16 de agosto de 2017

La Tempestad

También las artes cambian al mundo

02/05/2024

Cine/TV

Cuatro directoras, cuatro miradas

Alejandra Márquez Abella, Jimena Montemayor, Lila Avilés y Natalia Beristáin desvelan su trabajo en el set

Laura Pardo | lunes, 9 de marzo de 2020

Imagen promocional de 'Las niñas bien'

En los últimos años ha irrumpido con fuerza la mirada de las directoras mexicanas, lo mismo en el cine que en la televisión. El asunto no se reduce al género: ha significado la aparición de perspectivas originales, auténticas apuestas por la renovación de las narrativas visuales producidas en el país. Platicamos con cuatro protagonistas de este momento.

Llegó la hora de mirar como miran las mujeres. ¿Alguien lo duda? Sólo así puede lograrse que la esposa del político asesinado –ella, no él– ocupe el centro del relato (Historia de un crimen: Colosio), que la cámara siga sin cansancio –exclusivamente– a la silenciosa mucama de un hotel (La camarista). Sólo así puede acompañarse, sin juicios, a una madre incapaz de cuidar a sus hijos (Restos de viento) o dibujar con inteligencia a un puñado de chicas de las Lomas para que trasciendan el estereotipo a golpe de sutilezas (Las niñas bien).

En estos días de etiquetas incendiarias en las redes sociales ellas ocupan las pantallas, grandes y chicas. Desde ahí postulan modos de ver. Su mirada indaga bajo la cómoda y segura cobija patriarcal en la que suelen envolverse ciertos temas. Toman riesgos, descolocan, retan. Cuatro directoras desvelan las entrañas del trabajo en el set, su eterna trinchera. Alejandra Márquez Abella, Jimena Montemayor, Lila Avilés y Natalia Beristáin respondieron seis planteamientos:

 

1. El crítico y cineasta irlandés Mark Cousins rescata, en su Historia del cine, el decisivo papel de las mujeres en la gestación de Hollywood, cuando había decenas dirigiendo y escribiendo guiones. Esto cambió, según su tesis, cuando apareció el sonoro, que atrajo más público: las compañías de Wall Street detectaron potencial para invertir en él. ¿Consideras que esta idea –que, generalizando, asocia lo masculino a la producción de riqueza y lo femenino al gasto– sigue vigente en ciertos ámbitos laborales?

2. Las palabras trabajo y labor, como han estudiado algunas feministas, se asocian en el caso de la mujer a dar a luz y hacerse cargo del hogar (labor de parto, trabajo doméstico). Acciones que, en suma, no suponen una remuneración. Esto quizás explica, al menos en parte, el origen de la desigualdad de salarios entre hombres y mujeres. La situación ¿ha implicado dificultades para tu desarrollo en el ámbito cinematográfico en México?

3. Orientar, encaminar, guiar, aconsejar, dar señas. Algunos sinónimos del verbo dirigir se asocian de inmediato a actividades históricamente ligadas a las mujeres: maestras, consejeras, por supuesto madres. ¿Pesa este imaginario de lo “femenino” cuando estás en el set?

4. Una de las acepciones de dirigir se refiere a gobernar, regir y establecer reglas. Es, quizá, la más usada para referirse al trabajo de dirección y, por razones evidentes, está más asociada a tareas masculinas. ¿Alguna vez (consciente o inconscientemente) has tenido que ajustar tu comportamiento en el set para volverlo más “masculino” y amoldarte a esta definición?

5. En los últimos años hemos atestiguado una creciente visibilización del descontento de las mujeres ante el machismo fuertemente arraigado en la cultura mexicana. ¿Qué papel tienen las artes en estas reivindicaciones?

6. ¿De qué manera entra en tu obra la problemática de las mujeres en la sociedad contemporánea?

 

Alejandra Márquez Abella

Nació en San Luis Potosí en 1982. Estudió dirección de cine en el desaparecido Centro de Estudios Cinematográficos de Cataluña (Barcelona). Además de diversos cortometrajes –como el premiado 5 recuerdos (2009)–, ha dirigido las películas Semana Santa (2015) y Las niñas bien (2018), con 14 nominaciones al Ariel, entre ellas a la mejor dirección.

directoras mexicanas de cine

Imagen – Alejandra Márquez / Foto: Ana Blumenkron

1. Sin duda, aunque creo que de manera diferente. Es verdad que es terrible generalizar, pero me atrevo a hablar de mi entorno no desde mi género sino más bien desde el lugar al que nos ha relegado la socialización: me parece que el cine que hacemos las mujeres se concentra más en los cómos que en los qués, hay una necesidad de filmar desde y quizás en la emoción, al grado de que muchas veces rechazamos la épica y las estructuras narrativas más probadas. Nuestros temas no interesan de la misma forma que los masculinos; si no lo sabemos, lo intuimos, y eso nos da cierto espacio para el experimento, como si pensáramos que si de cualquier manera el poder y el dinero (el reconocimiento patriarcal) van a estar en otro lado, en lo “importante”, entonces podemos ponernos a hacer lo que queramos.

