16 de agosto de 2017

La Tempestad

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29/04/2024

Literatura

“Esta época exige rehacer las preguntas”

Néstor García Canclini, responsable de varios estudios de gran revelancia académica, publicó su primera novela, ‘Pistas falsas’. Aquí, una charla que Miguel Ángel Morales sostuvo con el autor de ‘Culturas híbridas’

Miguel Ángel Morales | viernes, 13 de abril de 2018

Discípulo del mítico Paul Ricoeur en la Universidad de París, exiliado de la dictadura argentina de los setenta y residente desde entonces en la Ciudad de México, Néstor García Canclini (La Plata, 1939) ha problematizado y, de cierta forma, se ha adelantado a diversos temas sociales e individuales de esta época que llamamos posmoderna. A principios de los noventa, cuando aún se tenía una perspectiva borrosa de los efectos de la globalización en América Latina, el antropólogo y filósofo publicó un título hoy indispensable en las bibliotecas universitarias: Culturas híbridas (1993). Aquel libraco apuntaba con especial certeza que algo peculiar ocurría: una reconfiguración en el rol del mercado y el paso del ciudadano al mundo del consumo. La identidad, otrora endiosada en la educación sentimental del individuo latinoamericano, pasó a ser migrante, ensamblada a partir de diversas culturas.

Una veintena de libros teóricos después, el profesor emérito de la Universidad Autónoma Metropolitana publica su primera novela: Pistas falsas (Sexto Piso, 2018). Situada entre los años 2029 y 2030 (o sea: un tiempo futuro pero lo suficientemente cercano para que nos demos cuenta, por ejemplo, de los efectos de ciertas políticas, dispositivos, documentos, afectos), la obra no está exenta de las reflexiones que han caracterizado durante tanto tiempo el trabajo de Canclini. Un arqueólogo chino es su protagonista. Y como buen arqueólogo de un tiempo futuro, hurga en lo que pudo haber sido y no fue. Deambula entre reliquias, objetos, formas de comunicación, cacharros culturales que parecen ser de otro tiempo. Un buen pretexto para pensar las interculturalidades y las variaciones.

Me parece muy interesante el planteamiento que aborda desde un futuro muy cercano, cosa usual en las novelas de ciencia ficción. ¿Qué implicaciones tuvo escribir un relato de esa naturaleza?

La dificultad se me hizo presente desde el comienzo porque incluso cambié las fechas. Hubo un momento en que lo había puesto un poco más diferido. No en 2030, como finalmente sucede. Y me pareció demasiado arriesgado tratar de aventurar cómo iban a  ser las redes sociales, las tecnologías, los modos de convivencia y las guerras en 2040. 2030, en cambio, está lejos y a la vez cerca. Creo que tratándose de un trabajo de ficción no importa tanto el momento exacto en que uno lo coloca. Tampoco Orwell estaba suponiendo que en 1984 exactamente iba a acontecer lo que él preveía. La tarea de esta literatura de anticipación es, entre otras tantas, exasperar las tendencias de la actualidad, pensar lo que de nuestra contemporaneidad es inviable, amenazante y también puede ser gozoso: ser fuente de nuevos placeres, de nuevas redes y modos de enlazarnos y transmitir información. De circular por el mundo.

A pesar de la proyección futura, en la novela hay escenarios que son propiamente del presente, incluso se advierten fenómenos que se encuentran en la esfera pública desde hace varios años. Por ejemplo, menciona empleos que duran cinco semanas al año y una cierta idea del borramiento de la historia. ¿Hay algún interés en mostrar el derrumbe de las utopías?

No es mi interés. Me parece que más que un derrumbe de utopías lo que hay es una precariedad del presente. Hay historia. La historia no ha desaparecido, la memoria tampoco. Hay países más sensibles y atentos a sus historias. Estoy pensando en los países del Cono Sur o de Europa, que han sufrido dictaduras atroces. Algunos investigan, otros silencian. En México nos acordamos más de la historia hoy más que en otras épocas porque los registros digitalizados les permiten, por ejemplo, a los periodistas buscar antecedentes más minuciosos de lo que un político dijo hace 20 años y traerlo al debate actual. Y así podríamos hablar de muchos ejemplos en los que la historia reaparece, no siempre del modo en que deseamos, no siempre con la selección que nos permite entender el presente, pero la historia sigue viva como dolor, como expectativa frustrada, como lo que se realizó a medias. Esto tiene bastante que ver con los poderes de la ficción. El arte y la literatura trabajan con la inminencia, con lo que todavía no sucedió o no se frustró del todo, pero podría ocurrir.

