16 de agosto de 2017

La Tempestad

También las artes cambian al mundo

26/04/2024

Arquitectura

Privacidad pública: la estética del encierro

Con el confinamiento los significados de lo público y lo privado se han desplazado para crear posibilidades híbridas, plantea este ensayo

Santiago Echarri Cotler | miércoles, 7 de julio de 2021

Fotograma de 'La ventana indiscreta' (1954), de Alfred Hitchcock

Cuando uno se atreve a pensar la arquitectura, para esgrimir alguna idea sobre este amplio mundo en constante producción, suele sentir el impulso de salir a la calle y recorrer la ciudad como si en algún lado se escondieran las palabras que busca. Con el exterior clausurado, al menos para actividades que no se consideran esenciales –como el paseo y el tiempo ocioso–, habrá que encontrar algún pensamiento nuevo en los espacios que nos resultan más conocidos: nuestras propias casas.

Hace unos meses, cuando la pandemia se extendía por Europa como una ola que pronto rompería en nuestro continente, parecía inverosímil la idea de que todo esto pudiera pasar. Esta incredulidad, típicamente humana, fue abordada por Albert Camus en La peste (1947), cuando escribió que las plagas –o las epidemias– no están hechas a la medida del hombre. Por ello nos decimos que la plaga es irreal, un mal sueño que pasará. Pero no siempre pasa, y de mal sueño en mal sueño son los hombres los que pasan.

Los Homo urbanus, habitantes de las grandes ciudades, tardaremos más en superar la pandemia, fenómeno históricamente ligado a las urbes por su característica concentración poblacional y su relación con el comercio y el flujo de personas. Desde que la arquitectura perdió el vértigo, estas particularidades, surgidas de la densificación, han marcado el crecimiento y la forma de las ciudades, dislocando y reorganizando las formas de socialización y los modos en que pensamos lo privado y lo público.

Gail Albert Halaban, de la serie Out My Window, Paris (2012)

Cada vez vivimos más juntos, gracias a las posibilidades estructurales y formales abiertas por la modernidad, con lo que se ha creado una privacidad pública. En la ya no tan nueva arquitectura, con las fachadas liberadas de la estructura, los vanos se extienden en el exterior. Tal vez la mejor forma de entenderlo es la imagen propuesta por Beatriz Colomina: la arquitectura moderna como una toma de rayos X. A esta transparencia hay que sumar una nueva ventana virtual, cada vez más presente con la transferencia de lo laboral y lo escolar a lo doméstico a causa de la pandemia. Esta ventana expone el interior ya no a la calle sino a otra pantalla.

Crecí en una unidad habitacional construida hace más de medio siglo, cuando el Estado tenía una agenda modernizadora, especialmente clara en sus proyectos urbanos y arquitectónicos. Los edificios del conjunto se esparcen entre jardines y áreas comunes. Los departamentos tienen en cada habitación una ventana de piso a techo desde la cual, según sea la suerte, puede verse un jardín, un estacionamiento o, algo que ahora me parece más interesante, las ventanas de los edificios vecinos, donde asoma la privacidad de otros habitantes.

Cuando yo salía en las madrugadas a tomar el camión que me llevaba a la escuela podía ver, aunque aún no había luz del sol, la silueta de personas bañándose detrás de un vidrio esmerilado. Al regresar de clases, mientras subía las escaleras hasta mi casa, recorría con la nariz los olores de las comidas que se preparaban en otros departamentos. De forma no tan placentera, a veces tocaba escuchar una discusión acalorada de la pareja de arriba, en horas poco afortunadas. Guadalupe Nettel, que creció también entre los edificios de Villa Olímpica, escribió en su novela autobiográfica El cuerpo en que nací (2011) cómo presenció desde su ventana el suicidio de una vecina en el edificio de enfrente.

Las actividades privadas y las situaciones íntimas, desde la reproducción de la vida hasta la muerte, se han vuelto públicas gracias a la arquitectura que transparentó las fachadas y a la ciudad que nos juntó.   