2. Hacer cine implica de entrada un privilegio. No cualquiera tiene la posibilidad de hacerlo y eso me gustaría reconocerlo antes que nada. Quizá por eso mi primer impulso es contestar “No”. Estamos rodeadas de condiciones tan poco equitativas y es tan exitoso el sistema que muchas veces pasan desapercibidas. La dificultad se vuelve cotidiana. Pero la respuesta es “Sí”, ha sido difícil, es difícil. He tenido que ganarme una confianza que quizá no se me daba de entrada. He tenido que explicar que yo soy “el director” muchas veces al pisar un set por primera vez. He tenido que enfrentarme a situaciones nuevas, sin precedentes, como negociaciones y toma de decisiones importantes por temas de maternidad. He tenido que dar piruetas para que mi “estar al mandono insulte a alguna masculinidad tambaleante. Ha sido difícil aguantar la mirada de quien ante la duda de un director hombre piensa en sabiduría y ante la de una mujer piensa en falta de experiencia. Ha sido difícil generar interés por los mundos internos de las mujeres, parecería que es más fácil crear empatía por el personaje de un asesino a sueldo que por una mujer atribulada.

3. Me pasa pero no necesariamente me pesa. Las estructuras en el cine son tan verticales, militares, masculinas, que siento que poder guiar a un equipo a través de una actitud de cuidado y de consejo, a través de la argumentación, es casi una obligación como feminista. Muchas veces requiere un esfuerzo extra, es más fácil replicar el sistema que cambiarlo.

4. No sólo en el set. Ser profesional, “seria”, significa estar lejos de “lo femenino”, estoy siempre muy consciente de estas modificaciones y las rehuyo. No quiero perpetuar las formas patriarcales en el set ni en ningún lado. Muchas veces creo que esto se expresa en las mujeres como una autoexigencia enloquecida, una exigencia que no necesariamente se aplican nuestros pares hombres. Lo triste es que muchas veces ni siquiera este rigor es reconocido.

5. Fundamental. En el cine se abre la posibilidad de establecer otros protagonismos, de cambiar el punto de vista. Los personajes femeninos han sido observados, no habitados: nuestro oficio nos obliga a preguntarnos cómo queremos filmar a las mujeres, desde dónde. Hay que reinventar el lenguaje cinematográfico, que ha sido utilizado sistemáticamente de forma machista. De nuevo, eso es una chamba extra.

6. A mí me interesa la apariencia, la aspiración en el sentido de lo que se quiere ser versus lo que se es. Me parece que las mujeres siempre estamos en ese juego, como en una pugna por el poder o la administración del poder del que carecemos. Los estereotipos femeninos existen por esta pugna, son consecuencia de ella, me parece. Es interesante preguntarse qué es una mujer contemporánea. ¿Somos todos esos estereotipos?, ¿somos el lugar al que se nos ha relegado? ¿somos la respuesta iracunda a todo esto? *contesta mientras se enfunda unos tacones por demás incómodos pero preciosos que ama y odia con la misma intensidad*.

 

Jimena Montemayor

Nació en Salamanca en 1983. Estudió realización cinematográfica en el Centro de Capacitación Cinematográfica (CDMX). Fotografió y dirigió diversos cortos antes de debutar en el largometraje con En la sangre (2014), presentado en Locarno y Guanajuato. Restos de viento (2017) fue premiada en el Festival Internacional de Cine en Guadalajara como mejor película y mejor dirección.

directoras mexicanas de cine

Imagen – Jimena Montemayor / Foto: Ana Blumenkron

1. Como cineasta mexicana no me he enfrentado con esta idea todavía, pero es un gran problema en la industria norteamericana: la inversión para las campañas de los Oscar es mucho menor cuando se trata de películas dirigidas por mujeres, por lo que no logran llegar a las nominaciones. Y muchas veces son menores porque el presupuesto para hacer la película fue menor, hay menos parafernalia frente a la cámara y menos inversionistas quieren entrarle. Es un círculo vicioso absurdo.

2. Hacer cine es muy difícil independientemente del género. Enfrenté micromachismos y acosos (como todas las mujeres en todas las áreas) en la escuela y en algunos trabajos, pero no tengo una gran historia que contar. Ahora con el mundo de las series me he encontrado con más barreras que en el cine para poder dirigir.

