16 de agosto de 2017

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Mezquita en Venecia

En la Bienal de Venecia, el artista suizo Christoph Büchel transformó una iglesia católica en una mezquita. La tolerancia occidental fue puesta a prueba.   En el pabellón islandés de la Bienal de Venecia del año corriente, el artista suizo Christoph Büchel transformó una iglesia católica de origen bizantino en una mezquita. El edificio llevaba […]

Juan Francisco Maldonado | domingo, 7 de junio de 2015

En la Bienal de Venecia, el artista suizo Christoph Büchel transformó una iglesia católica en una mezquita. La tolerancia occidental fue puesta a prueba.

 

En el pabellón islandés de la Bienal de Venecia del año corriente, el artista suizo Christoph Büchel transformó una iglesia católica de origen bizantino en una mezquita. El edificio llevaba más de cuarenta años sin ser utilizado para fines religiosos (había sido incluso un almacén), y aparentemente había sido oficialmente desacralizado por el patriarca de la ciudad, es decir, tenía lo equivalente a un uso de suelo bastante amplio. La exposición, esperada con emoción por la comunidad musulmana, abrió el 8 de mayo. Cerca de la apertura, el presidente de la Comunidad Islámica de Venecia, Mohamed Amin Al Ahdab, declaraba a The Guardian su entusiasmo por los puentes culturales que podría tender una mezquita, sobre todo enmarcada como una obra de arte y abierta a todo público, y especulaba sobre la posibilidad de que se mantuviera en funciones aún después de la clausura de la bienal en noviembre; nunca en la historia de Venecia había habido una mezquita dentro de la ciudad, aún cuando sus relaciones con el mundo musulmán son casi fundacionales. El 22 de mayo, es decir exactamente dos semanas después de inaugurada, la exposición, que era ya ampliamente frecuentada por miembros de la comunidad musulmana local, fue clausurada por el ayuntamiento, que argumentó una cuestión de seguridad. Por supuesto la noticia voló, el ayuntamiento buscó excusarse torpemente por sugerir que lo musulmán es intrínsecamente peligroso pero no permitió la reapertura; la curadora islandesa buscó apelar, el gobierno local le dio un plazo brevísimo, la iglesia católica intervino porque, aunque el inmueble pertenece a un particular, sigue siendo jurisdicción de la autoridad eclesiástica, la comunidad musulmana se sintió ofendida, etcétera.

 

Pocos son los casos en los que, en el arte de intenciones políticas, la obra dialoga de una manera tan interesante con las líneas divisorias entre ambos factores (es decir, el arte y la política). Hay varios caminos, por supuesto, pero el que Brüchel elige consiste en explotar las condiciones ideológicas y económicas de privilegio en las que se asienta el arte contemporáneo (más en un contexto tan particularmente visible como el de la Bienal de Venecia) para poner en juego ciertas tensiones políticas, o quizá para visibilizar ciertas tensiones ya en juego.

 

Cuando Bizancio erigió Hagia Sofia, aunque construida con arcos románicos, sus cimientos fueron estructurados con arcos ojivales. Hagia Sofía logró ser el edificio más alto de su tiempo gracias al uso de ingeniería árabe, y deliberada y literalmente ocultó este hecho bajo tierra. Desde el punto de vista arquitectónico, la mezquita de Büchel (que ocupa, además, un edificio bizantino) podría, al menos metafóricamente, ser un ajuste de cuentas con la larga lista de apropiaciones europeas nunca debidamente acreditadas del conocimiento generado en Medio Oriente. Pero, más allá de la metáfora (que en este caso me parece muy pertinente) y del terreno de lo simbólico, el ejercicio de Büchel pone en evidencia la hipocresía, no sólo de la administración de la ciudad de Venecia y de la Bienal misma (según The Guardian, tanto la curadora Nina Magnúsdóttir como el artista hablaron de la falta de apoyo de ambas instancias con la iniciativa), sino del sistema ideológico de Occidente. Como propone la teórica estadounidense Wendy Brown en Regulating Aversion: Tolerance in the Age of Identity and Empire:  «La tolerancia emerge como parte de un discurso civilizatorio que identifica tanto a la tolerancia como a lo tolerable con Occidente […] La arrogancia del secularismo que sustenta la promulgación de la tolerancia dentro de las democracias liberales multiculturales no sólo legitima su intolerancia y su agresión hacia Estados no liberales o formaciones transnacionales, sino que también disfraza las maneras en que ciertas culturas y religiones son marcadas de antemano como inelegibles para la tolerancia».

 

Las declaraciones de la policía de Venecia, desde la primera sobre la posibilidad de un ataque islámico o antiislámico, pasando por las administrativas, hasta la última sobre el exceso de visitantes en la sala; la intromisión de la iglesia en el asunto; la falta de contundencia de parte de la Bienal para manifestar su posición al respecto; aunque lamentables todas, no hacen sino confirmar la pertinencia de la pieza frente a la engañosa tolerancia ideológica del Occidente neoliberal.

 

 

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