Las actividades privadas y las situaciones íntimas, desde la reproducción de la vida hasta la muerte, se han vuelto públicas gracias a la arquitectura que transparentó las fachadas y a la ciudad que nos juntó. Esta experiencia, en tanto fenómeno sensible, se intensifica en el encierro y abre la posibilidad de pensar estas características como parte de la forma estética de una arquitectura que nos expone a la privacidad pública. Este cruce de lo público y privado encuentra su condición de posibilidad en esta manera de organizar la ciudad y construir los espacios habitables. Tal vez no haya mejor demostración que la película de Alfred Hitchcock La ventana indiscreta (1954), donde Jeff, el protagonista, se ve privado del exterior al romperse una pierna, lo que lleva su atención a las historias privadas que revelan las ventanas de los edificios vecinos.

Privacidad pública es, antes que nada, un oxímoron. ¿Puede, entonces, convertirse en una idea operativa? Aunque la distinción de lo público y lo privado parece en primera instancia somera, posee un amplio plexo conceptual, con importantes derivaciones y campos de acción diversos. Las formas de entender estos ámbitos no son unívocas ni permanentes, y no han sido las mismas a lo largo de la historia.

Fotograma de La ventana indiscreta (1954), de Alfred Hitchcock

De acuerdo con Norberto Bobbio, una cualidad del par conceptual es su posibilidad de dividir el universo en dos esferas, conjuntamente exhaustivas y recíprocamente exclusivas, donde ningún elemento queda fuera de la distinción ni puede pertenecer a ambas de forma simultánea. El rigor con el que se definen y separan las esferas según esta lógica no es traducible al ámbito de la arquitectura y el urbanismo, bastante más poroso y laxo, donde de forma usual aparecen conceptos como semipúblico o el curioso acrónimo anglosajón POPOS, que hace referencia a los Privately Owned Public Open Space (espacio público abierto de propiedad privada).

Desde las inestables formas de pensar lo público y lo privado en la ciudad propongo pensar la idea de la privacidad pública, en la que ambas esferas se intersecan como círculos de un diagrama de Venn y generan un espacio intermedio, compuesto por partes de ambas. Pero ¿qué es lo público y qué lo privado? Más importante: ¿por qué esta experiencia se vive como una privacidad pública? Las formas de entender esta distinción suelen relacionarse, siguiendo a Nora Rabotnikof, con el ámbito de lo colectivo y lo individual. Lo público adquiere un carácter político, el de lo visible en contraposición a lo que permanece oculto, lo que se abre a un público a diferencia de lo que se cierra, como la propiedad privada. A pesar de que los principales estudios sobre lo público y lo privado corresponden principalmente a la política, la sociología, la filosofía y el derecho, la ciudad y la casa siempre han aparecido como el lugar por antonomasia para pensar estas categorías. Tanto en Hannah Arendt como en Jürgen Habermas, e incluso en Dominique Laporte, la urbe es el espacio en el que se contraponen ambas categorías.

A pesar de que los principales estudios sobre lo público y lo privado corresponden principalmente a la política, la sociología, la filosofía y el derecho, la ciudad y la casa siempre han aparecido como el lugar por antonomasia para pensar estas categorías.   

Desde que la propiedad privada reclamó importancia pública en el siglo XVII, la esfera privada perdió el sentido que tenía para la antigua ciudad-Estado y, con la modernidad, se asoció la privacidad a una intimidad libre y colmada (Habermas, Historia y crítica de la opinión pública, 1962). Esta forma de privacidad pública existe desde el momento en que las cosas dejan de sólo ser lo que son en un ámbito privado y aparecen, de forma visible –o mejor: sensible–, para el resto (Arendt, La condición humana, 1958).

Si bien esta cualidad estética ha encontrado su camino en varias artes, en el confinamiento aparece con especial contundencia, ya no sólo a través de los vanos de los edificios sino también por medio de las ventanas virtuales, cuando las actividades laborales y educativas se realizan en el espacio doméstico, que aparece para el público de la videoconferencia. Así, la estética del encierro, que se manifiesta en la forma de una privacidad pública, se extiende desde nuestras ciudades y edificios hacia las nuevas formas laborales y educativas, que exponen la intimidad y la hacen perceptible al exterior.

En el encierro aparece la posibilidad de volver a pensar un mundo que parecía plenamente conocido. Ante la pérdida del exterior, descubrimos desde nuestra propia casa un mundo de intimidad ajena. La ventana y la pantalla revelan una privacidad que, ahora más que nunca, se vuelve pública.

Publicado originalmente en la edición bimestral de La Tempestad, no. 156, agosto-septiembre de 2020

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