3. No, no lo he pensado ni sentido.

4. No, siempre he logrado armar grupos de trabajo y equipos respetuosos y profesionales con mi manera de dirigir.

5. Las artes están ahí para reflejarnos y reflexionar, para hacernos sentir y confrontarnos. Pero está en las manos del espectador, del que mira, tomar acción y generar cambios, si es que está dispuesto o dispuesta a hacerlos.

6. Cuento historias que me llaman, que no se van hasta que les doy forma; a veces son historias masculinas y a veces femeninas. Intento mostrar personajes y atmósferas de una manera que nos involucre y que nos haga sentir en su piel, sin juicios. Dependiendo de tu historia y tu vida te entregas con uno o con otra.

 

Lila Avilés

Nació en la Ciudad de México en 1982. Estudió artes escénicas en Casazul (CDMX). Actriz y directora de teatro, debutó en el cine con La camarista (2018), estrenada en el Festival Internacional de Cine de Toronto y premiado como mejor largometraje mexicano en el Festival Internacional de Cine de Morelia; cuenta además con diez nominaciones al Ariel.

directoras mexicanas de cine

Imagen – Lila Avilés / Foto: Ana Blumenkron

1. El cine afecta directamente el tejido de nuestras vidas. A mayor diversidad, mayor riqueza social, política y humana. El cine tiene un vínculo directo con lo que vivimos día a día: es un espejo. No importa que se hable de historias pasadas, presentes o futuras, es un reflejo social que puede imponer una moda, una visión del mundo o una postura. Yo estoy aquí gracias a muchas mujeres que lucharon para poder decir quiénes eran. El proceso de La camarista, una cinta con un discurso urgente, se dio de manera muy natural. Siempre pienso que se abrió sola su camino. Por eso reitero la potencia de los discursos.

2. Creo en el equilibrio. Tengo un padre que es un hombre extraordinario: cocina, va al súper, jugaba con nosotros cuando éramos niños. Y tengo una madre que trabajó hasta el cansancio. Ese equilibrio ha reinado en mi vida. El machismo se transmite de generación a generación. Mi hermano es un marido extraordinario. Y lo es porque mi madre y mi padre siempre influyeron en eso. Algunos estudios han descubierto que no es verdad que todas las mujeres se quedaban en las chozas al cuidado de los hijos, también salían, eran grandes agricultoras y recolectoras. Esta idea fue el motor para levantar mi película: tristemente vivimos en una sociedad donde se cataloga a la gente, donde hay muchos prejuicios de todo tipo. Puedo decir que es la primera vez, gracias a La camarista, que pude romper esos prejuicios y decir quién soy como humano.

3. Dirigir se me da de una forma muy intuitiva. Para mí dirigir tiene un lazo muy directo con el juego, con el ponerse en los zapatos del otro, con saber observar, escuchar, entender, ayudar y equivocarse también. Ejercicios básicos del día a día. Engloba la virtud y la vulnerabilidad del ser humano.

4. Me gusta trabajar en ambientes rigurosos pero amorosos. Soy hiperactiva por naturaleza y me gusta estar en todo. El mío no es un estilo de dominio impositivo. Tiene que ver con entender muy bien lo que quiero hacer y expresar de la mejor forma a mi equipo adónde llevaremos el barco. Me gusta estar en absolutamente todos los procesos, desde el cartel hasta el sonido más pasajero, y eso no siempre es fácil para las personas que te rodean. Por eso trabajo con gente talentosa con la que también tengo empatía y confianza. Es un intercambio: no sólo yo creo en ellos, ellos creen en mí.

5. El machismo tiene que ver con la educación y la educación tiene que ver directamente con el respeto. Es un tema muy complejo, más con la cantidad de feminicidios que se dan todos los días. México es uno de los países donde más se venera a la madre y más se desprecia a la mujer. Son las paradojas de nuestra sociedad.

6. La camarista tiene muchas capas. Habla sobre la ausencia, la identidad, el trabajo. El personaje central es una mujer, así que habla sobre la soledad femenina, pero también sobre el fortalecimiento de la mujer: cómo a partir de los otros podemos entender nuestra visión del mundo. El subir, el bajar. Hay muchos temas ahí dentro, pero me parece más interesante que cada cual reciba su propia idea de la película.

