16 de agosto de 2017

La Tempestad

También las artes cambian al mundo

12/05/2024

Diseño

Charles Burns, máscaras mexicanas

Patricio Pron recuerda ‘El Borbah’, el cómic clásico de Charles Burns cuyo detective se viste de luchador

Patricio Pron | lunes, 5 de abril de 2021

Una imagen coloreada de 'El Borbah' (1983), de Charles Burns

Fuera de México, donde es un elemento importante de la cultura popular, la lucha libre apenas ha sido fuente de inspiración para escritores, cineastas o artistas plásticos. Argumentos demográficos hacen que no sorprenda que sus pocas encarnaciones fuera de México provengan de los Estados Unidos: la memoria apenas retiene la excelente Nacho Libre (Jared Hess, 2006), inspirada en la historia del sacerdote Sergio Gutiérrez Benítez –quien en las décadas de 1960 y 1970 luchó bajo el pseudónimo de Fray Tormenta con la finalidad de recaudar fondos para el orfanato que dirigía– y protagonizada por la bella Ana de la Reguera y Jack Black.

Varios filmes estadounidenses de terror tienen también luchadores entre sus personajes; entre ellos destacan El Mascarado Massacre (Jesse Baget, 2006), Wrestlemaniac (Matthew James Sheridan, 2008) y el filme de animación The Haunted World of El Superbeasto (Rob Zombie, 2009). También L’Homme au masque d’or (Eric Duret, 1991), con Jean Reno. CSI, Angel y otras series de televisión han dedicado sendas entregas al tema, al igual que los cómics Sonámbulo y Sonic the Hedgehog y el anime japonés Air Master. La banda de Nashville Los Straitjackets también utiliza máscaras en sus actuaciones y cuenta con un amplio número de seguidores mexicanos. A comienzos de la década de 1980 el novelista gráfico Charles Burns (Washington DC, 1955) también se dejó inspirar por la lucha libre mexicana para crear El Borbah, que publicó en una edición de lujo la editorial barcelonesa La Cúpula.

Que México es un país extraño es bien sabido por los lectores de este blog, en particular si son mexicanos, de allí que calificar de extraño al personaje de Burns tal vez resulte redundante. Si El Borbah no es raro, sí lo es el mundo en el que malvive desempeñando el oficio de detective privado: en una ciudad de Los Ángeles situada en un punto indefinido del futuro, los jóvenes deciden reemplazar sus miembros sanos por prótesis mecánicas para parecerse a robots, las empresas de alimentación experimentan con seres humanos con la finalidad de potenciar el efecto adictivo de sus productos, los ricos escogen cuerpos infantiles para trasplantarse y de ese modo vivir más años o hacen donaciones masivas de semen para procrear una nueva raza.

Se trata de un mundo grotesco y sórdido en el que El Borbah se abre paso a golpes vestido tan sólo con máscara y malla de luchador. El contraste entre el futurismo del mundo narrado y el carácter anticuado del relato (que se despliega siguiendo las convenciones del cuento policiaco clásico, incluyendo el carácter cínico y deslenguado del protagonista, la ambigüedad femenina y la violencia) dota al relato de un aire extraño. Que El Borbah reúna la visión que del futuro tenía su autor a comienzos de la década de 1980 (una visión anclada en el ciberpunk y en las tendencias más recientes de la ciencia ficción de aquel momento) y la estética clásica y de contrastes radicales en blanco y negro del dibujo le otorgan también un carácter retrofuturista que es una de sus características salientes. Algo más de treinta años después de su creación, El Borbah no ha perdido actualidad, aunque es probable que la memoria lo hubiera mejorado bastante, puesto que el libro es inferior a Agujero negro, la extraordinaria novela gráfica en la que Burns trabajó entre 1995 y 2005 y que La Cúpula publicó en 2008.

 

Nota. Varios días después de escribir acerca de El Borbah sosteniendo con cierta liviandad que los luchadores mexicanos apenas han inspirado a escritores fuera de México, alguien me recordó la existencia de al menos una gran novela sobre el tema, Mantra (2001), del argentino Rodrigo Fresán. Mantra no trata realmente, o no sólo, de los luchadores mexicanos y sus máscaras; sus temas son la memoria como enfermedad, la ciudad de México como una mancha voraz que resume las principales pesadillas urbanas de Latinoamérica y la infancia, todo narrado con una prosa que debe tanto a la técnica del cut-up desarrollada por William S. Burroughs como a la verborrea de todos los televisores del mundo transmitiendo el pasado, el presente y el futuro para nosotros, sus espectadores indefensos. A menudo los libros que más nos han gustado escapan a nuestra memoria porque, como en el caso de Mantra, dejan de ser un elemento más del paisaje para ser el paisaje mismo; muchas gracias al lector que me recordó echar una vez más una mirada a ese paisaje.

Publicado originalmente en El Boomeran(g) el 6 de septiembre de 2010

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