16 de agosto de 2017

La Tempestad

También las artes cambian al mundo

Artes visuales

Preservar el misterio

Cuando de niño pensaba en las profecías apocalípticas sobre las futuras civilizaciones que relataban los cómics y películas de ciencia ficción, que para mi eran ley, imaginé que la guerra que algunos sostendríamos contra las máquinas, las corporaciones y los ejércitos de oscuros predadores sería, por lo menos, tan vívida como los episodios épicos que […]

Ariel Guzik | martes, 11 de agosto de 2015

Cuando de niño pensaba en las profecías apocalípticas sobre las futuras civilizaciones que relataban los cómics y películas de ciencia ficción, que para mi eran ley, imaginé que la guerra que algunos sostendríamos contra las máquinas, las corporaciones y los ejércitos de oscuros predadores sería, por lo menos, tan vívida como los episodios épicos que narraban esas historias. Nunca pensé que para mí el enemigo iba a resultar, a fin de cuentas, una  nebulosa, desdibujada y anticlimática entidad.

 

El mundo, como es ahora, me parece alarmante. Para mí, la esperanza radica en buscar en otros mundos nuevos seres, nuevos lenguajes, empezar de nuevo y preservar el misterio.

 

No hay misterio que resista las embestidas de la tecnología moderna. No puedo concebir un mundo desposeído de misterios, así que busco asomarme a otros, sin explicarlos, sin hacerlos públicos a cada minuto como un acto automático.

 

Creo encontrar en los habitantes del mar seres con los que la comunicación resulta un nuevo comienzo, una forma de encuentro gestual, un roce de miradas que no pretenda descifrar, entender o explotar, sólo acompañarme, como me ha ocurrido en las expediciones al mar en Baja California y Costa Rica, en las que mis colaboradores y yo nos hemos encontrado con cetáceos, ayudados por la cápsula Nereida, un instrumento sonoro de cristal de cuarzo fundido y cuerdas creado para buscar la coexistencia y comunicación con ballenas y delfines libres. Nereida constituye en sí misma lo que llamo un lenguaje material, donde sus virtudes físicas constituyen el lenguaje mismo. Algunos de sus enunciados son brillo (resonancia del cuarzo), eco (espacio) y belleza (reverberación armónica de cuerdas).

 

Estoy en el proceso de construcción de un submarino, una pequeña capilla–habitáculo, un instrumento sonoro tripulado, en el que voy a viajar para tener un encuentro con ellos. La Nave Narcisa no tendrá timón ni motor. Será supervisada por radio y sus expediciones se planearán de acuerdo a ciertas predicciones de comportamiento de las corrientes. Es un vehículo para derivar por períodos largos de forma autónoma en las corrientes marinas, esas carreteras de vida pelágica por las cuales los cetáceos se desplazan. Conducirme sin timón representa para mí el medio más seguro de búsqueda. Ya hemos controlado demasiado. Creo más en una comunicación sin protocolos, en un encuentro sin testigos y en la oscuridad del fondo del mar como un remanso ante la oscuridad que ahora transitamos en la tierra.

 

La última de las herramientas submarinas que he construido antes de Narcisa es Holoturian, una nave de hierro habilitada para sumergirse a grandes profundidades. En contraste con su estructura externa, que es sólida y blindada, su interior conforma un habitáculo de maderas de encino que alberga dentro de sí una pequeña planta viva y un instrumento de cuerdas construido con maderas de maple y pinabeto. El habitáculo tiene las condiciones de iluminación, temperatura y ventilación necesarias para mantener en condiciones óptimas  a la planta durante largos períodos.

 

La cápsula no tiene ventanas. Esta diseñada para ser vista por la mirada sónica de los cetáceos (las ballenas y delfines tienen sonares, ven con sonido, para ellos expresarse y mirar son partes un mismo proceso circular).

 

Los seres que habitan el mar, y en especial los cetáceos (ballenas y delfines), son los interlocutores en torno a los cuales se desarrolla esta investigación.

 

Holoturian emula una crisálida. La planta viva que viajará dentro de ella juega un papel de emisaria, de embajadora de la tierra en el mar. El acto en sí supone un proceso de transformación. El instrumento de cuerdas que convive con la planta, emite sonoridades sutiles que buscan evocar los ecos del mar (derivan de los mismos) y cantos imaginarios de sirenas y cetáceos.  Así mismo, la cápsula está decorada con grabados que representan diversos enunciados mediante símbolos trazados en una suerte de caligrafía cetácea.

 

Se trata  un vehículo que transporta la vida frágil al mar profundo. Representa la fragilidad resguardada, la belleza puesta a salvo, la sobrevivencia. También se relaciona con lo invisible. Lo que no tendrá testigos humanos.

 

 

Comentarios

Notas relacionadas

Optimized with PageSpeed Ninja