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Pensamiento

Los demonios de la ciencia

En su ‘Tratado de ciencia canalla’ (FCE) David G. Jara hace un repaso histórico de momentos oscuros del conocimiento científico

Alejandro Badillo | jueves, 27 de octubre de 2022

Fotografía de Mathew Schwartz en Unsplash

A menudo se piensa en la tecnología y en la ciencia como un terreno neutral. Es lógico: educados en la era de la razón y del progreso representado por la industria, creemos que cualquier innovación es, en sí misma, positiva para todos, aunque la historia muestre que no siempre es así. Quizás una de las paradojas más representativas de la doble cara de la tecnología es la que propuso el economista inglés William Stanley Jevons. El también filósofo alertó que la eficiencia en el uso de un recurso aumenta su consumo y no lo disminuye. De esta forma, podemos inventar –como ocurrió en su época con el carbón– una máquina que use menos combustible fósil y la lógica indicará que protegemos a la naturaleza. Sin embargo, al bajar el costo de cualquier producto se incentiva su uso anulando, de esta forma, los beneficios originalmente planteados.

A pesar de que esta problemática existe desde el siglo XIX, aún seguimos creyendo las utopías del conocimiento que, casi a diario, nos presentan las redes sociales y los medios de comunicación: autos voladores, minería espacial, reactores nucleares portátiles, máquinas gigantes que purifican el aire de las ciudades, nubes artificiales –propuestas por el multimillonario Bill Gates– que ayudan a combatir el cambio climático.

David G. Jara, doctor en bioquímica y autor de varios libros de divulgación científica, usa la historia para mostrar los proyectos macabros hechos en nombre de la ciencia, experimentos que, en su momento, fueron apoyados por varios gobiernos. En Tratado de ciencia canalla expone varios casos que ejemplifican no sólo los peligros de las utopías científicas sino su vinculación a ideologías políticas perniciosas. Quizá lo primero que viene a la mente son los experimentos nazis con su población y con los presos del bando enemigo. Sin embargo, Jara evita ese lugar común y pasa revista por un catálogo de horrores que, en la mayor parte de los casos, es desconocido para el público.

En uno de los primeros ejemplos del libro examina el proyecto del gobierno de Estados Unidos para infectar a cientos de afroamericanos de Alabama –en lo que se conoce como el experimento Tuskegee– con sífilis para observar cómo progresaba la enfermedad a pesar de que, en ese momento, ya existía una cura o, al menos, tratamientos paliativos. El objetivo era estudiar el desarrollo de la enfermedad, pues las infecciones venéreas fueron usadas como arma en la Segunda Guerra Mundial. Ese mismo procedimiento fue utilizado fuera de las fronteras de Estados Unidos con el ejército de Guatemala. Al igual que en el primer caso, los soldados del país centroamericano fueron infectados y usados como conejillos de indias.

Tratado de ciencia canalla aborda, por otra parte, prácticas científicas que se usaron para segregar y demonizar a los extranjeros. En el capítulo 5, “Aunque lo parezca… no es ciencia”, el autor analiza la historia de los llamados “test de inteligencia” y su papel en la discriminación de amplios sectores de la población, en particular de Estados Unidos. A través de la manipulación de los cuestionarios y, sobre todo, de una visión muy limitada del concepto “inteligencia”, las pruebas a las que fueron sometidos muchos extranjeros los calificaron como poco aptos para la educación, entre otras cosas. De esta forma, los recursos públicos –en una sociedad que ya idealizaba la meritocracia– eran destinados a la población blanca y privilegiada que encontraba, en aquellos test, un traje a modo para destacar. Por otro lado, en una historia más conocida, Jara revisa la serie de supuestos asociados con la eugenesia, es decir, las ideas sobre la raza y su mejoramiento a través de la selección artificial hecha por el hombre, entre otros procedimientos.

En su libro Némesis médica el filósofo Iván Ilich menciona un punto crucial en la medicina y sus avances: se ha privilegiado la investigación en enfermedades que sufre un porcentaje minoritario de la población que pertenece a los sectores más privilegiados de los países desarrollados. En contraste, la periferia es víctima de enfermedades que pueden erradicarse con el acceso a agua potable y un medioambiente libre de contaminación, entre otras medidas resueltas por la ciencia desde hace mucho. Sin embargo, como indica uno de los últimos capítulos de Tratado de ciencia canalla, la desigualdad en el siglo XXI ha hecho que la mayor parte de la innovación científica esté enfocada no en el bien común sino en la obtención de utilidades o en el divertimento de los multimillonarios.

No sólo la medicina sino también la exploración espacial, los avances en la automatización o en la inteligencia artificial son utopías de un grupo de personas que acumulan cada vez más poder y que, en su cruzada por imponernos su visión del mundo y de la realidad, experimentan con nosotros de la misma forma en la que se ha experimentado en el pasado. La crítica a la ciencia y una buena dosis de incredulidad ante sus promesas son un camino para contrarrestar el futuro antidemocrático que, usando como pretexto el conocimiento, se planea para nosotros.

David G. Jara, Tratado de ciencia canalla. Un análisis histórico de algunas de las etapas más oscuras del conocimiento científico, Fondo de Cultura Económica, México, 2022

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