16 de agosto de 2017

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Un ying yang sonoro

A propósito del lanzamiento del nuevo disco de Mary Halvorson, Meltframe (2015), recuperamos el siguiente texto dedicado a la guitarrista estadounidense, publicado en nuestra edición 102 (mayo-junio de 2015).      El jazz de la última década del siglo XX y la primera del XXI vio nacer a una generación de jóvenes guitarristas que, si bien […]

Aarón Flores | miércoles, 9 de septiembre de 2015

A propósito del lanzamiento del nuevo disco de Mary Halvorson, Meltframe (2015), recuperamos el siguiente texto dedicado a la guitarrista estadounidense, publicado en nuestra edición 102 (mayo-junio de 2015). 

 

 

El jazz de la última década del siglo XX y la primera del XXI vio nacer a una generación de jóvenes guitarristas que, si bien continuaban una tradición proveniente de figuras canónicas, como Wes Montgomery o Jim Hall, incorporaron elementos de otros estilos, la fusión, el rock o la música de concierto. Con ello enriquecieron, sobre todo, la ejecución técnica de un instrumento que, en el género, cuenta con una corta historia: poco más de setenta años.

 

La inclusión del jazz en las academias y los programas universitarios, así como en la educación secundaria de las escuelas públicas de los Estados Unidos, permitió un desarrollo nunca antes visto, aunque es cierto que algunos guitarristas sentaron las bases con anterioridad. Músicos como Pat Metheny o John Scofield experimentaron con nuevas formas de producir un sonido que parecía limitado por el uso de las guitarras artcore, empleadas en el bop y el postbop de los años cuarenta, cincuenta y sesenta. Nombres como Ben Monder, Adam Rogers o Kurt Rosenwinkel, entre una gran cantidad de intérpretes, contaron con una educación integral y un desarrollo instrumental que les hacía partícipes de la escena neoyorquina de los noventa, envuelta en la experimentación formal y rítmica. Pero, al mismo tiempo, se abría paso una tradición que surgió de otra experiencia de improvisación, y que con el tiempo desarrolló su propio lenguaje: el free jazz. El nacimiento de este subgénero abrió las puertas a nuevas técnicas instrumentales y, con ellas, a nuevas sonoridades tímbricas y armónicas, nunca antes empleadas dentro de una agrupación de jazz.

 

La experiencia del free jazz (con una fuerte carga ideológica, por su vinculación con los movimientos de lucha por los derechos de los afroamericanos) abrió paso a una experiencia similar, la de la improvisación libre, pero con apenas atisbos de ideología. Fue Derek Bailey, un guitarrista, quien acuñó el término que describe de mejor manera esta forma de expresión: «improvisación no idiomática». En un intento por encontrar nuevas posibilidades sonoras para la guitarra, Bailey trascendió su espacio creativo para convertirse en una influencia de los jóvenes intérpretes, que no tenían reparo en indagar dentro de un género u otro para encontrar un sonido propio. Marc Ribot o Bill Frisell son un ejemplo perfecto de la aspereza y la osadía de las técnicas extendidas inauguradas por el guitarrista británico.

 

En este ir y venir entre discursos estéticos podemos ubicar la figura de Mary Halvorson (Boston, 1980). La guitarrista radicada en Brooklyn abreva de estas dos corrientes. Después de realizar estudios en la Universidad de Wesleyan y la New School of Jazz & Contemporary Music en Nueva York (institución de donde han surgido músicos de la línea más tradicional del género, como Robert Glasper y Gilad Hekselman), su carrera musical comenzó al lado de una de las figuras más importantes de la vanguardia: Anthony Braxton, su maestro en Wesleyan.

 

La discografía de Halvorson es sorprendente: desde su primera grabación en 2003 (Six Improvisations For Guitar, Bass and Drums, con la agrupación MAP, junto a Tatsuya Nakatani y Reuben Radding), cuenta con más de sesenta producciones ya sea como líder o como invitada (el álbum Super Eight, junto a Stephan Crump, fue lanzado en 2013). Lo interesante de las primeras grabaciones con Braxton, muchas de ellas registros de presentaciones en vivo, es la pronta adquisición de una voz propia, que ha mantenido hasta ahora, incorporando a su ejecución elementos que la hacen totalmente reconocible. Si Wade Matthews afirma que la improvisación libre es un espejo en el que vemos reflejado nuestro presente, Halvorson va más allá e incorpora esa libertad para exhibir todo un crisol de referencias pasadas. En ella podemos escuchar, además de a Bailey, a Blood Ulmer, Brad Shepik e incluso al primer Ornette Coleman.

 

Muchas de sus composiciones recurren a la improvisación, pero dentro de un marco que ha delimitado perfectamente, evidenciando así el control que busca para el sonido de sus agrupaciones. Algunos de sus temas recuerdan a las ya míticas grabaciones en el Knitting Factory con Steven Bernstein y Sex Mob, o a la música del Tiny Bell Trio, línea que han seguido grandes músicos y agrupaciones como Taylor Ho Bynum o Mostly Other People do the Killing, en donde milita Peter Evans, trompetista con el que ha realizado numerosas presentaciones.

 

Sin embargo, lo que mejor define a Mary Halvorson es el balance. Es llamativo el uso de la consonancia de sus acordes acompañando un solo de contrabajo totalmente disonante, o la súbita aparición de la guitarra distorsionada después de una pieza que se ha distinguido por su limpieza tímbrica. Halvorson crea una especie de ying-yang sonoro, equilibrado pero siempre sorpresivo.

 

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