 

Natalia Beristáin

Nació en la Ciudad de México en 1981. Egresada del Centro de Capacitación Cinematográfica (CDMX) y autora de un par de cortos, su primer largometraje, No quiero dormir sola (2012), fue premiado como mejor película en el Festival Internacional de Cine de Morelia. Además de Los adioses (2017), ha dirigido capÍtulos de Luis Miguel: la serie (2018), El secreto de Selena (2018) e Historia de un crimen: Colosio (2019).

directoras mexicanas de cine

Imagen – Natalia Beristáin / Foto: Ana Blumenkron

1. Sí, sin duda es una idea que sigue vigente y que no sólo opera en los ámbitos cinematográfico y cultural, sino prácticamente en todos los demás. Es el patriarcado en acción. A lo largo de la historia la mujer se ha visto anclada a la idea de gestación, con todas las posibilidades que esta palabra abarca, y el hombre a la de la manutención. Son nociones que se sostienen, que no han cambiado tanto desde aquellos inicios de Hollywood, aún con las grandes revoluciones de género sucediendo todavía y con todos los ejercicios que se llevan a cabo para cambiar la narrativa de cada espacio laboral, de cada ámbito cultural, de cada casa, de cada ser humano.

2. No tengo ninguna historia terrible. Estudié cine y mi generación fue pareja: mitad hombres, mitad mujeres. Fue casi una excepción en una profesión donde la balanza se inclina hacia los hombres; las mujeres de mi generación seguimos trabajando muchísimo: Jimena Montemayor, Elisa Miller, Yulene Olaizola, Natalia López, Cristina Juárez. Por eso desde mi formación académica entendí lo que es la sororidad. Entendí que por ser mujeres –en la industria cinematográfica y (ahora lo entiendo) en la vida en general– nos toca chingarnos más porque nada nos está dado, porque se sigue cuestionando que las mujeres tengamos aptitudes para dirigir, para llevar un set, porque el imaginario colectivo dice que si hay muchas mujeres juntas se genera histeria. Y yo he aprendido todo lo contrario. En mi set procuro que las cabezas de departamento sean mujeres. Al principio fue algo que busqué naturalmente porque era ahí donde me sentía más cómoda. Y hoy, además, me parece importante que empiece a normalizarse la presencia de las mujeres en todos los ámbitos de un set, no nada más en los rubros en los que estamos acostumbrados. Todo esto para decir que sé que soy la excepción a la regla, que no porque haya tenido la oportunidad de filmar dos películas sin concesiones, que además han tenido buena respuesta del público, significa que ésa es la norma para las mujeres.

3. Para mí la exigencia del set es el trabajo y no he permitido ni voy a permitir que nadie dictamine cómo debo comportarme en él. Creo que jalar la carreta de un proyecto implica tener muchas facetas, y que eso depende de la persona que tienes enfrente, como en la vida. Para mí el set es un espacio sagrado. Y ahí yo pongo las reglas.

4. Lo que me ocupa es generar un espacio de trabajo gozoso, divertido, donde el aprendizaje sea recíproco. No nada más se trata de que los demás le aporten algo a mi idea sino de que sea un toma y daca, que el proceso, la experiencia, sea igual de importante que el resultado. Pero esa es una mística personal, que no creo que tenga que ver con el género. Hice continuidad muchos años mientras salía de la escuela, hice script en varios proyectos y aprendí lo que no quería repetir en el set. Aprendí que es igual de importante la persona que le lleva el café todos los días al director de fotografía. Que una actriz o un actor jamás estarán por encima del staff. Que es un trabajo en equipo, que todas las cabezas piensan mejor que una. Quizás eso sí sea una cosa un poco más femenina, trabajar a partir de encontrarme con el otro, abrir canales de comunicación y que haya una organización horizontal, no el ego por encima de todo.

5. Para mí el arte, en cualquiera de sus manifestaciones, aspira a ser un espejo en el cual podamos voltear a vernos, reconocernos, entendernos y entender al otro. Y proyectarnos. Saber de dónde venimos y hacia dónde queremos ir. Es la vanguardia de la humanidad, así entiendo el arte: la posibilidad de ver hacia adelante y reinventar la narrativa. Creo que eso estamos ahora. Todo lo que sucedió a partir de los #MeToo que explotaron en el último mes está arrasando con muchas cosas, trastocando puntos sensibles y cuestionándonos. Es importante que esté sucediendo, y lo que nos toca es ser sensibles, ser inteligentes para sacar lo mejor de todas estas experiencias profundamente dolorosas y entonces cambiar las narrativas y a la sociedad. Ésa es la fundamental e importantísima posibilidad de las artes.

6. La toca por todos lados, a partir de que soy una mujer, una madre que trabaja en un quehacer generalmente asociado al género masculino, de que hay una necesidad y la búsqueda de contar historias de mujeres con equipos de trabajo conformados en su mayoría por mujeres. Eso es parte de las nuevas narrativas a las que aspiramos.

Publicado en La Tempestad 146 (mayo de 2019)

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