16 de agosto de 2017

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28/04/2024

Artes visuales

Cositas fuera de lugar

Una exposición en el Museo del Chopo muestra las aristas del trabajo de Roberto Jacoby, figura del conceptualismo latinoamericano

Nicolás Cabral | miércoles, 2 de agosto de 2023

Discos, revistas y carteles vinculados a la banda Virus. Fotografía: Ramiro Chaves. Cortesía del Museo Universitario del Chopo

Para encarar Huyamos a Buenos Aires, nadie podrá encontrarnos, la primera exposición de Roberto Jacoby en México, conviene volver al manifiesto “Un arte de los medios de comunicación” (escrito junto a Eduardo Costa y Raúl Escari en 1966): si los artistas pop tomaban elementos de la comunicación de masas, “desconectándolos de su contexto natural”, los artistas de los medios pretendían “constituir la obra en el interior de dichos medios”. Hay una serie de ideas visionarias en los textos y los proyectos en los que participó Jacoby en los sesenta, que anticipan tendencias de la expresividad contemporánea y explican la obra posterior del artista argentino. La muestra del Museo Universitario del Chopo, curada por Santiago Villanueva, se concentra en sus derivas de los últimos 40 años.

En las salas del museo uno encuentra casi exclusivamente documentación, registro: inscrita en un conceptualismo riguroso y al mismo tiempo abierto a la cultura popular, la obra de Roberto Jacoby (Buenos Aires, 1944) rara vez deja objetos tras su realización. Su arte de los medios incluso planteaba la publicación de reseñas de happenings que nunca tuvieron lugar, un meticuloso montaje con artistas y público que era fotografiado con el único fin de ser difundido como acontecimiento real. Un arte de las fake news. A partir de 1983, con el fin de la dictadura cívico-militar que asoló a Argentina, su idea del medio se expandió más allá del periódico, la revista, la radio o la televisión: sus obras tuvieron como vehículo fiestas, performances, campañas publicitarias, puestas en escena, textos y, claro, la voz de Federico Moura. Jacoby es, ante todo, un artista de la intervención, del cortocircuito, de la producción de relatos en el espacio social. Un hacker, en suma. “Estuvo siempre más ligado al acto de crear que al producto terminado”, dijo su amigo Ricardo Piglia.

La presencia de Virus, la emblemática banda new wave para la que Jacoby escribió muchas de las letras, es importante en Huyamos a Buenos Aires. Y lo es porque el artista se planteó, sin ser un integrante formal de la agrupación, volverla parte de una “estrategia de la alegría” en los años ochenta, cuando la dictadura había extendido su grisura homicida en todos los ámbitos de lo social. Con Federico Moura al frente, Virus planteó una música ambiguamente festiva, una puesta en escena andrógina que ponía a las multitudes a cantar versos como “Intimidó mi corazón / Una fugaz mirada speed / En diagonal la información / Se disemina alrededor”. Quienes tenemos a Virus como un acontecimiento formativo, y que en la adolescencia sólo sabíamos de Jacoby por los créditos de las canciones, somos sus extraños discípulos. Su sensibilidad se propagó como el nombre de la banda.

Roberto Jacoby

Vista de la exposición Huyamos a Buenos Aires, nadie podrá encontrarnos, de Roberto Jacoby. Fotografía: Ramiro Chaves. Cortesía del Museo Universitario del Chopo

En Roberto Jacoby, pese a todo, no está ausente la plasticididad. En medio de Huyamos a Buenos Aires, nadie podrá encontrarnos se erige una sala dedicada a su relación con el ilustrador Daniel Melgarejo. Postales, cartas, dibujos, cómics: una correspondencia enteramente artística, un happening en sí misma, como para considerarla –así lo ha hecho Santiago Villanueva– parte de la obra de ambos creadores. Y ahí, en medio de todo, la portada de Superficies de placer, uno de los grandes discos de rock de la década de los ochenta, que es necesario oír con una nota trágica: la epidemia del sida acabó con la vida del cantante de Virus y del ilustrador de la portada. Moura y Melgarejo son la materia oscura de esta exposición donde la verdadera plasticidad está en los cuerpos que se travisten, que cantan, que celebran una fiesta de cumpleaños.

Terminemos por el principio. Huyamos a Buenos Aires comienza con un video y las máscaras utilizadas en Darkroom (2002), una obra emblemática de este siglo. Este “laboratorio de la oscuridad”, con doce performers actuando en la penumbra, a ciegas, hace del espectador único el encargado del registro, al portar una cámara infrarroja, mientras los futuros visitantes se preparan para la experiencia en cabinas con monitores que muestran lo que el video transmite, vigilantes antes de ser vigilados. Es posible leer esta pieza (que por desgracia sólo podemos imaginar) desde diversos lugares, y sin embargo todo queda inscrito en esos versos para Virus: “Se daban en la oscuridad / Motivos para confesar / Crímenes en la intimidad / Cositas fuera de lugar” (“Pecados para dos”, Locura, 1985).

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