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Pensamiento

Contra Taylor Swift

Guillermo Núñez Jáuregui piensa lo que representa la estrella pop a partir de su lectura de ‘Lo que sobra’, ensayo de Damián Tabarovsky

Guillermo Núñez Jáuregui | jueves, 7 de diciembre de 2023

Fotografía de ROSA RAFAEL en Unsplash

¿Contra Taylor Swift? ¿Es posible? ¿La persona del año según Time, la intérprete de Bombalurina en Cats (2019)? Sí y no. No, porque, para empezar, no tengo el gusto ni el disgusto. ¿Entonces? Entonces sí, porque siempre tiene su gracia estar en contra. O, al menos, interpretar en contra. Me lo recuerda Lo que sobra (Mardulce, 2023), de Damián Tabarovsky. En una de sus muchas notas a pie (ésta sobre la idea de que no hay obras vanguardistas sino lecturas vanguardistas) apunta: “Debe ser por eso el encanto de los libros que se titulan con la palabra ‘contra’ (Contra esto, Contra lo otro, Contra lo de más allá). De la misma forma en que es extraordinario el efecto de los libros que indican el adverbio ‘hoy’, como ‘Literatura alemana de hoy’, ‘Poetas de hoy’, o incluso colecciones llamadas ‘Temas de hoy’. Hay en ese ‘hoy’ un irremediable envejecimiento prematuro que lleva al libro a un destiempo esencial. Del mismo modo que esos ‘Contra…’ reducen el sentido a una acción negativa, que tiende a no poder desplegarse dialécticamente”.

Sin embargo, no es sólo por estar en contra. Pero antes: ¿es verdad que no conozco a Taylor Swift? No, claro, como persona. Aunque al menos debo haber escuchado su música, pensé el otro día. Hasta hace poco creía que no, pero concedí que es parte de esa atmósfera pop y comercial que envuelve a menudo lo cotidiano; en la radio del coche, en el supermercado, como parte de algún anuncio. Un día resultó que sí, que la había escuchado como música de fondo, en el séptimo episodio de la segunda temporada de The Bear. A diferencia de los tonos melancólicos y autodestructivos que le daba el grunge a la primera temporada, en ese episodio la canción “Love Story (Taylor’s Version)” –acabo de googlear cómo se titula– ayuda a ilustrar la pequeña victoria de un bueno para nada (el primo Richie, interpretado por Ebon Moss-Bachrach), quien con un poco de entrenamiento de pronto se volvía bueno para algo (para trabajar como mesero). Me pareció que la música, en ese episodio, estaba bien, pero como no soy fanático de Taylor Swift ahí quedó la cosa.

¿En contra de Taylor Swift? De nuevo, sí y no. Decididamente no por su música, que me da igual, sino por algo que no tiene que ver con el pop. Pero ¿existe el pop, aún? Una nota al pie de Lo que sobra de Tabarovsky:

¿El pop era idiota o subversivo? Probablemente ambas cosas a la vez. Esa época parece haber terminado. Terminado dos veces. Primero, porque el pop, el capitalismo de masas y la democracia formal, entre otras causas, acabaron con la alta cultura. Y si algo pervive de esa vieja tradición, lo hace disfrazado de kitsch, de caricatura de sí mismo. Hoy es imposible encontrar lo bajo en lo alto, porque lo alto no tiene ya razón de ser. Pero, en segundo lugar, terminó porque el ciclo del pop parece también haber llegado a su fin. Esa pedagogía que aconteció entre, digamos, Mahler y Warhol, tampoco tiene demasiado sentido hoy. Más allá del pop –o mejor dicho más acá– aconteció el triunfo universal de lo mediático, pero los mass media y las redes sociales no ironizan: arrasan.

Y ahí está algo de lo que podemos estar en contra. Esa atmósfera espesa, la nube, la niebla (de, por ejemplo, Taylor Swift). He visto por encima artículos que celebran o acusan cómo su visita a un partido de fútbol americano de los Jets, hace no mucho, ayudó a oscurecer búsquedas en Google sobre el impacto ambiental de su uso de jets privados. Francamente esa atención al detalle me inquieta, es como si operara una interpretación tan obsesiva como paranoica. La misma actitud que tiene uno cuando avanza en un páramo sumergido en una blancura lechosa. Tabarovsky: “Ante el imperio de la neblina, lo que está de más es la marca, el trazo, el resto, el indicio de la ruptura de lo en común, de esa experiencia, y del nombre que da origen a esa experiencia, a la vez que la expresa. Lo que rompe entonces es la lengua. La lengua está quebrada, rota, hecha trizas”.

Leo en diagonal el artículo de portada de Time sobre la persona del año, y encuentro esta línea: “discutir sus movimientos es como discutir política o el clima: un lenguaje hablado por tantos que no necesita contexto”. En contra de ese clima, de la pretensión de que puede existir un lenguaje total o totalitario, de la negación del contexto (y por tanto de la interpretación crítica), estoy a favor de Lo que sobra. Es un ensayo breve en el que se hace una sola alusión a la cultura popular (en una nota a pie, también, aparece mencionada la película El hombre con rayos x en los ojos, de Roger Corman). Y me siento aquí, claro, traicionando ese texto, sus principios, su respeto a la inteligencia, por haber llamado la atención de lo que se encuentra detrás de una cantante exitosa. A favor, como sea, de la insistencia –como se hizo, casi con las mismas ideas, pero machacadas, en Literatura de izquierda (2004) y Fantasma de la vanguardia (2018)– en poner atención a cómo mascamos la lengua, pero también en las razones para hacerlo.

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