Justo ahora que habla de los poderes de la ficción, veo que hay en Pistas falsas escenarios que empiezan desde lo micro pero que siempre ponen en tensión cuestiones políticas nacionales e incluso globales. Pienso en esta escena que se desarrolla en un supermercado, que es casi una célula de los cismas políticos que podría haber en el mundo. ¿Cuál es el poder político que tiene una obra de ficción que lo haría diferente de un ensayo, un artículo, un paper académico?

Hoy ha sido problematizada la eficacia de todos esos textos académicos y de ficción que mencionas. Me parece que de ninguno puede asegurarse que va a tener un poder político a mediano plazo ni cuál va a ser ese poder. Más bien lo que estamos descubriendo en los últimos tiempos es que lo que imaginábamos como poder de las ciencias sociales, que era develar lo oculto, investigar para hacer visible lo que algunos quieren ocultar, o no se entiende completamente o está muy cuestionado. Encontramos un juego permanente entre lo que se investiga y se revela, lo que se oculta y actúa subrepticiamente. Este es un trabajo que ha hecho históricamente la literatura: jugar con el suspenso, con lo que se va a revelar después, con lo que esperamos que nos aclaren y quizá no se aclara nunca. Algunos críticos de la literatura dicen que precisamente la fuerza de las narraciones literarias y también de la poesía (que para mí son igualmente importantes en esto que llamamos novela) reside en un modo de jugar no convencional entre lo que aparece y lo que se oculta, lo que quisiéramos averiguar y la frustración por no poder saberlo.

En diversos textos usted habla de “procesos de hibridación”, de reconfiguraciones de las sociedades a partir de cambios políticos, sociales, tecnológicos, geográficos, etc. Al vivir un punto de quiebra en donde el mercado es el gran protagonista de muchas de las acciones de nuestra vida diaria, ¿el arte estaría entrando en un nuevo proceso de hibridación?

Entró hace más de un siglo en ese proceso. Si pensamos cómo algunos de los collages de los dadaístas o surrealistas incorporaban fragmentos de periódicos y noticias, etiquetas de productos comerciales. El pop en los sesenta lo hizo mucho más. El cine, pensando en Godard y muchos otros, lo ha cultivado, lo ha trabajado como lenguaje de representación artística. La hibridación ha estado desde el comienzo de la historia. En el siglo I, Plinio el Viejo usó la palabra. Parece ser el primer registro que hay de la palabra híbrido, para referirse a los migrantes que llegaban a Roma. Esas mezclas de cultura, de lenguajes, de modos de representar la sociedad existen desde que hay movimientos, desde que hay combinación en una misma ciudad.

Pero ciertamente también estamos en una época en que todo se aceleró. En un siglo se han diversificado y fragmentado las cosas, los conceptos, las proyecciones que uno tenía en torno a algo. Es un mundo en el cual, como dice en Pistas falsas, se tienen más respuestas que enigmas y preguntas. La pregunta es cansina, engorrosa, le da vueltas a las cosas. ¿No cree que está pasando algo radical en esta época en tales cuestiones?

Sin duda. Estamos en una época desestabilizada que exige rehacer las preguntas. Muchos científicos sociales están haciendo esto. Estoy pensando en alguien como Bruno Latour, que ya escribió en uno de sus principales libros (Sobre la dificultad de ser una hormiga) un diálogo ficticio entre un estudiante de doctorado y él, en que se niega a darle alguna receta acerca de cómo hacer su tesis. Le dice que tiene que reelaborar las preguntas. Lo importante es que sean las preguntas de él, no las preguntas prestadas para tener logros en la academia.

Usted dijo al principio de esta entrevista que la memoria persiste, pero en efecto hay una desaparición de un tipo de memoria. Se señala en la novela desde varios frentes, uno de ellos, la crisis editorial. ¿Cómo afrontar en este siglo tales pérdidas con una novela como la que publica?

Vamos a ver qué pasa con Pistas falsas en la relación con los lectores, con el mercado y los medios. Apenas está apareciendo. Pero sí, me interesó ver conjuntamente cómo cambian los modos de leer, los hábitos de la industria editorial, la estructura del mercado, porque si no comprendemos a la vez esas distintas situaciones, no entenderemos del todo. No es una simple manipulación de los grandes grupos editoriales trasnacionales, no es simplemente un cambio de hábitos de lectura que han generado las tecnologías de las pantallas. Lo interesante es ver cómo se combina todo eso.

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