aquella diseñada por Claudio de Arciniega (…), entre enero de 1585 y abril del año siguiente». Tamaña revelación es inferida al cabo del estudio de diversos documentos, entre ellos investigaciones de María Concepción Amerlinck. Y por último apunta el autor que no se extiende en el análisis formal ni en la descripción de la portada para no resultar tedioso. «Eso lo dejo en manos de algún experto en estos menesteres, de esos que no dudan en ocuparse en hacer aburridas reseñas descriptivas, estériles e inútiles». ¡Haciendo amigos, como quien dice!

3. Una reivindicación acerca del virrey Antonio de Mendoza. A partir del descubrimiento de un ejemplar de 1512 del tratado De Raedificatoria, de León Battista Alberti, anotado de puño y letra en 1539 por el primer virrey de la Nueva España, Guillermo Tovar publica La ciudad de México y la utopía en el siglo XVI (Seguros de México, 1987). Lo anterior gracias al rescate que efectúa de una valiosa librería en la calle de Chiapas de la colonia Roma tras los terremotos del ochenta y cinco. En el libro en cuestión quedan demostradas las mejoras urbanísticas que impuso Mendoza, quien «intentó lo bello al considerar a la ciudad como la obra de arte de la política», en este caso a la Ciudad de México, a la vez que estudiamos a Tomás Moro y Erasmo de Róterdam, Vasco de Quiroga y Juan de Zumárraga, logrando comprender a nuestro gobernante virreinal decano a través de nuevos ojos, analizando otra época y mentalidad. ¿No es esta, después de todo, la razón de ser de los historiadores?

4. Una explicación del mundo barroco novohispano durante el siglo XVII. El mote Sic Itur ad Astra, utilizado por Carlos de Sigüenza y Góngora para la portada de sus libros, es una de las puertas de entrada hacia un bello ensayo a propósito del Pegaso que decora la fuente del patio principal de nuestro Palacio Nacional. Reflexionando en torno a tales símbolos, Guillermo penetra con Pegaso (Vuelta, 1993) en el arte, la cultura y las ideas de los años previos y posteriores a 1625 de una capital orgullosa de sí misma. «No busca la esencia del barroco (…) pero la revela», concluye un estudioso en la nueva edición de 2006.

5. La fundación del Consejo de la Crónica de la Ciudad de México. Leemos en Guillermo Tovar de Teresa. Bosquejo biobibliográfico (DGE/Equilibrista, 2012), de Xavier Guzmán, que en 1986 Tovar fue nombrado cronista de la Ciudad de México, como también lo fueron en su momento Miguel León Portilla, José Luis Martínez, Salvador Novo, Artemio de Valle-Arizpe y Luis González Obregón. «Sin embargo, ante el crecimiento tan veloz y desmesurado de la ciudad» discurrió aquel en 1987 fundar el Consejo recién referido, invitando entonces a Rufino Tamayo, Luis González y González, José Luis Cuevas y otros notables. Este organismo terminó derivando, indirectamente, en la Asociación de Cronistas de la Ciudad de México y más grupos por el estilo. Pero el Consejo aún existe, al menos nominalmente.

6. El libro de Sanborns. Podríamos referirnos ahora a su defensa del Caballito de Tolsá, el interesante libro sobre Tacubaya y alrededores que escribió en la adolescencia, sendos prólogos para Colonia Roma (Clío, 1996) de Édgar Tavares López y Quintas de Tacubaya (Delegación Miguel Hidalgo, 2011), su biblioteca personal, las donaciones de libros y hasta del cuadro Sagrada Familia, de Echave Ibia, al templo de la Profesa, etcétera, pero preferimos nosotros, por sentimentales, hacer notar la contribución de Guillermo Tovar al espléndido La Casa de los Azulejos (Sanborn Hermanos, 2007), de Carla Zarebska, obra que asimismo contó con la colaboración de Efraín Castro Morales y Ricardo Pérez Escamilla, nada menos. Ahí opinó, al final del prólogo: «Este libro representa el nuevo modo de contar algo, un modo simultáneo, donde todos tienen algo que decir. Y de eso se trata, de que en las cosas participemos de muchas maneras y de muchos modos». Y sí. No le hace que unos no estén vivos o de moda, de novedad, u opinando de lo que sea.

Viernes 6 de julio de 2018

 

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